Y no porque estos sean o estén todos, como los quieren presentar ahora, estúpidos o deslumbrados por las luces de colores capitalistas, ansiosos de ponerse por montera 5.000 años de historia, entregados al nuevo look que viene de América, sino porque descubrieron, debido a experiencias suyas particulares a lo largo de milenios, que había algo chueco en las doctrinas de Marx y en quienes las implantaron, Lenin y el padrecito Stalin. Y esto no hace mejor al camarada Mao, pero ni en una pelusita así, de lo que fueron los criminales Lenin y el padrecito Stalin.
Doy por sentado que todo el mundo ha leído Diez días que estremecieron el mundo, el reportaje de aquel periodista norteamericano llamado John Reed. Cuando triunfaron los bolcheviques en la Rusia zarista, el hincapié se ponía en que se trataba de soviets de obreros, campesinos y soldados. Por supuesto, tratándose de donde se tratara, podían no ser soldados, sino marineros. Por ejemplo cuando la sampetersburguesa rebelión de los marinos del crucero Aurora, que por cierto fue crucial para el triunfo en una gran nación de una idea jorobada. Hubo soldados y marineros, pero no aviadores, porque Nicolás II no disponía de una aviación como Dios mandaría después, pero si la hubiera tenido, en los soviets también habría habido aviadores. En fin, aviadores, marineros, soldados, policías o lumpen miliciano, siempre se trató de amantes de las armas, que no tendrían muchos entorchados, pero era a por lo que iban de manera expedita.
La tríada revolucionaria rusa estaba compuesta, pues, por los llamados por la historia a conducir los procesos de cambio, porque además de superexplotados producían lo último en el mundo moderno (los obreros), y por los que proveían la comida (los campesinos), y por los que garantizarían que todo marchara como sobre raíles hacia metas cada vez más celestes y luminosas (los soldados).
En realidad, ninguno de ellos se llevó el gato al agua. Los campesinos casi de inmediato pasaron a víctimas, porque su mentalidad clasista los hacía reacios a los cambios y hubo que combatir a los kulaks y esa gracia, al final, costaría 20.000.000, ¡veinte millones!, de muertos, peccata minuta. Los soldados rápidamente se comprendió que no tenían razón de ser en tanto ente aparte. Como cuarenta y pico de años después lo puso mejor que nadie Fidel Castro, “el ejército rebelde es el pueblo uniformado”, es decir, nada de poder autónomo, nada de tentaciones levantiscas: todo de sometimiento. Y los obreros resulta que terminaron por ser un galimatías de trepadores provenientes de todos los sectores con predominio de intelectuales que ¡vaya zánganos! jamás habían tirado golpe.
Pero el último congreso del partido comunista chino nos deja patitiesos. No sólo el gran timonel cuando llevó a cabo su revolución en 1949 se abstenía de hablar de soldados, poniendo el énfasis no en los obreros y sí en los campesinos, tal vez por ser él mismo un campesino, sino que sus descendientes ideológicos se nos apean con la teoría “de los tres representantes”. ¿Tres representantes?
¿Cuáles? Pues los obreros, los campesinos ¡y los capitalistas! ¡Jesús del Gran Poder, esto sí que es grandioso! A los capitalistas, el gran enemigo, la clase a ser aplastada sin contemplaciones, los responsables de todo el mal y todas las penurias que hicieron necesaria la revolución de los obreros y campesinos, ahora los comunistas les extienden alfombra roja para que ingresen al partido de los desposeídos. Y para demostrar que hablan en serio entregan el poder a las nuevas generaciones, y el poder sumo, a un adolescente de 59 años.
Calma, no faltarán voces de advertencia, no se apresuren, no sea que estemos asistiendo a la repetición de una puesta en escena anterior. Recuerden que Mao en vísperas de su revolución cultural dijo, en supuesto gesto de apertura, “que florezcan cien flores, que surjan cien escuelas”, y en cuanto florecieron y surgieron, allá agarró la hoz y las descabezó sin miramientos. Bueno, no parece que ahora vayan a repetirse aquellos acontecimientos. Los tiempos son muy distintos y los sabichosos chinos lo han comprendido bien. Empezaron a crecer, y a tasas nada desdeñables, desde que se abrieron al capitalismo. Hacer espacio en el seno del partido a los capitalistas parece ser la consecuencia lógica del camino que emprendieron hace tiempo.
Los chinos no son como esos morones irrescatables tipo coreanos del norte o cubanos de Fidel, que siguen dale que te pego desayunando, merendando y cenando comunismo a pulso, pobrecitos pueblos que los padecen. Los chinos se modernizan a pasos agigantados y la mejor muestra es la patada descomunal que le acaban de soltar al camarada Marx y, de paso, al compañero Lenin y al padrecito Stalin.
José Antonio Zarraluqui es editor de mesa de El nuevo Herald, de Miami.