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CIENCIA

Universos paralelos

Algunos malvados dicen que la física cuántica es un arcano que no comprenden ni los propios físicos. Puede que sea una exageración. Pero no cabe duda de que se trata de un terreno de la ciencia que atrae, tal vez por su halo de misterio, a multitud de profanos aficionados a dejarse sorprender boquiabiertos por el deslumbre de lo desconocido. Una de las personas que mejor ha sabido aprovechar, para su beneficio y el de la ciencia en general, este magnetismo de lo cuántico ha sido Stephen Hawking.

Algunos malvados dicen que la física cuántica es un arcano que no comprenden ni los propios físicos. Puede que sea una exageración. Pero no cabe duda de que se trata de un terreno de la ciencia que atrae, tal vez por su halo de misterio, a multitud de profanos aficionados a dejarse sorprender boquiabiertos por el deslumbre de lo desconocido. Una de las personas que mejor ha sabido aprovechar, para su beneficio y el de la ciencia en general, este magnetismo de lo cuántico ha sido Stephen Hawking.
Imagen de archivo de Stephen Hawking.
El eminente físico, que acaba de pasar por España, ha sido capaz de lograr que millones de lectores en todo el planeta dediquen unas cuantas horas a desentrañar por qué las cosas son como son en los límites físicos de la naturaleza.
 
Probablemente, si la física de los cuantos no fuera tan compleja, si estuviera basada en realidades incontestables, en certezas absolutas y ecuaciones de fácil comprensión no tendría esa pátina de glamour que la adereza. Pero lo cierto es que el mundo natural, llevado a sus extremos, al límite de lo más pequeño, de lo más grande, de lo más rápido, de lo más caliente o frío, se comporta de maneras extrañas: pareciera que deja de ser natural para convertirse en otra cosa, y es ahí donde reside la fascinación por su estudio.
 
Es aceptado incluso por los que no somos expertos en física que existen límites insuperables. Por ejemplo, la velocidad de la luz. Si es cierto lo que nos enseña la ciencia actual, nada podría viajar a más de 299.792,458 metros por segundo. Lo sabemos porque Einstein nos legó su famosa fórmula E=mc2. Es decir, la energía es igual a la masa acelerada a la velocidad de la luz al cuadrado. A medida que un objeto gana velocidad, también crece su masa. A niveles superlumínicos ese aumento tiende al infinito, por lo que la masa del objeto y la energía necesaria para impulsarlo también serían infinitas, es decir, imposibles de alcanzar.
 
Estas paradojas suelen antojarse difíciles de comprender por cuanto se muestras alejadas de nuestro interés humano. No vamos a viajar jamás a otros cosmos, entonces ¿para qué preocuparnos? Sin embargo, la belleza de la física reside en que funciona igual en el terreno de lo muy grande y en el de lo muy pequeño.
 
La masa de nuestro coche también crece al acelerar, pero de modo imperceptible. Las fuerzas de gravitación universal que mantienen unidos a los planetas alrededor del Sol también hacen que usted atraiga de modo sutil e inapreciable la taza de café que tiene sobre la mesa y que es menos masiva que un cuerpo humano.
 
El efecto mecánico de acción-reacción que hace que salga impulsado un cohete espacial fuera de la órbita terrestre es similar al que empuja el hombro del cazador al disparar su rifle y, a menor escala todavía, al retroceso que se produce en el organismo de un hombre cuando eyacula. Sí, porque, siguiendo las leyes de la física, el estallido de una eyaculación masculina genera un retroceso milimétrico en la musculatura de un varón.
 
Stephen Hawking nos asombró esta semana en Oviedo con su explicación sobre los Universos Paralelos, la propuesta de que, en los límites cuánticos de la materia, la realidad puede interactuar con la mente generando múltiples percepciones que, en esencia, son múltiples manifestaciones distintas del universo.
 
La idea, que suena a sueño de ciencia ficción pero que ofrece increíbles oportunidades para la investigación científica, invita a la fantasía. Pero la ciencia no sería lo que es si no pudiera considerarse universal, si no pudiera aplicarse a todo lo que nos rodea para tratar de explicarlo.
 
En realidad, me parece que los universos paralelos son los que tenemos más a mano: conocer que las leyes de Newton sirven para explicar por qué la gimnasia hace crecer un músculo o para determinar la velocidad de sedimentación de las plaquetas en un análisis de sangre; saber que el pollo que se calienta en nuestra cocina está sometido a microondas similares a las que sirven de huella galáctica del Big Bang; entender que las galaxias se agrupan en el universo siguiendo pautas parecidas a las que siguen los grumos de leche fría en el café que gira en la taza; darse cuenta de que el oro de nuestro anillo de bodas, el carbono de la tela de nuestros pantalones, el hierro de la sangre de nuestras venas fueron generados hace miles de millones de años en el corazón de una estrella y volverán a ser parte del cosmos algún día... eso nos hace partícipes del universo y confiere realidad a la idea de que hay muchos universos y de que es posible que estén en nosotros.
 
La física es así, una suerte de poesía científica que engancha a quien osa adentrase en su proceloso magma teórico. Si alguien es capaz de hacerla inteligible (como el doctor Hawking), merece el reconocimiento de una sociedad cada vez más alejada del óptimo intelectual, cada vez más necesitada de calidad, rigor y vocación de esfuerzo en la enseñanza: justo las virtudes que atesora la ciencia.
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