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EDITORIAL

El machismo como único argumento electoral

Pocas formaciones políticas han ejercido una discriminación más sañuda hacia la mujer que el PSOE, aunque sus actuales dirigentes traten de ocultarlo.

La campaña electoral de los dos grandes partidos está siendo tan lamentable que una frase desafortunada de uno de los dos candidatos se ha convertido en el argumento central para pedir el voto en la recta final antes de la cita electoral del próximo domingo. El candidato popular tuvo un desliz verbal a la mañana siguiente del debate en TVE, aludiendo a la condición de mujer de la cabeza de lista socialista, que el PSOE no ha tardado en convertir en un casus belli para identificar a su rival político con el machismo y tacharlo de reaccionario en la más rancia tradición socialista, basada en el insulto y el uso indiscriminado de la demagogia. Elena Valenciano, cuyas intervenciones en el debate televisado con Arias Cañete provocaron auténtica vergüenza ajena, ha visto en esa circunstancia irrelevante la clave para remontar en las encuestas y alcanzar un resultado menos malo del que le anuncian todos los sondeos; una estrategia de escaso fuste a la que el PSOE en pleno se ha sumado como última tabla de salvación.

Y sin embargo nada hay más machista que utilizar la condición de mujer ofendida para hacer valer los propios méritos, por lo demás inexistentes según pudimos comprobar en la noche del pasado jueves. Valenciano recurrió al sentimentalismo más pueril en sus intervenciones durante el debate público con Arias Cañete, haciendo gala precisamente de planteamientos netamente sexistas como hizo con insistencia en el tema del aborto, como si el hecho de ser mujer otorgara a sus opiniones respecto a este o cualquier otro asunto un mayor peso específico. Solo esa utilización torticera del sexo de un candidato ya descalifica a los socialistas para acusar de machista a nadie del PP, pero es que, en términos históricos, pocas formaciones políticas han ejercido una discriminación más sañuda hacia la mujer que el PSOE, aunque sus actuales dirigentes lo traten de ocultar.

A estas alturas no debería ser necesario recurrir al que quizás es el mejor ejemplo y más conocido de cómo se las gastaban los socialistas con el sexo femenino en los albores del parlamentarismo, pero como Valenciano y Rubalcaba insisten en aparecer como legatarios de un inexistente feminismo en el seno de sus siglas, bueno será recordar el caso del voto femenino durante la II República. Durante el régimen republicano fueron los socialistas los más firmes opositores al sufragio femenino, derecho que sólo pudo ejercerse por las mujeres gracias al esfuerzo y el compromiso de una diputada de una formación de centro-izquierda, Clara Campoamor, y el voto favorable del resto del Parlamento a excepción del PSOE y otras fuerzas de inspiración marxista. Mucho más cercano en el tiempo, el PSOE tiene en su seno el caso de un conocido dirigente socialista, cuya labor política en la rendición ante la ETA fue determinante, y que ha seguido ejerciendo la presidencia regional de su partido a pesar de haber sido condenado por violencia de género.

Con esa trayectoria resulta asombroso que los socialistas quieran fiar sus posibilidades de alcanzar un resultado decoroso el próximo día 25 al presunto machismo del PP, un partido que ha situado a mujeres en puestos de la mayor relevancia política a diferencia de lo que han hecho siempre los socialistas. Ahí están los casos de Rita Barberá al frente de la tercera capital de provincia de España, Esperanza Aguirre como primera presidenta del Senado y otras personalidades destacadas en el PP como Luisa Fernanda Rudi y María Dolores de Cospedal, sin parangón en cualquier otra formación política española.

En esta última semana de campaña los socialistas van a seguir explotando el sexismo como argumento central de su estrategia y el PP se limitará a zafarse de esa absurda acusación basando su discurso en cuestiones de ámbito nacional, ajenas a las grandes cuestiones que se van a ventilar en la Unión Europea en la próxima legislatura. Este es el nivel de debate de ideas que PP y PSOE, blindados mediáticamente para evitar la competencia de otras siglas, está poniendo de manifiesto en una campaña electoral utilizada por los dos grandes partidos para truncar las posibilidades de las nuevas formaciones que han venido a cuestionar el bipartidismo actual. En eso, los dos grandes partidos están completamente de acuerdo.

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