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ASESINATOS MISTERIOSOS

El crimen del capitán Sánchez

Rodrigo García Jalón, viudo rico, con una fortuna de 90.000 pesetas en títulos, mujeriego, pasada la cincuentena pero todavía de buen ver, presumido y alhajado, jugador de los de tralla, de repente se hizo humo en los ambientes que frecuentaba. En su casa le echaron en seguida de menos, porque aunque acostumbraba pasar alguna noche fuera, o improvisar un viaje, esta vez se había dejado en el cajón de su gabinete la cédula de identificación, el kilométrico del ferrocarril y el revólver que solía portar en sus desplazamientos fuera de Madrid.

Rodrigo García Jalón, viudo rico, con una fortuna de 90.000 pesetas en títulos, mujeriego, pasada la cincuentena pero todavía de buen ver, presumido y alhajado, jugador de los de tralla, de repente se hizo humo en los ambientes que frecuentaba. En su casa le echaron en seguida de menos, porque aunque acostumbraba pasar alguna noche fuera, o improvisar un viaje, esta vez se había dejado en el cajón de su gabinete la cédula de identificación, el kilométrico del ferrocarril y el revólver que solía portar en sus desplazamientos fuera de Madrid.
El Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Era el 25 de abril de 1913, sólo unas fechas después de que Sancho Alegre disparara contra Alfonso XII, atentado del que Su Majestad salió ileso. La capital era un hervidero de funcionarios cesantes, caballeros desocupados, proletarios hacendosos, coches de punto, simones y berlinas de alquiler, tranvías y unos centenares de vehículos automóviles. Un Madrid de cabezas cubiertas con bombín negro, hongo, chistera, jipi o gorra menestral. En total, una colmena de 750.000 almas en la que el hueco repentino de un desaparecido había creado una corriente de desasosiego.
 
De pronto empezaron a pasar cosas llamativamente extrañas. La tarde de aquel mismo día una joven de curvas ampulosas, embutida en un traje de levita, se atrevió, después de un leve titubeo, a entrar en el Círculo de Bellas Artes –la catedral del juego situada en el Palacio de la Equitativa–, a sabiendas de que las mujeres tenían el acceso prohibido, con la intención de cambiar por dinero una ficha de juego de 5.000 pesetas, cantidad muy elevada para la época, por lo que la llevaba nerviosamente apretada en la mano.
 
Acompañada por Antoñito, el botones, cruzó los salones del Círculo recreando las miradas de los socios, agradablemente sorprendidos por tan rotunda hembra. No obstante su indudable atractivo, no hubo manera de que el cajero accediera a sus deseos. Tenía la orden de cambiar fichas sólo a los socios; y aquella de tanto valor, que imaginó a quién pertenecía –al fin y al cabo, no circulaban tantas de 5.000—, sólo podía canjeársela al propietario en persona.
 
Antoñito pudo ver, al seguirle hasta la calle, cómo la joven iba a reunirse con un cuarentón alto, de mostacho con puntas retorcidas en arco, mirada desafiante y porte lleno de arrogancia, que vestía una americana larga y unos pantalones oscuros, ambas prendas muy desgastadas por el uso, y tocado con un sombrero hongo. La pareja se perdió entre la abigarrada fauna humana de la calle Sevilla.
 
El último día en que le vieron en el Círculo, Rodrigo García Jalón iba vestido como para una cita galante: terno gris, camisa verde con rayas rojas, corbata de seda, flexible de alas anchas e impermeable. Se despidió cambiando cinco billetes de mil por una ficha de juego roja con la cifra en dorado: al sitio al que iba no quería llevar dinero. La ficha representaba la protección de sus caudales. Intentar cambiarla no fue el único error del capitán Sánchez.
 
La desaparición de un viudo adinerado llegó pronto a oídos de un avispado reportero de sucesos predestinado para la noticia sensacional. Era de la plantilla de El Imparcial, uno de los rotativos más populares del momento, y se llamaba Francisco Serrano Anguita, de 25 años y natural de Sevilla.
 
Era tal su predestinación para la noticia que años después tomó, para su viaje nupcial, el tren 92 –con salida de Madrid a las 20,20 y destino Málaga-Sevilla–, donde viajaba la exclusiva. Al llegar a la estación de Córdoba se descubrió que habían robado el furgón correo y asesinado brutalmente a dos ambulantes; el periodista lo reflejaría en una crónica titulada 'El crimen del Expreso de Andalucía'. Así, hizo compatible su luna de miel con una espléndida nota.
 
Puede decirse que Serrano Anguita estaba verdaderamente casado con la noticia. Con ese privilegio adelantó la información sobre el misterio del hombre desaparecido el 2 de mayo ocho días después, con referencias a la misteriosa joven que había intentado cambiar la ficha en el Círculo, por la que al parecer bebía los vientos el desaparecido. La joven no era otra que La Hija del Capitán. La Policía, que ya estaba tras su pista, la había identificado como María Luisa Sánchez Noguerol, de 20 años, nacida en La Coruña, planchadora, hija primogénita de Manuel Sánchez López, capitán de la reserva destinado en la Escuela Superior de Guerra, a la sazón en la plaza Conde de Miranda.
 
La Policía dispuso en seguida de informes sobre la conducta sospechosa del padre, de quien conocía que era jugador y estaba sin blanca; también estaba enterada de que entre padre e hija había una relación incestuosa. La joven había empezado a los 14 años a tener trato con los hombres, y se rumoreaba que había dado a luz a dos hijos, ahora muertos, de su propio padre.
 
Ramón María del Valle-Inclán.Pese a los minuciosos informes, el asunto no se presentaba nada fácil. La hipótesis con la que trabajaban los investigadores era que Jalón, dada su desmedida afición por las mujeres y su predilección por La Hija del Capitán, pudo ser atraído por ésta, tal vez al propio domicilio familiar, con propósitos criminales. El enorme edificio de la Escuela de Guerra se prestaba, con sus cuadras, sótanos y cuartos olvidados, a la ocultación de un delito de la mayor gravedad.
 
Pero no fue hasta el 20 de mayo, gracias a una sacrificada inspección del alcantarillado de Madrid, cuando avanzó la investigación: se encontró, justo en el desagüe del domicilio del capitán Sánchez López, restos que podrían pertenecer a un cuerpo humano. Como consecuencia de este hallazgo se corrió la especie de que el cadáver del desaparecido, menos los desperdicios rescatados, había ido a parar a los peroles del rancho de la tropa. Ramón del Valle-Inclán se hizo eco de la creencia popular en sus esperpentos: "Lo nacional es dárselo [el cadáver] a la tropa en un rancho extraordinario, como hizo mi antiguo compañero el capitán Sánchez".
 
Dos días después se dio en la vivienda con los objetos del crimen, que habían sido hábilmente emparedados: ropa –incluida una camisa verde con rayas rojas—, un martillo, un hacha, un machete y restos humanos, que nadie dudó pertenecían a Jalón. Con esto en su poder, el juez volvió a interrogar al capitán y a su hija, que hasta entonces lo habían negado todo. Persistieron en su actitud, pero pudo recomponerse lo sucedido a raíz de una confusa declaración de María Luisa y de varios indicios.
 
Jalón y La Hija del Capitán se habían conocido meses antes en el café de San Sebastián, y se encontraron de nuevo a principios de abril en la calle de la Montera. Jalón, conocedor de la mala situación en que estaba la familia y lleno de pasión, aprovechó para ofrecerse a María Luisa como protector y brindarle alojamiento en su casa, así como a sus cinco hermanos. El 24 de abril de 1913, con el fin de obtener la conformidad del padre, quedaron en el domicilio familiar, donde no había nadie (los niños salieron al campo con el tío abuelo que los cuidaba).
 
Se sentó Jalón en el asiento que le ofreció María Luisa, de espaldas a la puerta y con ella en frente. Comenzó entonces el seductor una larga charla galante. Embebido en el efecto que creía causar con sus palabras, no se apercibió de que, detrás de él, se entreabría sigilosamente la puerta.
 
Artesa conservada en el Ecomuseo de Sinarcas (Valencia).Por ahí apareció la figura amenazante del capitán, con los ojos enfebrecidos y el ánimo resuelto. En la mano empuñaba un martillo, que brilló un instante por encima de su cabeza, y sin transición descargó el golpe brutal en el cráneo del desprevenido visitante. El segundo golpe, quizá más fuerte que el primero, acabó de asegurar la muerte: el cráneo estalló. Sin perder un momento, Sánchez registró el cadáver; pero sólo encontró veinte duros, algo de calderilla y la ficha de juego.
 
Arrastró el cuerpo hasta una artesa, donde cortó la ropa por si encontraba algo de valor entre los pliegues. Cuando se persuadió de la inutilidad de su esfuerzo, con un hacha comenzó a despiezar el cadáver. Luego ordenó a su hija que pusiera a hervir una sartén llena de aceite, para disimular los olores.
 
La cabeza de Jalón acabó en el fuego del hogar. Las partes blandas del cuerpo fueron arrojadas por el sumidero del retrete, y la osamenta, con pingajos adheridos, por el hueco entre dos muros del piso superior. Posteriormente, padre e hija se dedicaron a la tarea de limpiar los rastros.
 
Aún cometió otro error el capitán: necesitado de dinero para el juego, pignoró en el 41 de la calle Barquillo un reloj de oro con leontina, un dije y dos anillos fácilmente identificables. Con tal cúmulo de pruebas, el farruco y fanfarrón Manuel Sánchez López, nacido en la provincia de La Coruña el 2 de noviembre de 1890, héroe de Peralejo, episodio de la guerra de Cuba, con antecedentes familiares de locura, sospechoso de las desapariciones de la jaquetona rubia Luz Carbonell, viuda de Brieva, y del cándido Juan María Pérez Sánchez, Tío Luis, fue condenado a muerte en un consejo de guerra por robo con homicidio, y su hija a 20 años de prisión.
 
El capitán, que siempre se declaró inocente, fue fusilado en el amanecer del 3 de noviembre de 1913 y enterrado en Carabanchel Bajo. Su hija, después de mucho tiempo perdida en la locura, en la que rememoraba la muerte a martillazos de su maduro pretendiente, murió 12 años más tarde.
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