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Eduardo Goligorsky

Operación Quilombo

Perduran en España partidos políticos democráticos y movimientos cívicos capaces de sofocar el quilombo y rescatar el orden constitucional.

El diario El Mundo informó el 29 de julio de que el ministerio del Interior había dado a conocer detalles de una tarea de espionaje que las fuerzas de seguridad del Estado habían practicado en Cataluña. El objetivo consistía en impedir que las autoridades golpistas de la región cumplieran su plan de ejecutar el 1 de octubre un referéndum ilegal encaminado a respaldar la declaración unilateral de independencia. El referéndum se llevó a cabo en un clima de violencia y sin ninguna garantía de fiscalización imparcial, con los consiguientes fraudes, y sus responsables están sometidos a juicio en el Tribunal Supremo. Los muy caraduras se defienden argumentando que aquello fue un farol (Clara Ponsati dixit) y a renglón seguido prometen volver a hacerlo.

Como es lógico que suceda en una investigación de esta naturaleza, el espionaje que ahora sale a luz recaía sobre algunos funcionarios, incluidos Mossos d´Esquadra, que estaban comprometidos con el procés y eran sospechosos de malversar fondos públicos y de colaborar en la introducción clandestina de urnas y papeletas. Según informa el diario citado, se descubrió que, simultáneamente, actuaba un equipo de Mossos encargado de espiar al ministro del Interior de España. Todo este tinglado está en manos de la justicia, tan temida y agraviada por los transgresores.

Desenmascaran a los traidores

Es sintomático que periodistas enrolados en el catalanismo presuntamente moderado y firmantes de manifiestos conciliadores, pierdan el oremus cuando se enteran de que las fuerzas de seguridad del Estado cumplen con su deber y vigilan a los enemigos del orden constitucional y de la integridad de la Nación. Jordi Amat, que conoce tan bien como el que más los entresijos del 1-O, de las conspiraciones que lo precedieron y sucedieron y de las que volverán a perpetrar los reos y sus compinches prófugos o instalados en la Generalitat, despotrica contra los "chantajistas profesionales y periodistas sicarios", confundiendo premeditadamente a los protagonistas de la sórdida "Operación Cataluña" con los profesionales del CNI y la Policía Nacional que desenmascaran a los traidores. Es a estos patriotas a los que Amat acusa de sabotear el mitificado procés, usando una navaja de noche, en tanto que de día utilizan el Constitucional como una lima ("Sabotaje", LV, 26/7).

Guerra abierta

Si se desea catalogar verazmente lo que sucede en Cataluña, habrá que rotularlo "Operación Quilombo". Este argentinismo ya incorporado a la jerga coloquial española, designaba inicialmente al burdel, pero hoy es sinónimo de desorden, confusión o caos. Un quilombo que ha llegado a su punto culminante con la guerra abierta que enfrenta entre sí a las dos (¿o son tres o cuatro?) siglas de partidos supremacistas, y a estos con los movimientos antisociales que ambicionan reemplazarlos ocupando las calles, los centros de estudio, los medios de comunicación, los clubes deportivos, los sindicatos, los colegios profesionales y las cámaras de comercio. Todo ello aplicando al pie de la letra la metodología comunista, nazifascista y franquista. O sea que la "Operación Quilombo" ensaya en la ficticia república catalana todas las variantes del totalitarismo puro y duro.

Vayamos a la hemeroteca en busca de otros testimonios del quilombo.. Sería útil repescar aquel exabrupto derrotista de Carles Puigdemont, para bajarle los humos ahora que mariposea por Europa en busca de apoyos imposibles (LV, 1/2/2018):

El mensaje era privado, pero las cámaras de Telecinco lo captaron del teléfono móvil del conseller Antoni Comín mientras participaba en la localidad flamenca de Lovaina en un acto organizado por la Nueva Alianza Flamenca (NVA).(…) "Volvemos a vivir los últimos días de la Catalunya republicana" (…) "Supongo que tienes claro que esto se ha acabado. Los nuestros nos han sacrificado, al menos a mí. (…) Yo ya estoy sacrificado tal como sugería Tardà".

Esquela fúnebre

La esquela fúnebre de la "Operación Quilombo" la redacta, harta de postureos, la inefable Pilar Rahola ("El pacto", LV, 12/7). A ella la indignan los pactos que JxCat y ERC firman, alternadamente, con el PSC en ayuntamientos y diputaciones. Los interpreta como un triunfo del funámbulo Miquel Iceta. Pero simultáneamente recita el responso del supremacismo:


Al fin y al cabo, los socialistas sabían que los dos partidos del 1 de octubre están más desunidos (y enfrentados) que nunca, y que esta debilidad era oro puro para imponer su estrategia.

(…)

El independentismo ni sabe donde va, ni tiene estrategia planificada, ni es capaz de consensuar una hoja de ruta de mínimos que planifique los próximos pasos. (…) El resultado final es brutal: el PSC no ha sufrido ningún desgaste por su apoyo al 155, ERC y JuntsxCat están en plena guerra de barro, y la gente, en la calle, no entiende nada. El espíritu del 1 de octubre es, hoy por hoy, un alma en pena.

El enfado de Rahola es el típico de las criaturas caprichosas que no soportan el choque de sus deseos con la realidad. El quilombo que aqueja al supremacismo es producto de la confluencia de corrientes autoritarias, impulsadas por apetitos desmesurados y desprovistas de sustento racional y moral. Pero estos fueron precisamente los componentes de los movimientos totalitarios que desangraron a la humanidad en el siglo XX y que han dejado secuelas macabras en un mosaico de satrapías de izquierda y derecha.

Tampoco debemos regocijarnos prematuramente al leer esta esquela. El panorama que pinta Rahola podría tranquilizar a los constitucionalistas si no fuera porque en el otro extremo de la mesa de negociaciones están sentadas las piltrafas del sanchismo mercenario, predispuestas a cederlo todo a los enemigos de España -frikis chavistas, sectas golpistas catalanas y euskaldunizadores del consorcio peneuvista-bilduetarra- a cambio de una parcela de poder.

Nos queda el consuelo de que perduran en España partidos políticos democráticos y movimientos cívicos capaces de sofocar el quilombo y rescatar el orden constitucional y la Monarquía parlamentaria. Lo lograrán si no se distraen ensimismados en sus propios quilombos.

PS: Ernesto Ayala-Dip escribe ("Los que no quieren la condena", El País, 7/8) en nombre de "quienes no desean la independencia de Cataluña pero tampoco que se castigue como medida de escarmiento por las gravísimas imprudencias jurídicas (sí, jurídicas) en aras de unas innecesarias fronteras, ejércitos y embajadas propias". Se remite por eso al pragmatismo y la misericordia (sic) del Tribunal Supremo para que dicte una sentencia absolutoria. En ausencia de la cual el Gobierno debería estudiar el indulto. ¿Aceptarían el autor de ese artículo y quienes comparten su buenismo claudicante con el sello del PSC, que alguien, después de desaprobar los abusos sexuales como él desaprueba la independencia, aplicara su criterio magnánimo para pedir la absolución o el indulto de las manadas de violadores? Cuidado con las complicidades encubiertas, cualquiera sea la naturaleza de los delitos para los que se pide clemencia.

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