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PANORÁMICAS

El pequeño salvaje, la película humanista perfecta

A Truffaut le ocupaban fundamentalmente tres cosas: el cine, las mujeres y él mismo. Toda su filmografía trata de esas tres obsesiones. Consideraba que un día sin haber visto tres películas, haber amado al menos a una mujer y no observar cuidadosamente su desarrollo personal como cinéfilo y como amante era un día desperdiciado. Por ello, podría parecer que El pequeño salvaje es su rara avis.


	A Truffaut le ocupaban fundamentalmente tres cosas: el cine, las mujeres y él mismo. Toda su filmografía trata de esas tres obsesiones. Consideraba que un día sin haber visto tres películas, haber amado al menos a una mujer y no observar cuidadosamente su desarrollo personal como cinéfilo y como amante era un día desperdiciado. Por ello, podría parecer que El pequeño salvaje es su rara avis.

La historia, muy libremente basada en hechos reales, sobre un niño presuntamente criado en la naturaleza, sin contacto con otros humanos, fue precedida de La sirena del Mississippi e inmediatamente seguida de Las dos inglesas y el amor, sus dos películas románticas por antonomasia, enrevesadas historias de amor fou, terreno en el que el enamoradizo director francés era un maestro.

Sin embargo, El pequeño salvaje es una de sus películas más personales; porque, como en su opera prima, la aclamada Los 400 golpes, en ella trata una herida íntima: el abandono al que fue sometido desde niño por sus padres. Por supuesto que no se rebaja al narcisismo ni a la autoindulgencia. Toma fuerzas Truffaut de ese conocimiento personal, de cómo se siente un niño abandonado, para dotar de sentido una historia de trascendencia universal a través de un problema cinematográfico:

¿Es posible despertar el interés por un niño encontrado en el bosque a quien se enseña a andar sobre las piernas y a comer en la mesa?

El paralelismo entre el salvaje niño que fue, y que nunca perdonará a su madre que lo dejase en casa con la abuela para irse de fiesta, y el niño salvaje del bosque lo subrayará Truffaut con varios planos y secuencias, en los que refleja la angustia del niño cuando no su socialización no se ejecuta correctamente:

Todo lo que le ocurre a un niño entre los tres y los catorce años puede ayudarle a salir adelante en la vida o puede hundirlo. Las heridas sufridas a esa edad son incurables. La gente recuerda con ternura su infancia, pero a menudo ésta no es sino una pesadilla que uno desea se esfume lo más rápidamente posible. Pesadilla de falta de cariño, pesadilla de soledad.

La película se desarrolla a principios del siglo XIX y se basa en los escritos del médico humanista e ilustrado Jean Itard, que Truffaut decidió protagonizar él mismo. Fue la primera vez que se dio a la interpretación: después repetiría en cintas como La noche americana, La habitación verde o Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg).

El carácter científico de los escritos de Itard son trasplantados por medio de un estilo cuasi-documental que dota al caso de una atmósfera transparente y clínica. Pero no fría. Porque del mismo modo que Itard es un científico materialista, también es un humanista comprometido con los valores de la Ilustración. Por eso su apuesta por la libertad y la dignidad es traducida por Truffaut con un realismo estilizado que dota de un sentido trascendente a la misión secular de la medicina científica.

A veces los comentarios filosóficos han presentado de una manera ingenua y superficial la película, como si fuera un sucedáneo de los postulados de Rousseau sobre el buen salvaje corrompido por la sociedad. Sin embargo, el mismo Truffaut estaba en contra de esta interpretación, que confundiría la libertad absoluta del niño en la naturaleza con una libertad más elevada, más auténtica, dentro de los cauces de las reglas y leyes sociales. Y de hecho muestra varias veces cómo la deificada Naturaleza ha dejado cicatrices en el torturado cuerpo del niño.

Tampoco era Truffaut alguien de tan corto vuelo como para apuntarse al cine comprometido a la moda, un cine capaz de sacrificar los valores estéticos por otros políticos, sociales o morales. Para Truffaut, el cine era como una religión, lo que significa que, para un director, su reino cinematográfico no es de este mundo, en cuanto que su compromiso es exclusivamente con la dimensión formal y simbólica del cine.

Desde este punto de vista formal, Truffaut diseñó una película austera, densa, concentrada, despojada, caracterizada por contener tres o cuatro ideas por secuencia. Un detalle: su duración es de sólo ochenta y tres minutos, tras una poda considerable de elementos redundantes o explicativos respecto a lo que su guionista y él pensaron que era el aspecto esencial de la cinta: la segunda parte de la misma, centrada en el proceso de enseñanza de Itard a Víctor de los mecanismos sociales que conducen a la humanidad (el lenguaje, la comunicación, un sentimiento natural de empatía y de moralidad), mientras que complementariamente también lo educa en las costumbres circunstanciales de una cultura específica, la burguesa francesa del siglo XIX.

Ese despojamiento de todo lo que no es esencial se manifiesta en una puesta en escena casi silente, con la que trató de combinar el secreto perdido del cine mudo con el pensamiento sin-lengua del niño salvaje. El elemento de la dramaturgia, que lo aleja de lo que sería un puro documental, se expresa a través de un enriquecimiento de la personalidad y la acción del original niño salvaje con las experiencias y peripecias de otros niños salvajes de distintas épocas, de Gaspar Hauser (el joven sin pasado encontrado en una ciudad alemana sobre el que rodaría una película Werner Herzog) al muchacho de Shajahampur (la India), pasando por la niña de Champagne o el niño de Bamberg.

La austeridad se pone de manifiesto igualmente en la elección del blanco y negro fotográfico, de nuevo un guiño a la experiencia fílmica del cine mudo. Una austeridad que no hay que confundir con pobreza o falta de cuidado. Todo lo contrario. Gracias a la textura granulosa y lírica de la fotografía del hispano-cubano Néstor Almendros (en la que destacan los juegos de luz en interiores y exteriores, así como los planos secuencia y la precisión en los movimientos de los actores y las distribuciones de los espacios), la cinta adquiere en algunos momentos una tensión contemplativa que podríamos calificar de espiritual en su apuesta convencida por el elemento positivo y civilizador del proceso educativo que emprendió el doctor Itard, dentro del contexto más amplio en el que se desarrolla la película: la Ilustración.

Contra todo pronóstico, y en respuesta a la pregunta que se planteaba Truffaut sobre la posibilidad de un cinematógrafo que fuese capaz de tratar con atractivo para el gran público un tema en principio marginal, rodado en blanco y negro, sin una sola estrella y con el planteamiento formal de una película del cine mudo, El pequeño salvaje llegó a ganar 400 millones de francos, cuando había costado 200. El ideal de Truffaut de hacer que el cine de autor fuese también un best seller se había cumplido.

 

EL PEQUEÑO SALVAJE (L'enfant sauvage; 1969, 85 minutos, Francia). Director: François Truffaut. Guión: François Truffaut, Jean Gruault (basado en la obra de Jean Itard). Música: Antonio Vivaldi. Fotografía: Néstor Almendros. Intérpretes: Jean-Pierre Cargol, François Truffaut, Françoise Seigner. Drama.

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