Fin de semana

Me encantaría hablar alguna vez de cine. Pero no puedo porque cada vez que voy al cine me encuentro con otra cosa. En este caso, con Almodóvar. Con una película titulada Volver, en la que una Penélope Cruz pretendidamente disfrazada de Anna Magnani –para que al público no le queden dudas, hay una cita explícita en una tele, tele dentro del cine– canta el tango homónimo en versión seudoflamenca con la ostensible intención de que las cenizas de Gardel –el hombre murió quemado– den unas cuantas vueltas en su tumba.

Hace años una empresa, irlandesa, supongo, reconstruyó el famoso café La Fontana de Oro, sede de tantas conspiraciones románticas; y tiempo después ocurrió lo mismo con el no menos interesante El Parnasillo, en la calle del Príncipe, aunque no sé si el actual ocupa el mismo lugar de antaño. Por desgracia, los han convertidos en pubs irlandeses, llenos de letreros en inglés, que es como rehabilitar una bella iglesia gótica arruinada para convertirla en discoteca. El remedio casi parece peor que la dolencia.

"La gente no debe temer a sus gobiernos; los gobiernos deben temer a la gente". Esta lapidaria frase, inspirada en Thomas Jefferson, encabeza la película V de Vendetta, basada en el cómic de igual título, al que ya nos referimos semanas atrás.

Uno no sabe de qué sorprenderse más: de las imágenes de un Pekín semienterrado por una tormenta de arena procedente del desierto del Gobi o de la decisión de las autoridades chinas de provocar una tormenta de agua artificial para limpiar la capital de polvo y contaminación.

Cada vez es más frecuente oír, o leer, entusiastas elogios a las virtudes gastronómicas de las pieles de determinados pescados; se nos cuenta que son una delicia, que se trata de un auténtico lujo y, para rematar la faena, que son "lo mejor" del plato de que se trate.

Había dejado este relato en el punto y hora en que me metí en Ginebra, a la fuerza ahorcan, en el trabajo del ménage, o sea, la limpieza y demás labores que toca hacer a las empleadas domésticas, como se las llamó en España para dignificar el oficio. O, también, asistentas.

Ya hay en España jefes mafiosos como Bernardo Provenzano, el Tractor, huido de la policía durante 43 años y recién capturado en el mítico pueblo de Corleone, en el corazón de Sicilia. Tal vez no con sus extravagancias ni sus especiales características, pero sí con su credo: "La vida la da Dios, pero yo la quito", su infinito poder y su falsa apariencia: decían de él que mataba bien pero tenía el cerebro de un pollo.

Los mitómanos hemos querido ser Indiana Jones cabalgando por las afueras de Petra (Jordania), dormir en los ksar de Túnez antes de ser "secuestrados" en La guerra de las galaxias o bañarnos en una playa de Thailandia tratando de tener el encanto seductor de James Bond. España también tiene sus escenarios: recordemos al Charlton Heston de El Cid cabalgando por las playas de Peñíscola, o al doctor Zhivago por tierras de Soria. Veamos algunos más.