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Enrique Navarro

Los talibanes nunca se fueron

No hemos hecho nada para transformar el país y ahora lo apostamos todo a que los talibanes no incordien a los pakistaníes ni a los iraníes.

No hemos hecho nada para transformar el país y ahora lo apostamos todo a que los talibanes no incordien a los pakistaníes ni a los iraníes.
EFE

Hace veinte años, los talibanes fueron derrotados por las fuerzas occidentales en una guerra rápida pero efectiva, y desde entonces los ejércitos de la Alianza Atlántica han estado desplegados para garantizar la estabilización del país y la creación de un gobierno democrático que impidiera la instauración de otro santuario terrorista. Sin embargo, en apenas unas pocas semanas, unos sesenta mil talibanes han sido capaces de poner en desbandada a un ejército que le triplicaba en efectivos y con material infinitamente más moderno. Todos podemos preguntarnos cómo ha sido esto posible, y unida a esta cuestión, interrogarnos sobre para qué hemos estado allí todo estos años con un coste enorme y finalmente para qué sirvió la muerte de más de cien compatriotas en aquél conflicto.

Una de las decisiones de las potencias colonialistas, y que a mi me tocó vivir en Irak, es la de cómo armar al país que se está administrando. Siempre existe el temor a que un territorio que ha sido ocupado durante años con un fuerte y disciplinado ejército, termine convirtiéndose en un enemigo estratégico para la potencia ocupante. Por eso, todos los procesos de descolonización, y éste no deja de ser uno más, maquillado con una supuesta administración local de corte occidental, han terminado como el rosario de la Aurora.

En 2003, una vez derrotado Saddam Hussein, se plantearon tres opciones en Estados Unidos sobre los siguientes pasos que debían darse: rehabilitar al ejército derrotado, el único real y eficaz que existía, aun con el coste de perpetuar en el poder al régimen que se había vencido; armar y preparar un nuevo ejercito iraquí potente que tuviera la capacidad de imponer la seguridad en el país y ser un factor de estabilización, o hacer una pantomima de ejército para hacer creer a todos, que se estaban haciendo esfuerzos en la estabilización del estado. Si recordamos cómo huían decenas de miles de soldados regulares iraquíes ante las embestidas de unos pocos cientos de terroristas del Estado Islámico, entenderemos lo que ha ocurrido en Afganistán.

Nunca las fuerzas occidentales hicieron un esfuerzo serio para crear un ejército afgano; se le entregaron aviones, pero no las capacidades de mantenimiento. Se les entregaron armas pesadas, pero sin munición. Mientras, la CIA resolvía pequeños focos de resistencia esparciendo dólares antiguos marcados.

Un Afganistán dominado por unos centenares de miles de talibanes en 2021 no es la misma amenaza para Occidente que en 2000. La tecnología y las fuerzas de inteligencia son mucho más capaces de impedir atentados terroristas o amenazas a Occidente con más capacidad que controlando -supuestamente- un territorio como Afganistán. Así que la primera lección es que estos veinte años nos han permitido garantizar ciertos niveles de seguridad hasta conseguir controlar con más eficacia los movimientos terroristas sin necesidad de un desgaste para el que Occidente ya no está preparado moral e intelectualmente.

Muchos de los que acudieron a pacificar a Afganistán lo hicieron en la creencia de que iban a contribuir a mejorar la vida de un país; era emocionante ver a las niñas marchando en grupos al colegio, o ver los salones de belleza abiertos y las urnas llenas de votos, pero nada de esto era sostenible porque el país no está preparado para un cambio, que sinceramente en los pocos países musulmanes donde se ha producido, ha costado muchas décadas. No podemos hacer el trabajo que los afganos no son capaces de hacer. Si ellos no valoran lo que tienen, quiénes somos nosotros para imponer modelos de conducta. Fuimos a Afganistán a destruir un régimen terrorista y quizás hoy ya no puedan repetir el modelo, esa era la misión.

Por mucho empeño que pongamos ¿debemos ser unos pocos, los que impongamos un modelo social al que todavía se resisten muchos? Si ellos, los afganos, no valoran lo que habían conseguido, y salen corriendo, ¿qué debemos hacer nosotros, continuar con un sacrificio que al final no es agradecido?. El hecho real es que los soldados regulares salen en desbandada cuando aparecen los talibanes, y en la mayoría de los casos se pasan con su fusil al enemigo, y esto explica la rápida evolución del conflicto en estas semanas.

Ya no podíamos seguir allí manteniendo un régimen que al final se sostenía en las decisiones de unos jefes tribales que se compraban con dinero occidental o que se financiaban de la heroína. No hemos hecho nada real para transformar el país, y ahora todo lo apostamos a que esos talibanes con el dinero que habrán cobrado, se dedicarán a masacrar a la oposición e impondrán su radicalismo religioso, pero sin incordiar a los pakistaníes ni a los iraníes que es lo único que preocupa a Occidente, y mucho menos albergando a un nuevo Bin Laden; ya saben el precio de hacerlo.

Pero no nos confundamos, un acuerdo con un talibán puede durar lo que tarde en llegar un iluminado con una oferta mejor. Afganistán volverá a estar, como en los doscientos años anteriores en el ojo del huracán. Ahora los vigilaremos con los drones y los satélites, y enviaremos acciones de represalia cuando sea conveniente para recordarles, que ya una vez fueron derrotados. Esa es la única garantía de que no se saldrán del tiesto por un tiempo.

Pero en el fondo es una pena ver que tanto esfuerzo y sacrificio solo ha servido para que en unas pocas semanas todo haya vuelto a la situación de partida, y ya no volveremos a ver cometas en el cielo de Kabul ni a las niñas estudiar y veremos cerrar museos y destruir monumentos. No tengamos ninguna duda, la excusa que movió a la comunidad internacional, EEUU o España a sacar sus tropas del país -no ver cómo morían allí los nuestros- volverá al centro del debate en unos años, porque Afganistán amenaza con volver a convertirse en un agujero de la seguridad mundial.

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