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Guillermo Dupuy

Las mezquitas del odio

Las personas religiosas, como las que no lo son, tienen derecho a disfrutar de la libertad, no a constituir una amenaza para ella.

Las personas religiosas, como las que no lo son, tienen derecho a disfrutar de la libertad, no a constituir una amenaza para ella. Me parece, pues, estupendo lo que ha dicho Sarkozy de expulsar manu militari a "los imanes que recen oraciones de signo radical", como también me lo parecen las medidas legales que el ministro del Interior, Bernard Cazenueve, ha anunciado para cerrar las mezquitas en las que haya personas que propaguen el odio.

Es más, teniendo presente el odio y la violencia que destilan numerosos pasajes del Corán, habría que someter toda mezquita y todo centro cultural musulmán a una estricta vigilancia que garantice que nada de lo que se predica en ellos constituye una amenaza para la integridad física de nadie, incluidos los muchos pacíficos musulmanes que no hacen una lectura tan integrista y violenta de sus textos sagrados.

No obstante, de la misma forma que hay ideologías que constituyen una amenaza para el pluralismo ideológico, debemos asumir que, bajo el pabellón de la religión, también se esconden fanáticos que amenazan, entre otras cosas, el pluralismo y la libertad religiosa. No se trata, pues, de criminalizar las ideologías o las religiones, sino, por el contrario, de impedir que sean víctimas del totalitarismo, ya sea este laicista o religioso.

Los territorios no profesan ninguna religión, como tampoco hablan ninguna lengua. El principio de reciprocidad no exige, tal y como erradamente creen algunos, que haya que cerrar mezquitas hasta que se puedan abrir iglesias en los países sometidos coactivamente al islam. Naturalmente, debemos aspirar a que la libertad religiosa impere en todo el mundo, pero lo que se tolere o impida en el ámbito de nuestra civilización no puede ni debe estar determinado por lo que se haga o deje de hacer fuera de ella. La reciprocidad, como la tolerancia, es una relación entre personas y no entre territorios.

Si en una mezquita se condena el terrorismo y se predica un islam pacífico y respetuoso con las creencias de los que no son musulmanes, nada hay que objetar; como tampoco lo hay contra el club de ateos, la sinagoga, la iglesia o cualquier otro recinto en el que no se predica la violencia contra el infiel.

Por ello, una cosa es someter a vigilancia a la comunidad islámica y reclamarle la más estrecha y activa colaboración en la identificación de los violentos y otra cosa, muy distinta, predicar contra ellos una persecución religiosa como la que sufren los cristianos en tantos lugares del mundo. Una cosa es la reciprocidad y otra muy distinta la imitación.

Teniendo, pues, bien presente que el objeto a defender es la libertad y la tolerancia, y no una determinada identidad religiosa, bienvenida sea la represión de toda manifestación de odio y de violencia allá donde se predique, sea o no en nombre de Dios.

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