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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

La cigüeña coja

Cuando Marx hablaba de “socialismo científico”, pese al aspecto propagandístico del término, quería decir que las teorías más audaces, las más inteligentes, debían someterse a la prueba de los hechos, a la experiencia y, a fin de cuentas, al pragmatismo.

Como en un laboratorio, una vacuna, pongamos; se adopta o se rechaza según sean sus resultados prácticos, si cura o si mata, o si cuando cura una enfermedad no tiene el riesgo de provocar otra. Por eso arremetía con violencia contra los socialistas “utópicos”, que se limitaban, según él, a ideas generosas muy generales, a buenos sentimientos y a la nostalgia de “paraísos” perdidos, como ciertos socialistas “aristócratas”, quienes para nada tuvieron en cuenta la realidad social, ni se dotaban de los medios, terribles pero necesarios, para que triunfara el socialismo mediante una implacable lucha de clases.

Otro de los enemigos teóricos de los marxistas genuinos era la ideología, siempre dogmática, que tampoco tenía en cuenta la realidad, en cambio constante, ni la experiencia, congelando la teoría en principios eternos e inmóviles, como una religión. Ni qué decir tiene que el propio Marx, y sobre todo sus seguidores, empezando por Federico Engels, convirtieron ellos mismos la teoría en dogma, traicionando los principios del “socialismo científico” o pragmático. En sus escritos, Marx no puede ocultar totalmente su entusiasmo por el impresionante desarrollo industrial capitalista del siglo XIX. Intentaba relativizar dicho entusiasmo con la idea esquemática de que cuanto más se desarrolle el capitalismo industrial más se desarrollará el proletariado y más fácil sería la revolución socialista. Claro, que criticaba ciertos aspectos del capitalismo: la pauperización absoluta, la plusvalía, etc., pero nada de todo eso lograba ocultar su entusiasmo implícito por el desarrollo industrial capitalista.

Pero los dos errores más graves del propio Marx fueron, primero, su tesis según la cual la propiedad privada constituía un freno al desarrollo de las fuerzas productivas, y segundo, que el proletariado tenía la misión histórico-mesiánica, y la posibilidad, de destruir las demás clases para parir, por la violencia, la sociedad sin clases o comunismo. Aquí se encuentra la matriz del totalitarismo, con la idea central de que todo estado es la dictadura de una clase sobre todas las demás, y por ende, la dictadura del proletariado constituido en estado tras su triunfo.

Ninguno de sus seguidores ha compartido el entusiasmo de Marx por el desarrollo industrial y económico, decimonónico, ni siquiera el capitalista, propietario de una manufactura, Engels. Lo curioso del caso es que Marx jamás intuyó, ni siquiera como una posibilidad entre otras, que el incipiente y pujante movimiento obrero no iba a destruir el capitalismo sino todo lo contrario. Al exigir cada vez más, le obligaba a transformarse, a modernizarse, y a fin de cuentas, a reforzarse, pero cambiando profundamente. La portentosa capacidad de adaptación del capitalismo constituye una de sus fuerzas, como portentosa es también su capacidad de “digerir” y sacar partido de sus crisis. Y esa así salvo en los países en los que triunfó, mediante insurrecciones armadas, el totalitarismo e instauró un tipo bastardo de capitalismo de estado, burocrático, con un único propietario de todo, el partido-estado, con partido único, ideología única, etc. Y con los resultados que se han visto.

Puede afirmarse tranquilamente que hoy en día no queda un solo “socialista científico”, en el sentido marxista, por el ancho mundo y sin embargo, no faltan las experiencias, los hechos, los datos, los detalles del horror, del terror y del fracaso. El marxismo, convertido en fanatismo, en una religión sin Dios, niega la experiencia y niega los hechos. Durante decenios, las críticas al marxismo realizado, o sea, al marxismo-leninismo, eran rechazadas por los fieles en nombre, precisamente, de la “experiencia”: la URSS sólo conocía éxitos, Europa del este, China, Corea del Norte, Vietnam, Camboya, Cuba, demostraban la verdad de la teoría, su potencia dominaba con creces sus injusticias y sus crímenes y parecía evidente a nuestros siervos voluntarios que, puesto que eran potentes, sólo podían ser justos. El comunismo se hundió desde dentro, sin guerras ni revoluciones, en pocos años y aún quedan, aunque muchos menos, los que lo niegan todo; la fe puede ser ciega, como la cigüeña, coja. La teoría, la práctica, todo era perfecto, sólo se trata de volver a empezar. ¿Por qué se han hundido entonces? ¿Por qué los dirigentes soviéticos ayer, los chinos y todos los demás, hoy, intentan desesperadamente alcanzar el “paraíso” capitalista? Ninguna explicación coherente se perfila en las filas de la izquierda tradicional, siguen produciendo vacunas contra la peste, aunque provoquen cáncer. Y como siempre, la derecha ni se entera de por dónde van los tiros.

Antes de la caída del Muro de Berlín, fecha simbólica, toda crítica contra la URSS y los demás países comunistas se consideraba propaganda de la CIA punto com. Hoy se publica El libro negro del comunismo, los libros de Michel Heller, François Furet, Martín Malilla y muchos más, y no pasa nada; son traidores, propagandistas de la reacción neoliberal. Pero, pese a que se nieguen, los hechos son tozudos y he podido comprobar, claro que soy viejo, cómo ha disminuido el peso de la mentira comunista en nuestras sociedades. Lo que me extraña es que aún perdure, incluso si de manera estrambótica. Así, para ABC ser anticomunista es una tara, mientras que en Praga, pongamos, ser comunista es un crimen. Aparte del fenómeno que ya he señalado varias veces, y me extraña ser el único, claro que no lo leo todo, ese peculiar entrismo del comunismo en la socialdemocracia para convertirla en socialburocracia y lograr que los socialistas hagan suyos la leyenda, los métodos y los héroes comunistas, tirando a la basura su propia tradición y sus pensadores, los protagonistas de esa socialdemocracia que dicen representar pero que han abandonado (salvo, tal vez, Toni Blair) todo ese batiburrillo desemboca en un vacío teórico monumental.

Sus argumentos son patéticos. ¿Propiedad privada? Sí, pero limitada y controlada mediante los impuestos. ¿Capitalismo? Sí, bueno, pero de estado, limitando y controlando el sector privado. ¿El proletariado, clase dirigente con un destino histórico? Sí, bueno, pero hoy se trataría más bien de trabajadores, delos excluidos, de las minorías. ¿Mundualización? No, pero bueno, sí a condición de que esté bien controlada. ¿Europa? Sí, pero...

Menos mal, para ellos, que existe el movimiento “espontáneo” de los antimundualistas. Lo malo, para todos, es que constituye el movimiento más reaccionario de los tiempos modernos.
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