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COMER BIEN

Cómo comerse una foto

Todos hemos visto alguna vez, cada vez más veces, fotografías de platos de tal calidad y definición que nos han hecho pensar que la imagen en cuestión está, literalmente, para comérsela: apetece, de bien hecha que está.

Conste que la fotografía gastronómica no es precisamente sencilla. No es cosa de contar aquí los trucos necesarios para que una fotografía quede realmente apetitosa; pero la verdad es que cada vez hay mejores profesionales especializados en ello, y la calidad de esas imágenes es extraordinaria. Lo dicho: dan ganas de comerse la foto o, al menos, de salir disparado al restaurante en cuestión para pedir el plato retratado... que luego no es tan bonito, qué le vamos a hacer.
 
Bien, pues ya hay quien pasa de la impresión visual a la foto comestible. Como lo leen. Se trata de un cocinero joven, aún no treintañero, llamado Homaru Cantu, que ejerce en el restaurante Moto, de Chicago. A este chico se le ha quedado pequeña la cocina, incluso la más vanguardista. Nos cuentan que, además de trabajar con helio, bióxido de carbono, nitrógeno líquido, alginato sódico o cloruro cálcico, cosas que ya se hacen por aquí, llega a cosas como aplicar a sus cocciones el rayo láser.

Naturalmente, siempre hay quien jalee estas cosas y proclame que son maravillosas; Cantu ha sido portada de importantes diarios estadounidenses. Y, claro, ha estado en el Kursaal, en el VII congreso 'Lo mejor de la gastronomía'. Allí nos propuso lo que él llama "hamburguesa a la brasa". Mejor les cuento la receta, para que ustedes mismos opinen.

Necesitarán elementos un tanto inusuales en una cocina doméstica. Para empezar, una impresora ilux modificada y apta para alimentos. La primera, en la frente. Además, doce cabezas para esa impresora, una hoja de celulosa comestible, un trozo de papel sulfurizado, un cúter para papel, doce bolsas de plástico pequeñas y una imagen digital de una hamburguesa. La cosa promete, ¿no?

Para esa imagen, hay que usar una cámara digital, un cable USB, de 30 a 120 gramos de carne picada de buey –no se me vayan a indigestar–, un panecillo redondo abierto por la mitad, condimentos al gusto, una loncha de queso cheddar, una hoja de lechuga –la receta especifica "crujiente"– y una rodaja de cebolla.

Se hace la hamburguesa al gusto en la parrilla; se tuesta el panecillo; se pone el queso sobre la carne y se deja que se funda; se monta el bocadillo de hamburguesa y se coloca en un plato blanco, se supone –la receta no lo dice– que con la hoja de lechuga y la rodaja de cebolla. Hasta aquí, todo normal; un poco rácano, pero normal.

No les falta más que fotografiar la hamburguesa con la cámara digital e imprimir la foto en la hoja de celulosa comestible. No una foto: muchas, en la misma hoja. Se recorta esa hoja, se coloca dentro de protectores de plástico y... se sirve.

Me dicen que Homaru Cantu lleva camino de hacerse multimillonario. No me extrañaría: sigue la tendencia cada vez más acusada en la cocina vanguardista de gastarse euro y medio en la materia prima, invertir en equipamiento técnico... y cobrar sus creaciones a precio de angulas, de caviar o de trufa blanca.

Tenía que venir. Cocina absolutamente virtual. Parece mentira que haya tanto público dispuesto a tragarse todo lo que le echen, con la única condición de que sea raro, nuevo, lo nunca visto. Cantu hace que ese público se coma la imagen de una hamburguesa. Sin llegar todavía a tanto –o sí: este año, uno de los platos del menú de El Bulli era también de papel, pero con más cosas–, estamos viendo cómo se nos propone comer todo lo que antes se desechaba: piel de pollo, cartílagos de la pechuga del mismo animal, escamas de pescado, espinas no menos de pescado, lacrimales de calamar...

No sólo se elaboran platos en los que esos elementos desplazan a las partes habitualmente comestibles de los animales de los que proceden, sino que, además, se nos dice que es justamente ahí donde resulta más potente, más neto, mejor, su sabor. Ahora se pretende que nos comamos un cartucho hecho con papel fotográfico, que nos comamos la fotografía del plato.
 
La verdad: puesto a comerme el 'envase' de algo, me quedo con la empanada. Y, además, el estómago humano no está diseñado para digerir celulosa; eso, las vacas, que para eso tienen cuatro estómagos especializados en hierba. Y que, a estas alturas, todavía haya quienes siguen viendo en la entrañable y vieja nouvelle cuisine la encarnación de todos los males... Para ellos... marchando una fotografía de lentejas con chorizo: oído, cocina. O, mejor dicho, oído, laboratorio.
 
 
© EFE
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