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Emilio Campmany

La nueva política exterior

Hay dos noticias relativas a nuestra política exterior: una buena y una mala.

Hay dos noticias relativas a nuestra política exterior: una buena y una mala.
El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares. | EFE

Hay dos noticias relativas a nuestra política exterior: una buena y una mala. La buena es que el nuevo ministro de Exteriores es un diplomático de carrera. La mala es que ha sido nombrado por ser amigo de Pedro Sánchez y no por sus méritos. En cualquier caso, la profesionalidad de Albares no garantiza que en el futuro el ministerio se dedique a lo que debe, a defender los intereses nacionales de España.

La cuestión es que José Manuel Albares ha evitado que su primer viaje al extranjero sea a Marruecos, como absurdamente suelen hacer nuestros jefes de la diplomacia al poco de ser nombrados. Es una actitud valiente si se tienen en cuenta los desdenes a los que nos somete el reino norteafricano. La frontera con el país vecino sigue cerrada al tráfico de personas, lo que ha acarreado grandes pérdidas a las empresas que viven de la operación Paso del Estrecho, y Mohamed VI planea abrir a corto plazo una línea marítima que conecte Tánger con el Algarve portugués para hacer que esas pérdidas sean permanentes. Encima, la embajadora sigue sin volver a España tras haber sido llamada a consultas hace tres meses. En estas condiciones, haber viajado a Marruecos habría sido una bajada de pantalones inexplicable, pero, considerando las muchas veces que España se ha humillado ante el "país amigo", no hubiera extrañado. O quizá lo que ha pasado más probablemente es que se ha intentado que Albares hiciera ese viaje como primera excursión al extranjero y hayan sido las autoridades marroquíes las que no han querido recibirlo. En tal supuesto, sería Marruecos quien nos tiene castigados y no nosotros a él.

Para vislumbrar lo que realmente está pasando hay que tener en cuenta que Sánchez no quiere líos con nadie a menos que sea nuestra derecha y está dispuesto a que nuestro país incline la cerviz ante cualquiera que le proporcione una imagen con la que abrir los telediarios, como hizo cuando se dejó humillar por Biden o como sin ir más lejos hace todos los días con sus aliados comunistas y nacionalistas.

No obstante, hay que admitir que la posición del nuevo ministro es, al menos en apariencia, bastante más gallarda que la de su antecesora. Pero para demostrar que efectivamente ha habido un giro en nuestra política exterior en defensa de nuestros verdaderos intereses nacionales bastaría con que el nuevo ministro hiciera dos cosas. Primero, destituir de nuestra embajada en La Habana al diletante amigo de Ábalos que hoy la ocupa. Y segundo, poner en su lugar a un verdadero diplomático con órdenes estrictas de defender allí en nombre de España la democracia para Cuba y los derechos humanos para nuestros hermanos. En este asunto, los intereses particulares de unos pocos empresarios españoles que le han cogido el gusto al capitalismo comunista son irrelevantes frente al interés nacional, coherente con que triunfe la libertad en Cuba. Destituirá al amigo de Ábalos, una vez que ha sido convenientemente purgado. Pero lo otro es harina de otro costal. El PSOE es el PSOE.

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