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Emilio Campmany

El guiño de Susana

Pablo Iglesias debe elegir entre seguir soñando con ganar las elecciones generales a base de los votos de los desengañados o quitarse la careta.

Pablo Iglesias debe elegir entre seguir soñando con ganar las elecciones generales a base de los votos de los desengañados o quitarse la careta.

Podemos irrumpió con vocación de barrer a los viejos partidos y hacerse con todo el poder. Y las encuestas llegaron a anunciar que eso sería lo que ocurriría, tal es el hartazgo que la gente tiene de las muchas corrupciones que pudren al PSOE y al PP. Podemos se presentaba como un partido de inequívoco origen izquierdista, pero con vocación de transversal, que quería ofrecer una respuesta a todo aquel que se sintiera indignado con el sistema y quisiera darle una patada a la mesa, tirar la vajilla y hacer añicos la cristalería, ya muy desportilladas de todas formas. A su regazo acudieron no sólo tradicionales votantes de izquierdas, también desengañados votantes del PP que buscaban algo nuevo, saliera de donde saliera. Los resultados que obtuvo en las elecciones europeas fueron algo más que magníficos, si se tiene en cuenta que Podemos era una fuerza completamente nueva con líderes de los que nadie había oído hablar unos meses antes. Y fue entonces verosímil que Podemos acabara siendo en elecciones de más fuste efectivamente la fuerza más votada.

Para poder sostener esa tendencia eran necesarias muchas cosas, que no se descubriera que reciben financiación de países no democráticos, que no pagan todos los impuestos que deberían por esa financiación; pero sobre todo era necesario que no se supiera que Podemos no deja de ser un partido de viejos comunistas, de los de toda la vida, y que tiene en consecuencia poco de nuevo o fresco que ofrecer. Sin embargo, se supo, y en las primeras elecciones en las que ha participado después de las europeas no ha sido ni mucho menos la fuerza más votada. Y aun habiendo obtenido unos notables 15 escaños, ha resultado evidente que a quien ha conseguido atraer es al antiguo electorado de Izquierda Unida y a una pequeña parte del más extremista del PSOE. O sea, que desaparece el viejo PCE disfrazado con las siglas de IU para ser sustituido por otros comunistas escondidos bajo un lema de copyright norteamericano. En resumen, los mismos puños en alto de siempre.

Habiendo ido así las cosas, a Pablo Iglesias no le queda otra que elegir entre seguir soñando con ganar las elecciones generales a base de los votos de los muchos desengañados que hay o quitarse la careta y hacer lo que ha hecho toda la vida Izquierda Unida, que así le ha lucido el pelo. Y que consiste en completar las mayorías del PSOE cuando lo ha necesitado a cambio de las migajas que los socialistas dejen en la mesa. Renunciar a lo primero y convertirse en lo segundo es lo que significa sostener a Susana Díaz en Andalucía. Pablo Iglesias lo sabe y, a pesar de eso, es lo que quiere hacer. Lo que no sé si sabe es que entonces el destino que le cabe esperar a su partido es el mismo que ha merecido IU, ser fagocitado tarde o temprano por el PSOE. Aun así, a lo mejor le merece la pena. Todo depende del tamaño de las migas.

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