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Eva Miquel Subías

Ideas en barrica de roble americano

Los intencionadamente denominados viejos partidos no están de moda. Pero nada 'trendy', oigan.

Los intencionadamente denominados viejos partidos no están de moda. Pero nada trendy, oigan. Me refiero, claro está, a España. A esa gran nación a cuya población le gusta flagelarse sin piedad una y otra vez. A esa gran nación cuya sociedad no se perdona su pasado relativamente reciente, la misma que se resiste a creer en ella y en su potencial, a pesar de haberse demostrado, en momentos no sólo delicados, sino casi dramáticos, que el pueblo español, unido, es una maquinaria bien engrasada y efectiva como pocas.

Y tengo que recalcar que me refiero a España, ya que los viejos partidos republicanos y demócratas americanos, o los británicos laboristas y conservadores, por poner simplemente dos de los ejemplos más conocidos, siguen gozando de buena salud. Con sus achaques, con alguna salida de tono, con personas que no han sido -en determinados momentos- dignas de pertenecer a ninguno de ellos, pero siguen sustentando la mayor parte de los principios y valores hacia los que una mayoría de ciudadanos suele orientarse.

Del mismo modo que a los que aquí llamarían viejos periodistas son los que en los Estados Unidos ocuparían el front row de la Casa Blanca, como estuvo haciendo, sin ir más lejos, la octogenaria Helen Thomas, hasta que se nos rebeló algo antisemita, siendo protagonista de una polémica que dudo hubiera deseado justo entonces. Del mismo modo que a los presentadores de las principales cadenas de informativos, no sólo anglosajones, sino en la práctica totalidad de países civilizados, donde la credibilidad suele ir acompañada de una seniority más que reseñable. Como en otras muchas disciplinas, donde los rostros frescos se mezclan con los que lucen espolones a todos los efectos y cuya combinación no debe resultar del todo mala.

Las ideas, sin embargo, no creo que sean viejas o nuevas. Ni los principios, ni los valores. Las hay buenas y malas. Están las ideas mejor o peor defendidas, mejor o peor comunicadas y sobre todo, mejor o peor encarnadas. Pero las ideas, queridos lectores, permanecen. Y mejoran. Y conservan un aroma más que agradable.

Cambian las actitudes. O las reglas de juego. Es evidente que no puedes salir a un campo de rugby empleando técnicas futboleras, para utilizar el argot de los defensores del balón ovalado. Y cambian las maneras de enfocarlas o transmitirlas. Pero ellas, ahí siguen. Y así será por mucho tiempo, me temo.

Una formación política requiere de una sólida estructura. Y un rumbo ideológico perfectamente marcado. Algo, por otro lado, tramposo, ya que, bien es cierto, que si no se actúa con contundencia con respecto a un comportamiento poco ético o un hecho claramente delictivo, esa misma maquinaria puede resultar farragosa y confusa.

Pero, insisto, los cimientos de un partido, nos gusten más o nos gusten menos, no se construyen de la noche a la mañana.

Y es lógica la sensación de desamparo cuando una formación política se ve afectada por un escándalo. O cuando algunos destacados militantes deshonran a la formación que les ha servido de plataforma. Muchas decepciones que siguen siendo una minoría frente a la gente honrada que decide dedicar su tiempo en un puesto de responsabilidad público. Así es y así lo sigo creyendo. Como en la profesionalidad de miles de funcionarios que nos garantizan una Administración eficaz y seria. Yo no pido ningún voto concreto, pido sensatez.

Justo al acabar de escribir estas palabras me topo con la agresión a Mariano Rajoy por parte de un joven de 17 años.

Un chaval que ignora el significado de democracia. O porque no se lo han enseñado, o porque no lo ha querido aprender. O simplemente porque ni sabe ni sabrá que la libertad de la que goza la han proporcionado personas, ya mayores, que han luchado de manera infatigable para que cualquiera de nosotros podamos ejercerla.

Pero cómo hacérselo entender a semejante cabestro.

En España

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