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Emilio Campmany

Pajas extremistas y vigas antidemocráticas

Vox podría ser un partido fascista y estaría tan legitimado para defender sus ideas como los partidos comunistas que padecemos. Pero no lo es.

Vox podría ser un partido fascista y estaría tan legitimado para defender sus ideas como los partidos comunistas que padecemos. Pero no lo es.
Europa Press

Dos miembros del PSOE, Pedro Sánchez y Eduardo Madina, han hecho sendas declaraciones en las que ambos han acusado a Vox de ser de extrema derecha y por ende de ser peor que cualquier izquierda, incluido Bildu. Aunque parezca la típica salida socialista, la verdad es que en toda Europa occidental está arraigada la idea de que los comunistas, aunque no sean todo lo demócratas que sería deseable, son mejores que los fascistas. En Europa del Este no pasa eso porque allí saben muy bien cómo son los comunistas. La otra pata del infundio es naturalmente la de tener por fascista a toda derecha que no sea de un modo u otro socialdemócrata, por lo social, como la democracia cristiana o por lo laico, como la liberal.

Esta patraña, que tiene contra las cuerdas al PP por el pecado de lesa democracia de formar gobierno con Vox en Castilla y León, tiene su origen en la Segunda Guerra Mundial, cuando las democracias derrotaron al fascismo. Como en el bando vencedor estaba la Unión Soviética, hubo que construir la ficción de que Rusia era una democracia imperfecta, siempre mejor que cualquier fascismo. Luego, los partidos comunistas en Occidente colaboraron en la reconstrucción de los regímenes democráticos reprimiendo sus instintos revolucionarios. Incluso en los setenta, el eurocomunismo pareció ser sincero cuando se comprometió a conservar la democracia en caso de alcanzar el poder. En España, nadie puede negar al PCE su aportación al régimen del 78, aunque sus militantes de hoy renieguen de esa herencia.

Toda esta narración podría más o menos colar si la derecha que ayudó a levantar la democracia después de la guerra en Europa hubiera sido sólo la que la izquierda está dispuesta a tolerar. ¿De dónde creen los socialistas que salieron los votantes que dieron el poder a De Gasperi en Italia, a Adenauer en Alemania o a De Gaulle en Francia? Que la derecha acertara a encontrar líderes no comprometidos con Mussolini, Hitler o Pétain no significa que sus votantes no lo hubieran estado. ¿O creen los socialistas que quienes votaron a Felipe González en 1982 eran todos furibundos antifranquistas en los sesenta? Lo que no termina de querer comprender la izquierda es que, si en esos tres países, igual que en España, una parte considerable de sus conservadores transigieron con las dictaduras fascistas no fue por crueldad ni por extremismo, sino por miedo al comunismo. Un pavor que era, visto lo ocurrido a partir de la revolución de 1917, más que fundado.

Vox podría ser un partido fascista y estaría tan legitimado para defender sus ideas como lo están los diversos partidos comunistas que padecemos en España. Pero no lo es. No es más que un partido de derechas, conservador y católico, españolista y algo liberal. En consecuencia, es mucho más tolerable que los aliados de Sánchez, que son golpistas y terroristas que quieren acabar con España y comunistas que desean liquidar el régimen del 78 y la democracia, como en Venezuela, Nicaragua o Bolivia. Es natural que el PP de Feijóo quiera marcar distancias con Vox, pero lo tendrá que hacer poniendo el acento en las ideas diferentes que tenga y no aceptando las etiquetas que reparte la izquierda, que busca la paja extremista en el ojo ajeno y no ve la viga antidemocrática en el propio.

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