Menú
Francisco Pérez Abellán

Asesinos tras el Telón de Acero

Onoprienko, el bestia de Zhytomir, desarrolló una técnica especialmente satánica.

Cada vez que la política se mete a definir la vida cotidiana se estrella contra la realidad. Aquellos zotes soviéticos que decidieron que el mundo era más limpio del lado de allá del Muro de Berlín metieron la gamba hasta el corvejón. Afirmaron que los asesinos en serie eran cosa del capitalismo irredento y de la corrupción de Occidente. Toda esa palabrería hueca, de los hinchados fantoches barridos por el viento de la historia, se vio bien a las claras en cuanto afloraron los archivos policiales del comunismo soviético.

Allí mismo, en las primeras carpetas estaban los casos ocultos de los grandes asesinos. Desde principios de los ochenta, en Ucrania, destacaban dos. Eran tan malvados que les llamaban bestias, alejándolos de todo lo humano conocido. Eran criminales del demonio. El número 666.

Primero estaba Andrei Chikatilo, la Bestia de Rostov, autor de 53 asesinatos, la mayoría niños, por motivos de psicopatía sexual. Luego, enseguida, la Bestia de Zhytomir, Anatoli Onoprienko, autor de 52 asesinatos, que primero robaba en las casas, luego reunía a los ocupantes en el salón y los mataba para no dejar rastro.

Onoprieko murió la pasada semana de un ataque al corazón, como si fuera un ejecutivo de Wall Street en su celda. "Soy el mejor asesino del mundo", dijo desde la jaula en la que fue juzgado.

Onoprienko, el bestia de Zhytomir, desarrolló una técnica especialmente satánica. Mataba primero a los hombres a tiros y luego a las mujeres y los niños con cuchillos y hachas. Él mismo decía que era el diablo. Había un componente sexual en el asesinato con armas blancas.

Ninguno de estos dos ucranianos tiene nada que envidar a los grandes del género: Jeffrey Dhamner, el Carnicero de Milkwaukee, Ted Bundy, el Estrangulador de Boston"Es necesario que la gente contemple el horror. Yo soy el horror". La bestia de Zhytomir asaltaba las viviendas para robar. Mataba a los propietarios y pegaba fuego a las casas para borrar las huellas. Mataba igual bebés en su cuna que ancianos en su habitación.

Murió con 54 años, tras sufrir varios problemas cardíacos. Su vida puede intercambiarse con cualquier otra de un asesino en serie. Su madre le dejó huérfano muy joven y su padre, militar soviético en la Segunda Guerra Mundial, le abandonó en un orfanato. Como tantos chicos delincuentes, Onoprienko empezó enseguida a quebrantar la ley. En 1989 llamó tanto la atención que puso a toda la policía tras sus pasos, por lo que se marchó del país y fue detenido en Alemania.

De vuelta en Ucrania, en medio año asesinó a 43 personas. De octubre de 1995 a marzo de 1996. Esta vez sí, la policía no reparó en medios para darle caza. Él solo se había cargado el catecismo soviético.

Chikatilo fue ejecutado en 1994 con un tiro en la cabeza. Andrei era un violador asesino que descuartizaba a sus víctimas y a veces se las comía. Prefería matar niños. Su recuerdo espoleó a los policías que echaron el guante al "nuevo Chikatilo".

Onoprienko había escondido parte del botín en casa de su novia; allí estaban también algunas de las armas de las matanzas a las que se entregó, junto con objetos propiedad de las víctimas. No había duda: fue juzgado y condenado en 1998. Al acusado hubo que encerrarlo en una jaula, como corresponde a una bestia, dado además que parte del público quería lincharlo. Onoprienko trató de hacerse pasar por loco: dijo que había sido contratado por los servicios secretos, lo que bien mirado, y dado que nunca se sabe para quién trabajan estos, no se salía de lo posible. Afirmó igualmente que había recibido órdenes de exterminio contra el comunismo, que ya estaba de capa caída, y contra el nacionalismo. No obstante, fue encontrado imputable y lo condenaron a muerte. Ya estaba cargada la pistola que le volaría la cabeza cuando la presión internacional hizo que le cambiaran la sentencia por la de cadena perpetua. Su corazón ha sido más débil.

Murió sin arrepentirse ni conmoverse por lo que había hecho. Sostenía que la gente no aprecia la vida y que él estaba aquí para que aprendieran el valor que tenía.

¿Tenemos en España alguna bestia parecida? Desde luego. En pleno desarrollismo se paseaba de uno a otro confín Manuel Delgado Villegas, el Arropiero. La bestia parda del franquismo.

En Internacional

    0
    comentarios