
Martial Fougeron es un director francés que debuta en el largometraje con Mi hijo (Mon fils à moi), queobtuvo,para estupor del que suscribe, la Concha de Oro en el pasado Festival San Sebastián, el mismo Festival que rechazó dar ningún premio a Copying Beethoven. No conformes con eso, a su protagonista, la actriz Nathalie Baye, que hace de madre en cuestión, le concedieron la Concha de Plata a la mejor actriz. Pues bien, esta película llena de gloria y aclamación es la inquietante historia de una madre desequilibradamente posesiva que hace de la vida de su hijo preadolescente Julien un infierno, llegando a inducirle al suicidio.
Su patético marido es un profesor universitario que está todo el día fuera y que cuando llega a casa se inhibe completamente de todo. Julien tiene una hermana que intenta ayudarle con su problema, y una abuela, con la que vive un oasis de libertad. Incluso tiene una novia a la que oculta su dramática situación doméstica. Pero todas sus puertas se van cerrando en torno a una madre cada vez más castradora.
La película es la disección de una familia enferma, muy representativa de la crisis de las relaciones familiares que vivimos. Una familia en la que el cariño no hace crecer, sino que asfixia, porque no es fruto de un verdadero amor, sino de desajustes personales. Pero no seamos ingenuos: estas películas que cuentan casos desgraciadamente reales tienen una función muy precisa en la opinión pública, la de deslegitimar el modelo natural y tradicional de familia.
No se trata de negar u ocultar tantos desequilibrios que se dan en las familias, pero hay que dejar claro que su origen está en formas inadecuadas de entender la familia, no en la naturaleza misma de esta. Alfred Hitchcock mostró siempre madres "oscuras" o "idas" –Los pájaros, Psicosis, Encadenados, Extraños en un tren, Con la muerte en los talones...– pero nunca se deducía un rechazo del modelo familiar como tal. Mi hijo muestra a un padre poco creíble y no plantea salidas viables a la tragedia de esa familia, con lo que inevitablemente se queda coja, incompleta en su "denuncia", y se queda en una mera experiencia ingrata para el espectador.
Muy diferente en la forma, que quizá no en el fondo, es Retrato de una obsesión, de Steven Shainberg. Protagonizada por Nicole Kidmam, la película se inspira libremente en la figura de Diane Arbus, una fotógrafa americana que vivió entre 1923 y 1971. Ella es una madre de familia, felizmente casada con un fotógrafo de moda. Sus hijas la quieren y su marido también. Un día ella decide fotografiar a sus vecinos, y enseguida queda fascinada por uno de ellos, que padece una enfermedad: su cuerpo está cubierto de vello, como si de un licántropo se tratara. Esa curiosidad se convierte en una morbosa obsesión que la lleva al más desagradable de los adulterios.
Posiblemente haya que entender al monstruo en clave metafórica, como en el caso de La bella y la Bestia de Cocteau o El espíritu de la colmena de Erice. De esta forma ella proyecta en su peludo vecino todas sus insatisfacciones y frustraciones, y le utiliza como terapia existencial a costa del bienestar de su familia. La película es tremendamente rara, personal y desazonadora, y nos presenta un mundo cercano a La parada de los monstruos sin que lleguemos a entender unas motivaciones convincentes, ni en el director ni en los personajes.
En fin, con estas dos películas, no nos va a quedar más remedio que irnos a ver Spiderman 3, que al menos nos ofrece valores aceptables y sanos.