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Emilio Campmany

¿Y si también se va Messi ?

Tendría guasa que, después de haberse ido tanta gente, tuviera que ser la marcha de un futbolista lo único capaz de abrir los ojos a los nacionalistas catalanes.

Tendría guasa que, después de haberse ido tanta gente, tuviera que ser la marcha de un futbolista lo único capaz de abrir los ojos a los nacionalistas catalanes.
Cordon Press

El separatismo catalán alcanza tal grado de estolidez que a sus líderes y seguidores les da lo mismo que se vayan La Caixa o el Sabadell, Allianz o Catalana Occidente, La Bruixa d’Or o Colonial. Les importa igualmente un rábano que a Barcelona no le den la Agencia Europea del Medicamento. Les toca las narices que, además de las empresas, huyan de Cataluña las personas. Les resbala por completo que el PIB de su región sea cada vez más bajo en términos relativos. Mucho menos les preocupa que, gracias a ellos, la sociedad catalana esté dividida, fracturada y enfrentada. Todos los sacrificios son pocos con tal de alcanzar la Cataluña independiente que Prat de la Riba soñó. Pero, amigo, ¿qué ocurrirá si una de las penas con las que hay que pechar es que se vaya Messi? ¿Estarán dispuestos a asumir tal pérdida? ¿Podrán compensar con esteladas, velas y cortes de carretera la tremenda decepción que tal huida provocará? ¿Tendrán los redaños necesarios para soportar la idea de una Cataluña huérfana del argentino?

No es descabellado que la catástrofe, peor que las siete plagas de Egipto, finalmente se desplome sobre las cabezas de todos los culés. En realidad, si Messi acaba firmando por otro club, no será más que uno de los muchos que, teniendo ocasión de hacerlo, ha preferido huir de una región gobernada por insensatos. Los directivos del Barcelona han convertido al club en ariete del independentismo, provocando la desafección de todos los culés que no son separatistas y, sobre todo, la aversión de la mayoría de los españoles. Las empresas que están en condiciones de ofrecer al astro rosarino pingües contratos publicitarios desean tener como potenciales clientes no sólo a los separatistas catalanes, también a los demás. Y un jugador de un equipo de fútbol cuyos directivos animan a sus hinchas a pitar el himno de España no parece el mejor reclamo para atraer a la mayoría de los españoles. Mucho más ahora que se ha demostrado que el independentismo ha conseguido irritar en mayor o menor medida a casi todos los que no son de su cuerda. Si el futbolista está percibiendo que no le llegan tan buenas ofertas publicitarias como deberían, no tendría nada de particular que se estuviera planteando, como tantos otros profesionales, irse de Cataluña aprovechando que su contrato expira a final de temporada.

Si fuera así, a ver cómo lo explican los independentistas. Intentarán alegar que la culpa es del 155, de Arrimadas o de Albiol. Pero no parece que en esta ocasión vayan a colar las peregrinas explicaciones con las que habitualmente justifican los desastres que ellos mismos provocan. El caso es que tendría guasa que, después de haberse ido tanta gente, tuviera que ser la marcha de un futbolista, si es que Messi finalmente se va, la única capaz de abrir los ojos a los nacionalistas catalanes. El poder del fútbol.

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