
Los españoles tenemos la costumbre de enclaustrarnos en nuestras leyendas y no salir de ellas. Si bien es cierto que durante la transición verdadera Adolfo Suárez abandonó el horizonte de un Gobierno de la República, y Tarancón la confesionalidad del Estado, hay quienes ahora están empleados en hacerles callar y demostrarnos que todo es posible para quien vive bajo el rencor y la inquina.
Pongamos las cartas sobre la mesa. Miremos hacia atrás con todas las consecuencias. ¿Quién da un paso al frente? La Iglesia, a quien le importa la verdad y las posibilidades de la predicación del Evangelio, y nada más. El Gobierno socialista quiere revisar las sentencias judiciales del franquismo; la Iglesia no quiere revisar las sentencias ficticias del comunismo, el anarquismo y el socialismo contra los hombres de Iglesia que condujeron, sin el más mínimo pudor legal, al martirio más grande que la Historia haya conocido, más si cabe que las persecuciones contra los cristianos que vivían en el Imperio Romano, contra los perseguidos en la Revolución francesa, o contra los mártires en la guerra de los Boxers en la China de inicios del siglo XX. Como afirma el prestigioso historiador Vicente Cárcel Ortí, "hay que decir que la Segunda República fue esencialmente anticlerical y anticristiana; comenzó quemando iglesias y conventos y acabó matando a curas, frailes, monjas y católicos después de destruir un ingente patrimonio cultural. Ésta es una verdad histórica incontrovertible que algunos no quieren admitir."
Para saber cuál es la interpretación que la Iglesia, los obispos, hacen de aquel ejemplar martirologio, conviene que no olvidemos algunos textos. La Instrucción Pastoral Constructores de la paz, de la Comisión Permanente del Episcopado, de 20 de febrero de 1986, señala que "no sería bueno que la guerra civil se convirtiera en un asunto del que no se puede hablar con libertad y objetividad" y que "hay que desautorizar los intentos de desfigurar aquellos hechos", amén de rechazar la utilización de una imagen "distorsionada de lo ocurrido". Y añade: "quienes reprochan (a la Iglesia) el haberse alineado con una de las partes contendientes deben tener en cuenta la dureza de la persecución religiosa desatada en España desde 1931".
En el documento La fidelidad de Dios dura por siempre. Mirada de fe al siglo XX, la Conferencia Episcopal afirma: "También España se vio arrastrada a la guerra civil más destructiva de su historia. No queremos señalar culpas de nadie en esta trágica ruptura de la convivencia entre los españoles. Deseamos más bien pedir el perdón de Dios para todos los que se vieron implicados en acciones que el Evangelio reprueba, estuvieran en uno u otro lado de los frentes trazados por la guerra. La sangre de tantos conciudadanos nuestros derramada como consecuencia de odios y venganzas, siempre injustificables, y en el caso de muchos hermanos y hermanas como ofrenda martirial de la fe, sigue clamando al Cielo para pedir la reconciliación y la paz."
La memoria de la Iglesia es, ahora también, nuestra libertad.