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Emilio Campmany

No son cuadros, son casta

Los políticos están conjurados para preservar sus inmerecidos privilegios.

Ciudadanos está acogiendo deshechos de tienta de los dos grandes partidos. Son noticia José Ramón Bauzá, del PP, y Celestino Corbacho, del PSOE, pero hay muchos más. El fenómeno es hasta cierto punto decepcionante. Ciudadanos quería ser un soplo de aire fresco, un grupo de gente nueva, con nuevas ideas que venían sin contaminar. Ahora, que parece que llega la hora de ocupar cargos, habida cuenta de los miles que son, no tienen con quién ocuparlos y necesitan recurrir a los descartes de los dos grandes partidos. Así que el aire fresco de Ciudadanos está un poco emponzoñado y, aunque no lo esté tanto como el que se respira en Ferraz y Génova, ya no es esa brisa limpia que se nos había prometido.

Nos cuentan, para combatir la frustración que entre el electorado cunde al ver tanta cara vieja en un partido nuevo, que Ciudadanos no tiene cuadros suficientes. Es verdad. La política española está diseñada para ser clientelar y el partido que gana las elecciones tiene cargos para dar y tomar. Así la conformó el PSOE y así la toleró el PP. Es la versión moderna del "colócanos a tós" de Natalio Rivas. Sin embargo, esta explicación no vale.

Otra versión más elaborada que circula es que, aunque son muchos los españoles con preparación sobrada para ocupar esos cargos y desempeñarlos de manera tanto o más eficaz que los políticos profesionales que padecemos, la mayoría de ellos no quieren ni oír hablar de meterse en política. Es una actividad mal pagada, que exige mucha responsabilidad y que expone al que opta por ella al escrutinio público y a la crítica feroz de los adversarios y de los medios de comunicación. Sencillamente, a la gente de valía no le merece la pena. Esta explicación se acerca a la verdad, pero no es toda la verdad.

Lo crucial es que los políticos desempeñan su actividad en un ambiente de muy poca exigencia moral. No es que todos sean redomados corruptos, aunque muchos lo sean. Lo que ocurre es que los demás, aunque no se corrompan abiertamente, gozan de prebendas, privilegios y favores que no está claro que tengan derecho a disfrutar. Hablo de nombrar gente a dedo, dar subvenciones arbitrarias, abusar de los gastos de representación y cosas así. En cualquier caso, los políticos están conjurados para preservar sus inmerecidos privilegios.

Aunque no sea mucha, claro que hay gente de valía, suficientemente preparada, dispuesta a dedicarse al servicio público durante unos años a cambio de una remuneración relativamente modesta. Lo que pasa es que, en la medida en que no estén dispuestos a compadrear con las corruptelas que rodean a la política, se encuentran cortado el paso por quienes ya están dentro. El que tiene la suficiente exigencia moral como para no disfrutar de lo que indebidamente se le ofrece es un peligro para quienes sí lo hacen. Y lo es porque, cuando se dé cuenta de lo que hay, pretenderá, en el mejor de los casos, cambiarlo y, en el peor, lo denunciará. Por eso es tan difícil encontrar gente nueva. Incluso para los partidos nuevos.

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