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Itxu Díaz

El síndrome de la ministra iluminada

Ahora que también me estoy volviendo woke y gilipollas, que alguien me explique, por el amor de Dios, Yolanda, qué demonios ocurre con les becaries.

Ahora que también me estoy volviendo woke y gilipollas, que alguien me explique, por el amor de Dios, Yolanda, qué demonios ocurre con les becaries.
EFE

Yolanda Díaz recibió un fogonazo de espíritu sindical cuando se coló en el Consejo de Ministros y desde entonces vive irradiante. Como todo gobernante advenedizo, padece el Síndrome de la Epifanía, esa ínfula de poseer el don de la inauguración perpetua, de haber creado la democracia, los derechos laborales, y hasta la ley, convencida de que solo a su paso crece la hierba. Nada han hecho, piensa ella, ninguno de sus 19 antecesores en el cargo, lo que constituye un ultraje a Chaves y Griñán, que trabajaron con empeño para mejorar la economía de los españoles, en concreto, la economía de dos españoles: Chaves y Griñán.

Su última revelación divina, en un arrobo de misticismo laboral posterior a una borrachera de langostino sindical en cualquier comedero enmoquetado de mi Madrid, es el alumbramiento del Estatuto para las becarias y los becarios, que nace ya con un tufillo fascista y homófobo insoportable porque, ahora que yo también me estoy volviendo woke y gilipollas, que alguien me explique, por el amor de Dios, Yolanda, qué demonios ocurre con les becaries. ¿Acaso no tienen derechos? ¿Acaso no son gente? ¿Acaso no son de les nuestres?

Discriminación al margen, me fascina lo de los derechos de los becarios, por más que sea una agresión gratuita a mi amigo Josep Pedrerol, quien, a propósito, los forma mejor que nadie. He trabajado con los mejores y peores becarios. Un chaval jovencísimo a quien tuve a mi cargo manejaba bastante mejor el idioma y la pluma que toda la cúpula directiva del periódico, mientras que, en la misma empresa, como director de fin de semana, sufrí a una muchachita que decía necesitar dos horas de reflexión antes de sentarse a escribir cada artículo. Las dos horas de reflexión consistían en salir y tumbarse en el jardín de la entrada a fumarse un porro. A continuación, dejaba caer las letras sobre el papel con la arbitrariedad de quien vuelca un saco de canicas. Y, terminado el trabajo, no se dejaba aconsejar. Casualidades: el chaval no paraba de hablar de sus obligaciones, mientras que la moza gustaba de cacarear no sé qué de sus derechos, entre los que, sospecho, incluía acudir a su puesto de trabajo totalmente colocada y redactar sucesos en cirílico.

Por supuesto, esta ocurrencia ministerial sobre los becarios tendrá nefastas consecuencias para los becarios, de la misma manera que cada vez que Yolanda Díaz trata de proteger a los trabajadores más desfavorecidos aumentan los desfavorecidos y disminuyen los trabajadores. Tampoco en esto es original: el comunismo nunca ha sido otra cosa. Pero da igual. Tras su autorrevelación, la ministra ya no es comunista, es yolandista. Quizá eso explica que esté realmente convencida de que hace "cosas chulísimas", mientras España duplica la tasa de paro de los países de la OCDE y el ministerio dedica todo su esfuerzo a emponzoñar la libertad de acuerdo entre empleadores y empleados.

Tengo para mí que si visitó al Papa fue porque un rubor interior, un centelleo del alma, le llevó a peregrinar hasta Roma para tener un encuentro bilateral entre ungidos, de tú a tú, ya sabes, con los que tienen hilo directo con el Más Allá, poseedores del don de la infalibilidad. Tan mesiánica se ve que ya trata a Pablo Iglesias como un vulgar paria del Más Acá, porque "los liderazgos los decide la ciudadanía"; lo que me recuerda que no hay condescendencia más cruel que la de los mediocres, ni puñalada más sangrienta que la que un comunista puede asestarle a otro comunista.

Así, la iluminada vive una presión mesiánica agotadora, abriendo nuevas eras cada mañana. Tras el acuerdo de reducción de temporalidad en el empleo público anunció que se trataba de algo "histórico" que significaba un "antes y un después". También fue un hito colosal el acuerdo para la reforma laboral, según sus propias palabras: "hoy es un día histórico para los trabajadores y las trabajadoras de nuestro país". Y memorable fue su intervención el pasado febrero valorando su "diálogo social", lo que sea que signifique eso, cuando exclamó fuera de sí: "¡Nos felicitan los agentes sociales del mundo, no de Europa, del mundo!"; fuentes del Ministerio que no puedo revelar me dicen que la ministra recibió incluso una llamada extraterrestre, un emocionadísimo Alf balbució al otro lado del teléfono: "Gracias, ministra, por tu diálogo social. En Melmac no se habla de otra cosa. A propósito, ¿tienes gatitos en casa?".

En definitiva, resulta entre llamativo y risible que, desde la unción irradiante de la ministra, cada nueva ocurrencia de su Ministerio de Trabajo llegue acompañada de eufóricas e insistentes proclamas de que "esto nunca antes se había hecho en democracia", algo que tal vez, si tuviera ocasión de descender un instante a esta sucia tierra de mortales, debería conducir a la ministra a una sugerente, intuitiva y enriquecedora conclusión: "por algo será".

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