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HISTORIA DE UNA DEMOLICIÓN

El panóptico por los aires

Cuando don Juan Carlos I estampó su sello en la Ley de Amnistía de 1977, mi madre, tras cuarenta años de exilio en Francia, se instaló en un piso de cuarenta metros cuadrados en Carabanchel, no muy lejos del antiguo panóptico, pero tampoco muy cerca. Afortunadamente para mí, sigue viviendo allí, tranquila, con su vida anómala y sus recuerdos que pesan pero que ha aprendido a aligerar también. Es lo que aconseja la prudencia. Es lo que tiene la inteligencia.

Cuando don Juan Carlos I estampó su sello en la Ley de Amnistía de 1977, mi madre, tras cuarenta años de exilio en Francia, se instaló en un piso de cuarenta metros cuadrados en Carabanchel, no muy lejos del antiguo panóptico, pero tampoco muy cerca. Afortunadamente para mí, sigue viviendo allí, tranquila, con su vida anómala y sus recuerdos que pesan pero que ha aprendido a aligerar también. Es lo que aconseja la prudencia. Es lo que tiene la inteligencia.
Por aquellos años solía yo salir de su casa por las tardes, y si el tiempo era soleado emprendía el paseo hasta los muros de la cárcel de Carabanchel, tocaba la piedra y me largaba. Algo parecido había hecho en París, rozar con mis dedos de lagartija asustada los muros del recinto entenebrecido de La Petite Roquette, por entonces cárcel de mujeres y modelo espectacular de panóptico construido por el arquitecto Lebas, en 1830. Fue dinamitada en 1974.

Ambas cárceles, hoy desaparecidas, siguieron las variantes realizables de la utopía arquitectural ideada por el reformador inglés Jeremy Bentham. Dos cárceles que se llevaban más de un siglo de diferencia, pero cuyo trazado aéreo desvelaba el mismo origen.

A mí siempre me ha gustado la arquitectura de las cárceles, de los cementerios y de las bibliotecas. No es una rareza. Otros tienen gustos más ofensivos. La verdad.

Pues bien. La Asociación de Vecinos de Aluche expone estos días, en el Ateneo de Madrid, una muestra de fotos de la cárcel de Carabanchel. No puede decirse que sea una exposición en el sentido mayestático de la palabra. Es más bien una exposición móvil, un montaje con paneles muy endebles, donde se recorre sucintamente la trayectoria del presidio construido en el año cuarenta por los propios presos e inaugurado a toda prisa en 1944. Se edificó con la máxima premura para poder cerrar la cárcel de Porlier, atestada y muy deteriorada por la guerra. Por ello se siguió grosso modo el trazado de la antigua Cárcel Modelo, una construcción celular con forma estrellada –panóptico de 6 radiales– realizada en 1880 por el arquitecto Tomás Aranguren. La Modelo quedó totalmente destruida en la guerra: se hallaba en plena línea de frente.

La cárcel de Carabanchel se concibió como un gigante panóptico: naves radiales de cuatro pisos de celdas convergían hacia el punto donde estaba la torre de vigilancia, coronada por una cúpula sólo comparable a la de San Francisco el Grande; gigantismo anacrónico,que explica por qué los ingenieros tuvieron que utilizar un cilindro cupulado de 32 metros de diámetro para acoger el arranque de unos radios colosales. A vista de pájaro, presentaba una plasticidad decimonónica sorprendente.

Bentham publicó El panóptico en 1787; era un tratado utilitarista para reformar el sistema penitenciario entero sobre la base de una arquitectura sencilla. Soñó con el orden y la claridad para contrarrestar la opacidad y los excesos de los calabozos. Como señaló Michel Foucault, Bentham invierte el principio de la mazmorra. A mayor transparencia, menor arbitrariedad y mayor felicidad. Por aquellos mismos años, Cesare Beccaria (1738-1794) exigía la debida proporción entre delito y pena.

Interior de la cárcel de Carabanchel, poco antes de su demolición.El éxito del modelo benthamiano en España puede constatarse por el elevado número de cárceles celulares radiales levantadas a lo largo de un siglo. Muchas de ellas han sido reconvertidas en espacios públicos. Las dos de Alicante, "la de José Antonio" y "la de Miguel Hernández", mantienen básicamente su estructura originaria. La de Oviedo con cinco radiales, la Cárcel Pública de Vigo y la de Valencia son algunos ejemplos de racionalidad y conservación de arquetipos arquitectónicos.

En Madrid, lamentablemente, no sucedió lo mismo. A la cárcel de Carabanchel se le dio el cerrojazo definitivo en 1998, y, tras un abandono incalificable durante casi diez años, se procedió a su voladura entre el 21 y el 26 de octubre de 2008. A la una de la noche del 21 asomaron las excavadoras para emprenderla con los tentáculos radiales de las galerías. Dicen que fue una lucha titánica contra el cíclope –el ojo vigilante de la torre central.

En los alrededores del recinto se fueron concentrando los numerosos vecinos constituidos en plataforma, los viejos comunistas, sus mujeres –que conocieron mejor que nadie la entrada al recinto–, los curiosos aficionados a la fotografía y, a cierta distancia, los policías que protegían la seguridad de los allí reunidos. Todos asistieron, bajo focos de gran potencia, a un espectáculo a medio camino entre la plasticidad inquietante del doctor Mabuse y la locura esperpéntica de la filmografía de Max Mad.

Una foto en blanco y negro titulada "La escalera de Jacob" y firmada por Gustavo Sanabria expresa la metáfora misma de la dejadez moral del propietario del solar: el Ministerio del Interior.

A la una de la madrugada se procede al derribo.

Así, de noche. Focos en la oscuridad. Gritos contra las máquinas. Vigilancia policial. Desalojo de rumanos acampados. Las noches se alargan y las máquinas no pueden con la cúpula de 26 metros de alto y 32 metros de diámetro.

Don Tomás Gómez, secretario general del Partido Socialista de Madrid, el mismo día 21 precisa, sobre la legalidad del derribo:
Se ha concedido una licencia que tiene unas condiciones y que quien esté ejecutando el derribo está cumpliendo.
La luz cenicienta del Ateneo acentúa aun más el esperpento del paisaje fotográfico.

"El derribo de la memoria", se titula un panel. Me acerco. Me quedo pensando. Entiendo la metáfora. Pero algo parece resistirse en mi cabeza: no, la memoria no se derriba. Qué fácil sería vivir con una memoria derribada. En España, muchos de mi generación son auténticos artistas de las metamorfosis, y ven memoria donde sólo hay piedra.

Otro panel: fotos de escombros, cristales y ladrillos, urinario reventado:
Para salvar la memoria, el gobierno de la nación quiere instalar el Centro Internacional de Paz de la ONU.
Fechado el 26 de octubre de 2008.

Salvar la memoria (sic).

Se procedió a vallar de nuevo el espacio antes del derribo: el Ministerio del Interior había llegado a un principio de acuerdo en julio con el Ayuntamiento de Madrid. Rubalcaba y Gallardón. Se "pacta" (sic) el derribo de las naves radiales de la cárcel, pero se contempla la conservación de la cúpula más grande de todos los panópticos existentes. ¿Cúpula sí o cúpula no? ¿Tiene sentido la toma de la torre central? ¿Enfrentarse al gran cíclope de la dictadura?
El Colegio de Arquitectos de Madrid lamenta profundamente la desaparición material de la cárcel de Carabanchel y aun más la forma en que el Gobierno central ha llevado a cabo el derribo, sin la posibilidad de haber mantenido el que quizás sea el elemento más representativo, como era la cúpula que cubría el espacio central panóptico.
No queda ya nada de la cárcel de Carabanchel. Tan sólo algunas piedras. Como sucedió con La Petite Roquette de París. Tan sólo se guardaron simbólicamente los cuatro escalones de la guillotina. Para la memoria de la institución.

El Gobierno socialista no atiende a los expertos:
El Colegio de Arquitectos de Madrid entiende que técnicamente era viable la conservación de la cúpula y acusa al Ejecutivo central de obviar cualquier solución participativa, transparente, consensuada y democrática sobre el patrimonio arquitectónico y urbanístico.
Mientras las excavadoras y grúas llenan los contenedores de escombros, Mercedes Gallizo reitera: "Las viviendas que se construyan constarán de una plaza con un monumento a la memoria". Habrá que darle las gracias.

Lo cierto es que el solar en forma de abanico se convirtió durante años en una de las galerías mejor cotizadas para los artistas callejeros de Madrid. El horror vacui jamás imaginado por los grafiteros tuvo su máxima representación en las radiales desahuciadas.

Las fotos tomadas por vecinos y fotógrafos muestran el mundo ubuesco del fin del siglo XX. Sobre lo que fue un espacio de integridad moral reinaba al final la lumpenización que había sido borrada. Las cárceles suelen albergar mucha dignidad, contrariamente a lo que se cree. Y este decoro, mantenido en largos encierros, se vio mancillado por la brutal desidia de una administración penitenciaria incompetente. Durante años, pedazos de techos reventados colgaron asombrosamente inmóviles en el aire; la materialización de las celdas se fue transformando en trazados oníricos de disminuidas colmenas, como en una pesadilla de Piranesi. De una tela asfáltica desgarrada colgaban deportivas, patas de sillas, trozos de mesas de formica, arandelas gigantescas. De galería a galería, una portentosa muestra de arte povera.

Las zonas de dolor invaden todos los rincones de todas las ciudades del mundo. Y marcan su arquitectura. Los espacios arquitectónicos valiosos deben reorganizarse y no dinamitarse. ¿Tendría sentido derruir el Palacio de la Moneda, o la sede de la Stasi? ¿O la Casa de Correos de Madrid? Aunque también entiendo que algunos intenten, todavía hoy, acelerar el paso al toparse con algunos de estos edificios. Y eso es de lógica.

Todas las cárceles de la guerra civil española conocieron momentos de contención y dignidad: hombres que salieron para ser fusilados, como Pedro Muñoz Seca, u otros que no salieron e igual murieron, como Julián Besteiro. Y están los que entraron y salieron para volver a entrar durante la dictadura franquista, y así pasaron una vida terrible.

La dignidad no está en la ideología.

Albert Camus, que vivió atormentado por la guerra de Argelia, que él consideró siempre una guerra fratricida, afirmaba: "No se habla de pie al hombre caído". Pues me parece a mí que, aquí, muchos se quedan descaradamente de pie.
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