
Vemos a los Wal-Mart –por citar solo el caso más llamativo– abrir cada día en un pueblo tras otro. Vemos un una sola tienda una auténtica abundancia de bienes diseñados para servir al bienestar del hombre, a precios que los hacen asequibles a todos, una compañía que ha creado millones de empleos y traído la prosperidad donde sólo había desesperación.
Puede que no les guste Wal-Mart. Puede que lo encuentren vulgar y chabacano. Puede que no le guste que la tienda se haya instalado donde lo ha hecho. Pero no tiene sentido negar que esta empresa y cientos como ella han traído a la humanidad una oportunidad sin precedentes para aumentar el bienestar de todas las clases de la sociedad.
¿Y quien posee Wal-Mart? Llámelos capitalistas si quiere, pero sus propietarios son accionistas de todo el mundo, gente de moderados ingresos que tiene sus ahorros invertidos en la buena marcha de la compañía. Es propiedad de una clase de personas a las que podríamos llamar trabajadores capitalistas. Una institución como ésta es más de lo que ningún socialista podría haber imaginado jamás. Si se le hubiera enseñado esto a Marx, no habría creído a sus propios ojos.
¿Está de acuerdo la libre empresa con la idea del bien común tal y como los socialistas lo imaginaron? Ciertamente sí. En cambio, no lo está con la "comunidad de bienes", como pensaron los socialistas que estaría. ¿Qué podemos decir entonces de aquellos que todavía hoy se mantienen fieles al socialismo como un objetivo político o como una trayectoria general de activismo político? Podríamos decir que no conocen o no han entendido la trama esencial que se esconde tras la historia económica de los últimos trescientos años. O quizá podríamos decir que son más fieles al socialismo como dogma que a los ideales que a los supuestos ideales de los fundadores del dogma. Me resulta especialmente sorprendente la preocupación neosocialista con el bienestar de las plantas, los animales, los lagos y ríos, las selvas y los desiertos, especialmente cuando la preocupación por el medio ambiente parece mucho más intensa que su preocupación por el bienestar de la familia humana.
Cuando hablamos de la idea del bien común, necesitamos también estar abiertos de mente ante las instituciones jurídicas y políticas que con mayor probabilidad ayudarán a hacerlo realidad. La respuesta no se encuentra en la "comunidad de bienes", sino en las mismas instituciones por cuyo descrédito los socialistas trabajaron tan duramente. Déjenme listarlas: propiedad privada de los medios de producción, moneda estable que sirva como medio de intercambio, la libertad de empresa que permita a cada persona iniciar un negocio para perseguir sus sueños, la libre asociación de trabajadores que permite a la gente donde quiere trabajar y en qué condiciones, el cumplimiento de los contratos que provee de soporte institucional a la idea de que la gente debería cumplir sus promesas y un comercio vibrante dentro de cada país y entre ellos para permitir el mayor florecimiento posible de la división del trabajo. Estas instituciones deben apoyarse sobre una infraestructura cultural que respete la propiedad privada, respete a la persona humana como poseedora de una dignidad inherente y conceda más lealtad a la autoridad trascendente que a la civil. Esta es la base de lo que llamamos libertad y cuyo resultado es lo que llamamos el bien común.
El bien común es incompatible con la violación del derecho a la iniciativa económica. Como el Papa Juan Pablo el Grande escribió sobre la iniciativa económica: "Es un derecho que es importante no sólo para el individuo sino también para el bien común. La experiencia nos muestra que la negación de este derecho, o su limitación en nombre de una presunta 'igualdad' de todos en la sociedad, disminuye, o en la práctica destruye por completo, el espíritu de la iniciativa, que es lo mismo que decir la subjetividad creativa del ciudadano."
Al escribir estas palabras, el Papa se hacía eco de la visión del documento del Concilio Vaticano II titulado Gaudium et Spes: " La propiedad, como las demás formas de dominio privado sobre los bienes exteriores, contribuye a la expresión de la persona y le ofrece ocasión de ejercer su función responsable en la sociedad y en la economía. Es por ello muy importante fomentar el acceso de todos, individuos y comunidades, a algún dominio sobre los bienes externos. La propiedad privada o un cierto dominio sobre los bienes externos aseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria para la autonomía personal y familiar y deben ser considerados como ampliación de la libertad humana."
Déjenme terminar declarando que bajo los estándares de los escritos de los primeros socialistas, todos tenemos derecho a llamarnos a nosotros mismos socialistas, si con ese término queremos decir que estamos dedicados al bienestar de todos los miembros de la sociedad. Los medios para alcanzar este ideal son materia de disputa, pero creo que no tienen que ver con la planificación centralizada sino con la misma libertad. Santo Tomás de Quino tenía un axioma: bonum est diffusivum sui. El bien se difunde por sí mismo. Lo bueno de la libertad ciertamente se difunde por sí mismo en beneficio de toda la humanidad.
El padre Robert Sirico es sacerdote católico y presidente del Instituto Acton para el Estudio de la Religión y la Libertad en Grand Rapids, Michigan.