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EDITORIAL

La locura de Putin no se repliega

Tanto si va de farol como si está tan loco como parece, lo cierto es que a quien está amedrentando Putin es a sus aliados y a los propios rusos

La contraofensiva ucraniana, que en los últimos días ha permitido recuperar más territorio nacional que el invadido por los rusos desde abril, lejos de empujar a Putin a unas negociaciones que pongan fin a sus criminales delirios expansionistas, han llevado al mandatario ruso a elevar la apuesta y a poner aun más de manifiesto su locura. Buen ejemplo de ello es su anuncio de este miércoles de una movilización forzosa de parte de su su población —más de 300.000 reservistas— así como sus nuevas amenazas de utilización de armamento nuclear. Eso, sin olvidar la convocatoria para este viernes de sus amañados refrendos de integración con Rusia en las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, y en los territorios ocupados del sur de Ucrania en las regiones de Jersón y Zaporiyia, consultas ya condenadas por la comunidad internacional con las que Putin pretende dar una apariencia de intervención defensiva a lo que en realidad es una ofensiva y una guerra de ocupación por parte de Rusia.

Tanto si el tirano ruso va de farol como si está tan loco como parece, lo cierto es que su delirante anuncio no está amedrentando a los ucranianos ni creando fisuras en los países occidentales. Por el contrario, la escalada de Putin lo que está provocando es un apreciable distanciamiento de algunos de sus hasta ahora aliados —como China o Uzbekistan— y que se acrecienten las protestas y las movilizaciones contra Putin en la propia Rusia, donde sólo este miércoles se han agotado los billetes para huir del país y han sido detenidas más de 1000 personas que se suman a las decenas de miles que ya han sido detenidas desde el inicio de la guerra.

Lo que también es un hecho es que, si bien Putin se equivocó al pensar que la invasión de Ucrania iba a ser un fácil y rápido paseo militar, también se equivocan quienes consideran que ya estamos asistiendo a su derrota. Todo parece indicar que, salvo que los propios rusos depongan o ejecuten a este criminal de guerra que preside su gobierno, estamos condenados a una guerra larga; una guerra en la que, sin necesidad de llegar al improbable pero espantoso extremo del uso de armamento nuclear, todos vamos a ser víctimas, empezando por los ucranianos pero siguiendo por los propios rusos.

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