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EDITORIAL

Peor que la casta

Sin haber alcanzado poder ya han demostrado lo que harán si en algún momento tienen ocasión de tomarlo: nada bueno, ciertamente.

Podemos tiene sólo unos meses de vida, pero sus dirigentes llevan años viviendo en el entorno del poder –o mejor sería decir de los poderes– allí donde la subvención, la beca y ciertas formas no muy estilizadas de trincar el dinero del contribuyente están a la orden del día.

Es ahora, cuando por unas semanas parecieron lanzados a la conquista de La Moncloa, cuando ese pasado se vuelve en su contra y revela lo que verdaderamente son Iglesias, Monedero o Errejón: tipos peores que esa "casta" de la que según ellos mismos proclaman han venido a liberarnos.

Son peores porque sin haber alcanzado poder ya han demostrado lo que harán si en algún momento tienen ocasión de tomarlo: becas ad hoc cuyo único fin es llevárselo crudo, contratos sospechosos con Gobiernos tan recomendables como Venezuela o Irán, pagos sin IVA, violencia universitaria… eso sin olvidar los líos municipales de Tania Sánchez, que más allá de la relación sentimental que tenga o haya dejado de tener con Pablo Iglesias es una de las palancas de Podemos para tomar al asalto Izquierda Unida.

Y son peores porque, tras presentarse como el aire fresco que iba a limpiar la política española, lo cierto es que no sólo han reproducido a su escala los peores comportamientos de eso que ellos mismos llaman "la casta", sino que incluso han copiado el modo de enfrentarse a los escándalos de los partidos tradicionales. Copiado sí, incluso cabría decir que corregido y aumentado: las aseveraciones de Pablo Iglesias sobre la honorabilidad de su pareja sentimental y compañera de estrategia política o el desprecio de Errejón a la verdad y a los ciudadanos a la hora de explicar su escandalosa beca han sido episodios lacerantes en este sentido.

No obstante, probablemente el que ha batido todos los récords de soberbia y desvergüenza –dos cualidades muy propias de la casta, por cierto– ha sido Juan Carlos Monedero al explicar –es un decir– sus sospechosas relaciones económicas con el régimen que ha sumido en la miseria a Venezuela. Pretender que unas pocas frases chulescas en medios más que amigos son suficientes para los ciudadanos; esperar que la opinión pública se crea sin más que sus extraordinariamente bien pagados informes no se pueden mostrar "porque otros países los podrían copiar"; pensar que se va a olvidar sin más todo lo relacionado con un contrato poco creíble y lleno de sospechas… es propio de la peor casta, una casta que se cree muy superior a aquellos ciudadanos a los que va a pedir el voto; una casta que ve el poder como una plaza que ocupar y saquear en beneficio propio; el tipo de casta, en suma, que se ha hecho con el poder en Venezuela y Argentina y ha llevado estos a unos grados de corrupción demenciales.

Si en cualquier partido político tradicional este comportamiento y esta actitud serían intolerables, que los exhiban con este descaro aquellos que prácticamente no ofrecen otra cosa en su cimbreante programa electoral que la regeneración de la vida pública sería para tomárselo a risa… si no fuera porque lo que está en juego es el futuro de España y el bienestar de los españoles, que deben tomar nota y preguntarse si estas son las manos en las que quieren dejar su destino.

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