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DRAGONES Y MAZMORRAS

Habla, memoria

Por estar alejada de la patria mía me he perdido algo que llevaba esperando años y más años. Me refiero a la presentación de Travesías (Tusquets) del nada patriótico, a fuer de cosmopolita, Jaime Salinas, libro de memorias anunciado periódicamente en la prensa y, a la par, en estas crónicas, dada mi primitiva colaboración en el proyecto, allá por 1993 (según consta en mis archivos), colaboración que se quedó en agua de borrajas pero no en saco roto.

Desde el extranjero llamé a Jaime para felicitarle por el premio Comillas y por el libro, y de paso para excusar mi presencia, confiada, además, en que alguno de los amigos que compartimos me lo contaría con todo pormenor. Pues no. Por mucho que he preguntado a mi alrededor, resulta que, unos por estar enfermos, otros por tener que ir a otra parte, al final ninguno asistió al evento, que, por cierto, no tuvo lugar en la Residencia de Estudiantes, donde por razones obvias (vinculación familiar, colaboración laboral, etc.) supuse siempre que lo presentaría si alguna vez llegaba a terminarlo, sino en el Círculo de Bellas Artes, miren por donde.
 
Tampoco tuve ocasión de hacer un seguimiento posterior de la prensa pero en la invitación vi que fueron dos los presentadores; por una parte el periodista Miguel Ángel Aguilar y  por otro Vicente Molina Foix quien, junto a Félix de Azúa y Javier Marías (que todavía no era un reputado novelista sino un brillante traductor literario) formaba parte de un grupito de jóvenes que le frecuentaban en Madrid durante los años ochenta, y a quienes Jaime Salinas y Juan García Hortelano llamaban "los perros", por su vitalidad y su notable propensión al discurso cosas que, según Jaime y Juan, sólo podría reprimirse con un bozal. Esta simpática anécdota supongo que no figurará en este volumen, pues veo que termina justo donde empezaron nuestras conversaciones, es decir, con la vuelta de Jaime, en 1956, a esa España de la que salió con su familia a los 11 años y de la que se había desmarcado por completo, como parece que deja muy claro a lo largo de esta primera entrega. A pesar de no ser él ni Rosa Chacel ni Vladimir Nabokov (los únicos que conozco que han escrito sobre su infancia con éxito) estoy leyendo el libro con sumo interés y tal vez, pero no les prometo nada, les diga lo que me ha parecido cuando la termine.
 
Ahora falta que se atreva a contar en la hipotética segunda parte su importante experiencia editorial (Seix Barral, Alianza Editorial, Alfaguara y, por último la editorial Aguilar), así como su etapa de Director General del Libro del Ministerio de Cultura del primer gobierno socialista, en 1982. No deja de ser paradójico que haya sido él, que se califica a sí mismo de antiespañolista y, a la luz de algunas de sus peregrinas afirmaciones, y sin ánimo de ofender sino de forma puramente descriptiva, me atrevería a decir que "antiespañol", quien revitalizara los Premios Nacionales, reactivara la campaña de fomento del libro y de la lectura y creara el Centro de las Letras Españolas. En cuanto a su labor editorial, a pesar de Javier Pradera y otros desmoralizadores, él fue quien puso los cimientos de lo que sería la profesión de editor en su perfil más moderno: incremento de las traducciones y reconocimiento de los derechos del traductor, totalmente ignorados hasta entonces; apoyo a los escritores españoles y respeto a sus derechos de autor, pateados y traicionados incluso por los más ínclitos editores del viejo estilo; espaldarazo a las tan discutidas agentes literarias (Carmen Balcells surgió de esta corriente y luego vinieron todos los demás hasta llegar a Juan Cruz); comités de lecturas integrados por autores, traductores y críticos literarios, y creación de un departamento de promoción, prensa y relaciones públicas que, salvando las oportunas distancias, es el modelo que, para bien o para mal, impera en la actualidad en el mundo editorial y del que, en mayor o en menor medida vivimos todos, incluyendo el Círculo de Bellas Artes y la Residencia de Estudiantes y, por supuesto, una servidora.
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