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CIENCIA

Mujeres condenadas a no vacunarse

Este año morirán más de 250.000 mujeres por culpa de un cáncer de cérvix. El año que viene el número será irremediablemente superior, y varios organismos sanitarios internacionales prevén que la cifre alcance el millón en el año 2050. El cáncer cervical es una patología femenina originada por un virus, el del papiloma humano, que se transmite en las relaciones sexuales. Hasta el 50 por 100 de las mujeres sexualmente activas del mundo desarrollado son portadoras de este agente infeccioso, pero, por fortuna, la mayoría de ellas vive toda su vida sin desarrollar un cáncer.

Este año morirán más de 250.000 mujeres por culpa de un cáncer de cérvix. El año que viene el número será irremediablemente superior, y varios organismos sanitarios internacionales prevén que la cifre alcance el millón en el año 2050. El cáncer cervical es una patología femenina originada por un virus, el del papiloma humano, que se transmite en las relaciones sexuales. Hasta el 50 por 100 de las mujeres sexualmente activas del mundo desarrollado son portadoras de este agente infeccioso, pero, por fortuna, la mayoría de ellas vive toda su vida sin desarrollar un cáncer.
INVISIBLE COUNTENANCE (Rostros invisibles). Vía www.iranonline.com.
La buena noticia es que muy pronto existirán en el mercado vacunas capaces de inmunizar a las féminas contra la infección; la mala, que muchas mujeres en el mundo, o sus familias, preferirán seguir expuestas al mal antes de vacunarse.
 
Un reciente informe elaborado por la revista New Scientist alerta de la terrible paradoja a la que pueden verse sometidos enfermos y científicos ante la llegada de las nuevas vacunas contra el cáncer cervical: tabúes sociales, culturales y religiosos podrían impedir a muchas mujeres acceder a la vacuna y ser sometidas a análisis posteriores para conocer la evolución de la infección.
 
Las señales de alarma han saltado en algunos países islámicos y en ciertas zonas de Asia: muchas enfermas se niegan a ser atendidas ante el temor de que sus maridos tomen represalias contra ellas o ante la posibilidad de quedar mancilladas para siempre en su entorno. El virus transmitido sexualmente puede ser un sinónimo de promiscuidad o de adulterio, un estigma moral más allá de sus consecuencias sanitarias, aunque se sabe a ciencia cierta que la transmisión del microorganismo es producida, en muchos casos, por la pareja estable de la mujer afectada.
 
La ciencia, a menudo, entra en conflicto directo con un buen puñado de creencias y posturas morales. Pero en los casos en que dichas creencias forman parte de la misma vida civil de los ciudadanos y dictan los destinos del propio Estado (como en los países islámicos) el encontronazo toma tintes dramáticos.
 
Almudena Carreño: M,UJER MUERTA.Los investigadores que se dedican a la loable tarea de erradicar el cáncer cervical están obligados a seguir protocolos clínicos internacionales que garantizan la buena praxis de sus investigaciones. Sin embargo, estos protocolos son, en algunos países, sencillamente inaplicables. En muchas comunidades hindúes, por ejemplo, es imposible practicar análisis ginecológicos a mujeres que no están casadas, lo cual retrasa considerablemente la acción preventiva de las vacunas. En otros casos son los varones quienes se niegan a ser sometidos a pruebas que puedan suponer poner en duda su grado de virtud.
 
Si parece difícil que las mujeres sometidas a estas culturas puedan ser examinadas, más aún se antoja la idea de vacunar preventivamente a las niñas para evitarles de por vida el riesgo de padecer este tipo de cáncer. En Asia, y en buena parte del mundo islámico, tal acción supondría poco menos que acusar a la pequeña de que va a entregarse al pecado del adulterio o a la promiscuidad. Este argumento también ha sido esgrimido por algunas organizaciones cristianas muy conservadoras en Estados Unidos, donde el 80% de los padres encuestados recientemente se mostró favorable, sin embargo, a la vacunación de sus niñas.
 
Cuando, a comienzos del siglo XIX, comenzó a extenderse la vacunación de grandes núcleos de población contra males como la viruela, los médicos tuvieron que acostumbrarse a ser tratados como brujos por el pueblo llano, que huía de la vacunación como de la peste. Se había extendido el mito de que la vacuna era, en realidad, un agente causal de las más terribles deformidades y que era preferible morir de viruela. Existen incluso obras de arte, que hoy se nos antojan de una sencilla ternura, que recogen el pavor con que los campesinos se enfrentaban al trance de la vacunación.
 
En algunos lugares del mundo parece que las cosas no han cambiado mucho. Donde antes actuaba la ignorancia hoy actúan el fanatismo, el Estado totalitario y la falta de libertad. Es probable que muchos se escandalicen hoy cuando se plantean ciertas dudas éticas en España y Europa en torno a algunos avances de la ciencia. Pero esos escandalizados probablemente no habrán practicado el sano ejercicio de echar un vistazo a otras zonas del planeta, donde no existe siquiera debate y donde el efecto de tal encontronazo entre ideología y ciencia es, directamente, la muerte de cientos de miles de mujeres. Es probable, para colmo, que algunos de esos escandalizados no tenga empacho en proponer una alianza intelectual con civilizaciones capaces de impedir a la mujer vacunarse contra un virus potencialmente mortal.
 
Lo único que no es probable, porque es una certeza indiscutible, es que millones de mujeres en todo el mundo podrían acceder a la vacuna contra el cáncer cervical en breve, pero en muchos países (no precisamente occidentales ni católicos) la vacunación les será impedida.
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