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Eduardo Goligorsky

La mordaza peronista

Quienes desconocen la historia del peronismo desde su génesis totalitaria, pueden sorprenderse de la campaña de Kirchner contra el grupo Clarín.

Quienes desconocen la historia del peronismo desde su génesis totalitaria, pueden sorprenderse de la campaña de Kirchner contra el grupo Clarín.

Solamente quienes desconocen la historia del peronismo desde su génesis totalitaria, o quienes conociéndola procuran obviar sus aristas más escabrosas, pueden acoger con sorpresa la feroz campaña que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha puesto en marcha contra el grupo multimedia Clarín. Campaña que abarca desde la violación de los derechos humanos de los hijos adoptivos de la propietaria del grupo, sometidos a arbitrarias humillaciones que, como quedó patentemente demostrado, eran producto de un perverso montaje, hasta una despiadada ofensiva contra la independencia del Poder Judicial. Nada de esto es nuevo. El peronismo lleva en su ADN el odio a la libertad de expresión. O a la libertad a secas.

El golpe militar del 4 de junio de 1943, pilotado por la logia pronazi GOU (Grupo de Oficiales Unidos), en cuyo núcleo duro se destacaba el entonces coronel Juan Domingo Perón, se estrenó clausurando semanarios que habían tomado partido por la democracia y los aliados en el apogeo de la Segunda Guerra Mundial. Primero fue Argentina Libre y después su sucesor, que se titulaba, sin rodeos, Antinazi. El humor político también estaba proscripto y la revista satírica Cascabel sufrió un acoso permanente, aunque hubo que esperar a que Perón asumiera su primera Presidencia para que la obligaran a bajar la cortina, en 1947.

Amenaza muy explícita

Para espabilar a los desinformados y refrescar la memoria a los olvidadizos, es recomendable la lectura de Historia del peronismo, de Hugo Gambini (Planeta Argentina, 1999), de donde extraigo la mayor parte de los datos que cito a continuación.

Gambini reproduce, por ejemplo, la amenaza muy explícita que lanzó Perón el 7 de marzo de 1947, menos barriobajera, sin embargo, que las que ahora profiere la belicosa presidenta:

Hay algunos diarios que sistemáticamente combaten nuestras medidas. Son los que dicen que los teléfonos andan mal porque ahora son argentinos y que antes andaban bien porque los manejaban los extranjeros. Pero ya se sabe por qué dicen eso, porque frente a ese artículo leemos el aviso que lo paga. ¿Cómo debemos combatirlos? Con inteligencia, no con violencias. Hay que persuadir a los compañeros para que no los compren. A los diarios que mienten no hay que comprarlos ni poner avisos en sus páginas.

La inteligencia que aconsejaba emplear Perón no se limitaba al boicot, ni excluía la violencia cuidadosamente planificada y ejecutada por los pistoleros de la Alianza Libertadora Nacionalista. Así como ahora el gobierno cristinista dicta medidas arbitrarias para monopolizar la producción de papel de diario y desabastecer, así, a la prensa independiente, al mismo tiempo que finge una voluntad antimonopólica para mutilar el grupo Clarín, así también durante la presidencia de Perón se multiplicaron las trampas legales encaminadas a amordazar a las publicaciones opositoras.

Si hoy las víctimas preferidas, aunque no las únicas, son el grupo Clarín y su propietaria Ernestina Herrera de Noble, en 1947 lo fueron el diario La Prensa y su propietario y director, Alberto Gainza Paz. La Prensa, fundada en 1869, de tendencia conservadora y liberal, era la bestia negra del peronismo, tanto por su franco apoyo a los aliados durante la guerra mundial como por su implacable oposición al nuevo régimen totalitario en Argentina. Precisamente el 24 de enero de 1947, después de que Perón pronunciara el discurso en el que anunció su primer Plan Quinquenal, sus grupos de choque atacaron el señorial edificio del diario con piedras, hierros y mesas de una cafetería vecina, e intentaron incendiarlo sin éxito. Los vándalos sabían que la apelación de Perón a la no violencia era un camelo, y no se equivocaban: la policía les permitió actuar impunemente.

El hostigamiento gubernamental empezó, también entonces, por el control sobre el suministro de papel, que en aquella época se importaba de Escandinavia y Canadá. La Prensa debió reducir sus 30 páginas a 16 porque el Banco Central le racionó los permisos de cambio para la importación. Luego le enviaron inspectores de Hacienda para investigar presuntos fraudes fiscales que sólo existían en la imaginación de funcionarios adictos. Cuando otro funcionario, imparcial, dictó una resolución que desestimaba los cargos, fue fulminantemente destituido.

Un personaje estrafalario

El desenlace del hostigamiento tuvo contornos que fueron al mismo tiempo kafkianos y esperpénticos. En agosto de 1949 dos diputados radicales –uno de ellos el futuro presidente Arturo Frondizi– denunciaron en el recinto que se estaba torturando a opositores presos, lo cual no era ninguna novedad. Intervino entonces el diputado peronista José Emilio Visca, un personaje estrafalario que provenía del ala fascista del Partido Conservador, encabezada por Manuel Fresco, quien, a su vez, cuando había sido gobernador de la provincia de Buenos Aires, la había convertido en el paraíso del fraude electoral y de las mafias. Visca asumió la presidencia de la Comisión Bicameral Investigadora de Actividades Antiargentinas que, con el pretexto de indagar la veracidad de aquellas denuncias, arremetió contra la prensa que las había reproducido. Clausuró en total setenta diarios, entre los cuales se contaban algunos de los más prestigiosos no sólo en sus ámbitos locales sino en todo el país. Por ejemplo, El Intransigente, de Salta, y La Nueva Provincia, de la ciudad de Bahía Blanca.

La presa más codiciada era La Prensa. Visca consiguió, mediante subterfugios tortuosos, que se formara otra comisión para investigar en qué condiciones había importado La Prensa una nueva rotativa traída de Estados Unidos. Simultáneamente, el Sindicato de Vendedores de Diarios declaró una huelga contra el diario y rodeó los talleres con grupos armados para impedir que éste saliera a la venta y que el personal entrara a trabajar. Táctica que, dicho de paso, el cristinismo también empleó reiteradamente contra Clarín y La Nación, esta vez con la ayuda del Sindicato de Camioneros, cuyo capo máximo, el impresentable Hugo Moyano, ha dejado de ser uno de los caciques favoritos de la presidenta para convertirse en uno de sus más aborrecidos detractores.

El personal del diario no se dejó intimidar por los piquetes y tras una asamblea resolvió entrar en masa a los talleres. Además, solicitó protección policial y comunicó por telegrama su decisión al presidente, a dos ministros y al jefe de Policía. Resultado: los matones peronistas desoyeron como de costumbre la exhortación a no ser violentos, dispararon sus revólveres, y cayó muerto el obrero Roberto Núñez. Un nombre más sumado a los de las muchas víctimas que dejó aquel régimen.

Esto sucedió el 26 de febrero de 1951. A partir de entonces la mordaza peronista se cerró vertiginosamente. El 16 de marzo se creó otra comisión bicameral para estudiar la expropiación de la empresa y el 11 de abril la Cámara de Diputados aprobó la ley que la entregaba a la Confederación General del Trabajo, uno de los pilares del Movimiento Peronista.

Enclave tercermundista

La Prensa cambió de contenido pero no de fisonomía. Sus páginas se convirtieron en otro vehículo de la propaganda peronista, con una peculiaridad: el suplemento literario empezó a navegar por las contradictorias aguas de un izquierdismo hecho a medida para encajar en el molde del totum revolutum populista. Perón ordenó que se encomendara la dirección del suplemento al poeta, dramaturgo y guionista César Tiempo, seudónimo de Israel Zeitlin, quien también se había hecho pasar por "la mujer de vida airada" Clara Beter para firmar algunos de sus poemarios. César Tiempo, muy apreciado en los círculos culturales de izquierda bautizados Boedo, por oposición a los de derecha, bautizados Florida, cuya figura más representativa era Jorge Luis Borges, logró reclutar para el suplemento a otros escritores de Boedo como el anarquista Elías Castelnuovo y el comunista Álvaro Yunque (seudónimo de Arístides Gandolfi Herrero).

Consiguió asimismo que, para sorpresa de muchos, Pablo Neruda accediera a colaborar con el diario secuestrado por los peronistas.

En 1955, derrocado Perón, la Revolución Libertadora devolvió La Prensa a su legítimo propietario y director, Alberto Gainza Paz, que se había exiliado en Estados Unidos para eludir la persecución.

Por supuesto, si el peronismo se había atrevido a amordazar a diarios independientes y prestigiosos como La Prensa, El Intransigente y La Nueva Provincia, con grave deterioro de su imagen internacional, nada lo frenó a la hora de encarnizarse con la prensa de los partidos opositores. Fue inmisericorde con el semanario La Vanguardia, del Partido Socialista, fundado en 1894, y con los que lo sucedieron tras su clausura. Tampoco corrieron mejor suerte Provincias Unidas, órgano de la Unión Cívica Radical, ni sus vástagos El Ciudadano y Adelante, condenados a la clandestinidad. Y el diario La Hora y el semanario Orientación, del Partido Comunista, se contaron entre las primeras víctimas del inquisidor diputado Visca.

Hoy son Clarín, La Nación y Perfil los que están en la mira de la nueva generación de represores, tan intolerantes y aficionados a la mordaza como sus próceres de pacotilla, y tan indiferentes como éstos a la imagen deleznable que proyectan fuera de su enclave tercermundista.

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