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Eduardo Goligorsky

Bienvenidos a la cordura

No pongo la mano en el fuego por nadie, pero he vislumbrado un matiz alentador en el discurso catalanista.

No pongo la mano en el fuego por nadie, pero he vislumbrado un matiz alentador en el discurso catalanista.
Pixabay

Los secesionistas arman sus planes de ruptura como si sus dos millones de seguidores circunstanciales configuraran un bloque homogéneo, eterno y hegemónico. Para ellos, los 3.500.000 ciudadanos que componen el resto del censo electoral de Cataluña no existen o son invisibles. Nunca entran en sus cálculos ni en sus planes de futuro para la república, que, por este mismo punto de partida discriminatorio y excluyente, solo podrá ser totalitaria. Totalitaria y gobernada por un politburó compuesto por fuerzas etnocéntricas mal avenidas, con un ventrílocuo más allá de las fronteras y unos muñecos serviles dentro de ellas, dictando leyes para complacer a la minoría y oprimir a la mayoría. Una aberración que sería insensato repetir en la Europa del siglo XXI.

Simulacro torpe

Dada la magnitud de la insensatez y, sobre todo, dada la imposibilidad de llevarla a la práctica en medio de una civilización avanzada, empiezan a abrirse nuevas grietas –amén de las muchas ya existentes– en el seno del contubernio secesionista. La experiencia acumulada nos enseña que debemos acogerlas con desconfianza, para separar las iniciativas puramente oportunistas y falaces de las que, sinceramente escarmentadas, buscan vías para el retorno a la convivencia dentro de una sociedad catalana plural y respetuosa de la ley, sin renunciar por ello a su herencia sentimental.

La actual fractura de la sociedad catalana es profunda y los sediciosos contumaces hacen todo lo que está a su alcance para ahondarla con el consabido esperpento de la república totalitaria. Es imposible contar con ellos para el apaciguamiento. Los enjuagues de JxCat con ERC para congraciarse con los energúmenos de CUP los muestran tal como son: incorregibles. Pero también debemos cuidarnos de los emboscados que, con mensajes aparentemente descafeinados, solo buscan ganar tiempo y "ampliar la base popular" (ERC dixit) para repetir la asonada.

El simulacro más torpe fue el de Roger Torrent, quien, en su discurso de investidura como presidente del Parlament, prometió "recoser" la sociedad catalana. Para a continuación ponerse a las órdenes del híbrido de Atila, Terminator y Don Corleone y sus cortesanos del palacete de Waterloo, con la confesada intención de cancelar la vigencia del ejemplarizante artículo 155 y de recomponer la maquinaria golpista.

"Lo urgente es tener Gobierno y que funcione", dictamina, con el aplomo de un timador consumado, el veterano experto en chanchullos políticos y económicos Jordi Pujol (El Nacional, 8/3). Más astuto que sus mediocres continuadores, el exhonorable sabe que el tal Puigdemont es descartable y que lo que apremia es librarse del 155, que, aplicado a rajatabla, todavía puede convertirse en una barrera infranqueable para la horda secesionista. Necesitan entronizar a un candidato que parezca potable a los despistados.

Cómplice de los desafueros

Ahí está, en primera fila, el trepador camaleónico Santi Vila, que se apresuró a postularse con el memorial de agravios titulado De héroes y traidores, publicado simultáneamente –detalle sintomático– en catalán y castellano, para que los influyentes se enteren, en el resto de España, de que en Cataluña hay alguien predispuesto a componendas, un aventajado discípulo del pujolismo que enseñó a tener paciencia para conquistar la independencia.

Vila fue cómplice, asimismo, de todos los desafueros perpetrados por Artur Mas y Carles Puigdemont, a los que acompañó en consejerías de la Generalitat, aunque supo cultivar, previsoramente, una imagen de heterodoxia para afrontar contingencias futuras. En las presentaciones de su libro, en artículos periodísticos y en la entrevista que concedió a Víctor M. Amela ("La Contra", LV. 7/3), exhibe con orgullo los insultos que le disparan sus antiguos compadres ortodoxos y, de paso, explota en su propio beneficio las meteduras de pata de sus expatrones, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont.

Critica con especial dureza el atropello cometido en el Parlament el 7 de septiembre con la Ley de Transitoriedad y el 27 de octubre con la declaración de independencia unilateral. Pero reivindica el referéndum ilegal del 1-O y enarbola las tres banderas del supremacismo impenitente: libertad de los acusados de sedición y de los propagadores del odio presos, perdón tácito a los prófugos retornados y derogación del artículo 155 para poder continuar el desmadre anticonstitucional. En la entrevista con Amela desahoga el rencor que acumuló contra esta gentuza: cuenta que sus asociados se negaron a sacar dinero del fondo de solidaridad para pagar la fianza que le impuso el juez. "Por no ser unilateralista… no merezco ya nada. Me dejaron con el culo al aire".

Simiente de racionalidad

Mis muchas veces confesados pragmatismo y posibilismo me obligan, empero, a rebuscar en los escritos de quienes contribuyeron a armar el tinglado secesionista indicios del retorno a la cordura. Pienso que si encuentro estos indicios puedo alimentar la esperanza de que también entre los dos millones de seguidores hasta ahora incondicionales del proceso desintegrador madure una simiente de racionalidad. Condición sine qua non para que la sociedad catalana vuelva, gradualmente, a la órbita normal que le dio renombre. Hasta que la única fractura incurable sea la que separará a la totalidad de los ciudadanos de talante creativo y humanista, por un lado, de la nefasta cúpula sembradora de cizaña, por otro.

No pongo la mano en el fuego por nadie, pero he vislumbrado un matiz alentador en el discurso catalanista, hasta ahora desvirtuado por el maniqueísmo de la minoría hispanófoba que ha usurpado el poder gracias a una ley electoral tramposa. Aunque una golondrina no hace verano, es un buen síntoma que un catalanista de pura cepa reconozca y valore, sin renunciar a sus principios, la existencia de esos 3.500.000 ciudadanos que los supremacistas expulsaban a las tinieblas. Y reclame que, si se desea recuperar la convivencia, se tengan en cuenta sus aportes a la cultura y la economía y se respeten sus derechos. Escribe Antoni Puigverd ("La rectificación", LV, 6/3):

Si Catalunya fuera una larga melena con la raya en medio, se podría decir que una mitad de la cabellera, la catalanoparlante, ha sido durante décadas (…) lavada, vitaminada y peinada diariamente en el ideal de una catalanidad esférica, mientras la otra mitad, castellanohablante, ha sido dejada culturalmente de la mano de Dios.

(…)

¿Una lengua que predomine en su histórico territorio? No, porque esto, además de imposible es poco inteligente.

(…)

Las propuestas defensivas, los frentes nacionales, los soberanismos redentoristas o irredentos solo producirán vinagre. La deprimente agrupación de nostálgicos maldecirá la época que le ha tocado vivir, seguirá demonizando España y acabará maldiciendo Europa. Un nacionalismo que se martirizará día y noche dando cabezazos contra el muro de la realidad.

(…)

Sería necesario que los dirigentes intelectuales y políticos del procés se atrevieran a rectificar, pero es posible que esto no ocurra nunca. (…) Ha llegado el momento, por lo tanto, de iniciar otro proceso: el de la rectificación. (…) Habría que elaborar un proyecto para Catalunya que, sin divisiones emotivas ni sometimientos, tenga posibilidades de cristalizar y de recuperar la centralidad. Rectificar significa pasar del divide et impera que ahora nos abruma al e pluribus unum, o sea: la unión hace la fuerza.

La exhortación aperturista de este catalán de abolengo, hoy crítico con la beligerancia identitaria, es doblemente valiosa cuando se la compara con la cerrazón atrabiliaria de los conversos que "no tuvieron como primera lengua el catalán" y pretenden imponerlo, contra la ley, como única lengua en la escuela. Son, según la información periodística (LV, 13/3), los socialistas José Momtilla y Núria Parlón, el esquerrano Gabriel Rufián, el teniente de alcalde de Barcelona Gerardo Pisarello y el expodemita Albano-Dante Fachín, que acaban de sumarse a la campaña xenófoba de Plataforma per la Llengua.

Pirañas voraces

El conglomerado etnocentrista y parasitario ha usufructuado el poder sin escrúpulos, comportándose como si no existiera la mayoría emprendedora y culta que sustentaba con su trabajo la riqueza y el prestigio de Cataluña en España y en el mundo. Ahora que los jueces y el artículo 155 han puesto a los depredadores en su sitio, los caciques de la tribu insurrecta exhiben sus miserias sin recato ante la masa atónita. Como pirañas voraces se asestan dentelladas los unos a los otros disputándose la carnaza frente a las paredes transparentes de la pecera. Están a la vista de todos..

Se explica, entonces, que quienes abrazaron el nacionalismo inicialmente, y el secesionismo después, víctimas de un adoctrinamiento tenaz que idealizaba valores míticos, empiecen a reaccionar con asco al descubrir la podredumbre de sus líderes. El paso siguiente será la vuelta a la cordura y el reencuentro con el colectivo mayoritario, derribando el muro con que los arquitectos de la discordia pretendían separar a unos catalanes de otros para convertirlos a todos, supremacistas y constitucionalistas, en súbditos indistintamente sometidos al yugo de la república totalitaria,

Bienvenido sea todo aquel que contribuya a recuperar la cordura y, con ella, la convivencia entre iguales.

PD: Según la oenegé Save the Children, "más de 348.000 menores catalanes viven en una situación de pobreza" (LV, 13/3). Para huir de este espectáculo deprimente, la élite autóctona ha creado un "espacio libre en el exilio" con una Asamblea de Representantes por la República, un Consejo por la República y una Presidencia del Consejo por la República, con sede en el reino de Bélgica. Una corte de los milagros donde la casta republicana seguirá disfrutando del costoso sibaritismo cotidiano en la palaciega Casa de la República, como antes en Barcelona, pero ahora lejos de la plebe desdichada, cuya incómoda presencia podría cortarle la republicana digestión.

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