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Emilio Campmany

Jacques Chirac: entre De Gaulle y Talleyrand

Se corrompió, se divirtió y supo aparentar que Francia tenía un poderío que en realidad hacía tiempo que había perdido.

Se corrompió, se divirtió y supo aparentar que Francia tenía un poderío que en realidad hacía tiempo que había perdido.
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Marx reconoció a Hegel el mérito de haber descubierto que los hechos y personajes de la Historia aparecen dos veces. Y luego añadió de su cosecha que lo hacen una vez como tragedia y la otra como farsa. Es la única enseñanza útil que dejó el marxismo. De Chirac se podría decir que fue la farsa del trágico De Gaulle. Incluso su imagen lo sugiere. Porque Chirac llevó adelante su larguísima vida política sin parar de reírse, hasta que dos profundos surcos se le formaron a ambos lados de su amplia boca. Y De Gaulle, en cambio, siempre mantuvo un gesto circunspecto y serio, como si la situación fuera eternamente grave y nunca hubiera margen para gastar bromas.

Como De Gaulle, Chirac también aborreció a las dos grandes potencias anglosajonas que liberaron a su país de los nazis. Porque la caridad con el orgulloso es más un oprobio que un favor. Y muchos franceses nunca perdonaron a norteamericanos y británicos que les privaran de la oportunidad de librarse ellos solos de los alemanes. Aún se perciben los efectos de la humillación de ser ocupados sin apenas resistencia y la todavía peor de ser liberados por extranjeros. De Gaulle les hizo pagar la ofensa, a unos en la OTAN, y a los otros en lo que hoy es la UE. Chirac, por su parte, aprovechó la ocasión de la Guerra de Irak. Se opuso con vehemencia a ella, acusando a los norteamericanos de ejercer, con la servil ayuda británica, una suerte de imperialismo intolerable al que los franceses, amantes como nadie de la libertad, se opondrían con todas sus fuerzas. Es verdad que Bush emprendió esa guerra con mucha torpeza, aunque tuviera la justificación del brutal ataque que su país acababa de sufrir, pero el caso es que la misión en Irak no habría sido nunca el estrepitoso fracaso que finalmente fue sin la deserción de Chirac.

Pero, siguiendo la teoría de Marx, podría ser que el antecedente trágico de Chirac no fuera De Gaulle, sino Talleyrand. El príncipe de Benevento fue sin duda el personaje más corrupto de su tiempo. Hizo muchos favores y todos los cobró, hasta hacerse inmensamente rico. También tuvo un rosario de amantes, con sus correspondientes escándalos. Nada de esto le impidió ser uno de los más eficaces servidores de Francia y preservar, aun después de Waterloo, el territorio y la independencia de Francia, además de conservar para ella su estatuto de gran potencia. Chirac, como farsa de su antecesor, no fue tan corrupto, ni tuvo tantas amantes ni prestó a su país servicios tan notables como los del clérigo, pero se corrompió, se divirtió y supo aparentar que Francia tenía un poderío que en realidad hacía tiempo que había perdido.

En cualquier caso, por mucho que fuera la farsa de De Gaulle o de Talleyrand, la figura de Chirac se agiganta si se compara con los políticos de hoy. El que en su día fuera tachado de fifiriche hoy aguanta mal que bien la comparación con De Gaulle y Talleyrand. A Macron debería agradecérselo si pudiera.

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