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Federico Jiménez Losantos

El Gobierno busca convertir la indignación en simplemente emoción

De creer la publicidad de esta panda que nos desgobierna, parece que el virus sea una maldición ante la que nada cabía hacer, salvo mostrar valor.

De creer la publicidad de esta panda que nos desgobierna, parece que el virus sea una maldición ante la que nada cabía hacer, salvo mostrar valor.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. | EFE

Hace bien poco habríamos creído imposible atentar de forma tan escandalosa contra el régimen constitucional y encontrar una oposición parlamentaria tan blandita como la que está disfrutando el Gobierno social-comunista. Sin la experiencia del 11M habríamos creído imposible que un cúmulo de arbitrariedades tan atroces como las perpetradas por el Poder pudiera contar con tan criminal complicidad mediática. Incluso tras vivir el 13M, no habríamos creído posible que, con más de 15.000 muertos, que son realmente el doble, quince veces más que las víctimas de la masacre de Atocha, la opinión que entonces buscó responsables donde no los había, parezca no buscarlos ahora donde los hay. Por exceso o por defecto, me temo que solos o guiados somos víctimas de un exceso de emotividad.

Ciudad de muertos, no de valientes

No hace falta que sea Semana Santa para ver con extrañeza que toda una nación confinada en sus hogares, no se haya entregado a compartir el Réquiem de Mozart y otras sublimes artes funerales. De hecho, lo que al principio fue un acto de resistencia a la crueldad del destino y a la falta de apoyo de todo el sector sanitaria, con el himno popular Resistiré, ha ido convirtiéndose en una especie de ¡Viva la Gente!, donde ya nadie muere y todos viven, nadie con nombres y apellidos está sin enterrar y los vivos se afanan en reconocerse supervivientes, donde cada noche a las ocho los españoles aplauden a los que los cuidan, con riesgo de sus vidas, donde Madrid, la ciudad con más muertos, se proclama "Ciudad de valientes". El vídeo del Ayuntamiento representa la claudicación ante el sentimentalismo que es, precisamente, lo que quiere este Gobierno para desviar sus culpas.

Miguel Ángel Blanco y los alardes de buenos sentimientos

Como sucedió con las inmensas movilizaciones tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, hay políticos capaces de desviar cualquier emoción y, tras convertirla en gran exhibición sentimental colectiva, traicionarla. Y en aquel timo a millones de españoles participaron, al menos pasivamente, muchos que querían sobre todo sentirse bien consigo mismos y conjurar el miedo a los terroristas acompañados por una inmensa mayoría emocionada, antes que exigir explicaciones racionales y el castigo de los responsables.

Mientras, activísimamente, el PNV se apresuró a abrazarse a la ETA para evitar su destrucción y Pujol corrió a respaldar al PNV. Y triunfaron porque la exhibición de manos blancas mostraba la indefensión del que se identifica con el asesinado, más que con la necesidad de hacer justicia a sus asesinos. El lema "No son vascos, son asesinos" absolvía de antemano a todos los vascos, a los nacionalistas en general y a sus socios de izquierdas de su complicidad histórica con los etarras. Ahí está ahora Bildu, junto al PNV, faltaría más, ERC y el separatismo catalán o de cualquier otro rincón sin Constitución, apoyando al Gobierno para demostrar que los alardes emotivos, si son pasajeros, pueden llegar a ser hasta contraproducentes. La emoción en sí no tiene valor cuando falta inteligencia para encauzar de forma racional la acción contra la injusticia que provocó ese sentimiento.

La propiedad asediada, la libertad condenada

Al tomar posesión el "Gobierno bonito" de Sánchez, yo escribí aquí un domingo que eso no era un Gobierno, era un anuncio. Electoral, claro está. Desde que sus planes se hundieron y los náufragos Sánchez e Iglesias formaron un nuevo Gobierno, todo ha empeorado vertiginosamente, hasta la explosión, entre vírica y apocalíptica, que ha demostrado su absoluta incompetencia en la gestión y nuestra pavorosa indefensión ciudadana.

El jueves se volvió a votar un Estado de Alarma que es claramente totalitario, padre de cualquier arbitrariedad, como hijo legítimo de ese monstruo al que algunos llaman sanchismo-leninismo. Todos los días se ataca ferozmente el derecho de propiedad, el último, legalizando la ocupación de cualquier vivienda, a gusto del necesitado. Y todos los días los partidos de oposición censuran esos abusos. Pero, con la salvedad de Vox, siguen respaldándolo en el Parlamento, "aunque no lo merezca", según dice Casado. ¿Y merecen los españoles que cada día se achique su libertad y se asegure su ruina? ¿En qué cabeza cabe que los ataques a la propiedad privada no sean fatalmente los verdugos de nuestra libertad?

Un paisaje funeral

De creer la publicidad de esta maligna panda que nos desgobierna, parece que el virus sea una maldición ante la que nada cabía hacer, salvo mostrar valor. Es como si su inmensa mortandad no fuera responsabilidad de un Gobierno que empezó negando su gravedad, continuó favoreciendo su propagación, desembocó en el caos absoluto en materia de gestión, prosiguió achacando a las comunidades autónomas del PP el desastre fruto de su propia incompetencia, salvo en el caso de Cataluña, cuyo caos se oculta tanto en Barcelona como en Madrid. Y finalmente, está utilizando todas las armas de la propaganda para asegurarse su supervivencia política.

Es desolador ver a nuestra nación debatiéndose, con el extraño amor a la vida que muestra en las peores circunstancias, pero también con esa rara capacidad de convertir en afirmación de sentimientos una fuerza que es fácilmente manipulable, hasta cambiar su sentido y darle la vuelta a lo que, sin una dirección política seria, implacable, volverá a ser la demostración de la omnipotencia de la Izquierda, y la difícil derrota de su proyecto letal, para la Nación y para la Constitución. ¿Qué necesitan todos los partidos de Oposición, digo todos, para no concederle a este Gobierno maldito ni una sola oportunidad de sobrevivir? ¿Siguen creyendo que heredarán su tumba?

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