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DRAGONES Y MAZMORRAS

Cosas que se pueden hacer en Madrid si no estás muerto

Estuve la semana pasada en la librería “El bandido doblemente armado” que, como habrán adivinado algunos lectores es la que han abierto los hijos de la novelista Soledad Puértolas, muy cerca de la glorieta de Bilbao, en el número 3 de la calle Apodaca, de Madrid.

Para quienes no conozcan esta importante ciudad, les diré que se trata de un barrio muy característico, abigarrado y comercial, en cuyas deslavazadas calles y callejas, situadas a un lado y otro de dos grandes arterias, hay una elevada concentración de tabernas y de establecimientos bastante vetustos, mayormente del ramo de la alimentación. No obstante, ese espacio también rinde tributo a la cultura, albergando en sus alrededores el palacete modernista de la SGAE o Sociedad General de Autores y unas cuantas librerías, desperdigadas aquí y allá; incluso hay varias en la misma calle que nos importa. Entre éstas destaca la librería de Diego y Gustavo Pita que tiene la singularidad de ser también un café, y por tal lo tomarían los viandantes si no luciera libros en el escaparate.

Nada más entrar, está la barra, larga y estrecha, que desemboca en una suerte de salón de té, donde hay unas pocas mesas alternando ya con las estanterías y, al fondo, sorprendentemente amplia y luminosa, la librería propiamente dicha. Esa combinación de funciones y servicios, aparentemente peregrina, no es completamente nueva y en sociedades menos apocadas que la nuestra, ha llegado incluso a ser un prototipo. Me imagino que la clave está en no llenar todo de olor a fritanga, porque el papel se engrasa y degrada con la tortilla de patatas y aunque no es mi intención rivalizar con mi vecina sección en esta Revista, no tengo más remedio que hacer una incursión en la siempre grata disciplina de la gastronomía para explicarme. El menú que ofrecen en “El bandido” es ligero y también algo exótico: delicadas sopas japonesas servidas en tazas lacadas —como manda la lectura sosegada del maestro Tanizaki—, frescas ensaladas y, en general, viandas cuya elaboración no despide humos ni olores capitales lo que te permite hojear los libros sin miedo a pringarlos. Y abundante líquido que, ya sea en forma de bebidas espirituosas o simplemente de infusiones, siempre se ha llevado muy bien con las letras. Huelga explicar que, en esta tesitura, la librería no cierra a medio día y esta es otra, y nada despreciable, ventaja.

La librería va ya por el año y es preferentemente literaria, como no podía ser menos, y no lo digo sólo por Soledad, sino también por Diego, que ha publicado una novela. La selección es completamente personal y por la importancia que se da a la literatura policíaca, me recordó a aquella otra en la que estuve trabajando hace años, la librería Cal y Canto que fundó Ana Díaz Caneja Bustamante, muerta prematuramente hace ahora un mes. Nani, como la conocíamos todos, puso aquella librería en los albores de la transición y a pesar de que lo que entonces vendía era la política y el psicoanálisis, conseguimos montar una librería casi exclusivamente literaria. Durante diez años aquel establecimiento del barrio de Argüelles, atestado por cierto de librerías de las que quedan ya bien pocas, se hizo con un fondo de literatura policíaca, de ciencia-ficción y de literatura fantástica que todavía añoro, como también añoro ahora a la mujer que la hizo posible y cuya pérdida me ha dejado desarbolada.
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Me cuenta Diego que en la orientación de la librería, en su línea, como se diría en lenguaje técnico, han tenido mucho que ver los lectores. Y tiene razón en destacar el papel fundamental de estos últimos porque son ellos los que, con sus peticiones, van perfilando el contenido inicial de la oferta, que generalmente suelen coincidir por aquello de que lo semejante llama a lo semejante. Los lectores de Libertad Digital no se extrañarán si les digo que la lista de libros más vendidos de este establecimiento no es la que sale habitualmente en los periódicos. El primer puesto no lo tiene Vivir para contarla del más que discutible García Márquez sino la sobrecogedora novela de J.M. Coetzee (por cierto, me he enterado de que se pronuncia “Cuitze”), titulada Desgracia, cuya edición de bolsillo en Mondadori recomendé hace apenas un mes en la radio, y la escritora más vendida no es la señora Isabel Allende sino Batya Gur, nuestra admirada y también siempre recomendada escritora israelí de novelas policíacas. Me pregunto si los clientes de “El bandido” son también oyentes de La Linterna o si es una simple pero feliz coincidencia que espero, de todo corazón, se siga produciendo durante muchos años.
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