La campaña electoral para las elecciones regionales catalanas está a punto de comenzar, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, está volcado en lanzar a su candidato, Salvador Illa, y rentabilizar la visibilidad de la que ha gozado desde que comenzó la pandemia del coronavirus.
Illa es un personaje menor, que ha fracasado estrepitosamente en la gestión de una crisis sanitaria que el resto de sus colegas del mundo desarrollado ha capeado con infinita mayor solvencia. Su decisión de no actuar en los inicios de la misma para no perjudicar las movilizaciones ultraizquierdistas del 8-M dio pie a un contagio masivo que ha provocado más de 80.000 muertes y destrozado la economía, especialmente en el sector turístico-hostelero, uno de los pilares del PIB nacional.
Illa es también responsable de haber gestionado de manera calamitosa los recursos sanitarios y de la nefasta descoordinación con las Administraciones regionales con el programa de vacunación. En lo único en lo que se ha empleado a fondo el pretendido filósofo ha sido en tratar de destruir la economía de Madrid y acabar con su Gobierno regional. También en eso ha obtenido un rotundo fracaso.
Illa es la apuesta de Sánchez para alcanzar el poder en Cataluña, al que, en todo caso, solo se podría encaramar con la aquiescencia de los separatistas, como en su día hicieron los socialistas con sus dos tripartitos. Pero Sánchez necesita para ello un gran resultado en la cita catalana, por lo cual ha decidido mantener a Illa hasta el último segundo en el Gobierno, cuando es evidente que su única función estas últimas semanas ha sido ejercer de candidato del PSC aprovechándose de los recursos y la plataforma mediática del Estado.
La desvergüenza del Gobierno es tan apabullante que incluso prepara unos fastos de despedida a su candidato, en los que no faltará el aplauso ridículo durante su salida de la Moncloa, ejemplo grotesco de lo que entiende el sanchismo por respeto a las instituciones. Por eso la agenda gubernamental está absolutamente centrada en lanzar electoralmente a Illa, político fracasado que en cualquier otro lugar sería despreciado por su responsabilidad en el desastre sanitario que estamos padeciendo.
Acierta la oposición al denunciar esta instrumentalización del Estado por parte de los socialistas para alfombrar la marcha de Illa a Cataluña, que, también en la estela sanchista, se produce sin comparecer ante las Cortes para dar cuenta del desastre espantoso de su gestión en esta tercera oleada.