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Itxu Díaz

Una buena razón para liarse a tiros

Si se paran las fábricas de Estrella Galicia, desembalo mi oxidado AK47, me echo a las calles y mañana mismo salgo en los papeles. 

Si se paran las fábricas de Estrella Galicia, desembalo mi oxidado AK47, me echo a las calles y mañana mismo salgo en los papeles. 
Hijos de Rivera

Como ciudadano español, me considero un tipo sensato. Quiero decir que no suelo gritar "Alahu akbar!" en la cola de recogida de análisis de orina, no empujo a viejecitas por las escaleras, no acostumbro a prender fuego a las papeleras del barrio y solo a veces aúllo suavemente en el balcón en las noches de luna llena. Soy un tipo formal. Pero todo tiene un límite.

Mira. Ejercitando con tesón la mansedumbre, un español puede aguantar la competencia en incompetencia de todo el Consejo de Ministros, asumir que la gasolina ahora sale más cara que la multa por fugarse de la gasolinera con el depósito lleno, mirar con cierta indiferencia el estallido de una guerra nuclear y contemplar con serenidad que en los estantes de pasta del supermercado ya solo quedan malditos ravioli veganos, lo que, a propósito, debería llevar a Garzón a una reflexión –como dicen ahora todos en el PP, que ya no sabes si hacen política o ejercicios espirituales– sobre las diferencias entre la comida apta para consumo humano y el alimento favorito de los conejos.

Hemos podido con todo. Durante largo tiempo hemos estado soportando a esa gente que mastica cerveza a cucharadas y dice que es artesana y hecha en su garaje, nos hemos resignado a que en las zapaterías cualquier calzado masculino haya sido sustituido por diferentes versiones de los tenis de la NBA y a que los comunistas pata roja del Gobierno hagan campaña en Twitter desde el Txistu para que cambiemos el chuletón por los grillos caramelizados.

Una y otra vez asumimos con paciencia teresiana el antimadridismo mundial, que los Golfos Apandadores de Davos nos quieran pobres, esclavos y sonrientes en 2030, y que Bruselas dedique toda su artillería y recursos a luchar contra las pajitas de plástico, y que lo haga siempre con nuestro dinero. De hecho, hemos sobrevivido heroicamente a los ministerios más inútiles y enloquecidos, a un presidente por accidente que tenía el coeficiente intelectual de un trozo de corteza de alcornoque y a subidas de impuestos que parecen diseñadas por la facción contable de la banda terrorista ETA.

Pasamos por alto las infinitas normativas paranoicas de la pandemia, el cierre parcial de las barras de los bares y hasta el aterrador holocausto del papel higiénico en las estanterías de Carrefour. Todavía hoy nos trae al pairo que cada vez que nos quejamos de lo que sea el Gobierno nos tilde de extremistas, ultraderechistas, fascistas y toda hipérbole y todo superlativo que habite en el espectro semántico del facherío.

Y, demostrando una frialdad y serenidad extrema, hemos renunciado durante décadas a prender fuego a las discotecas, incluso a pesar del lloriqueo latino, el rap, el trap, el reggaeton y aquellos guarros de los 90 que basaban su talento artístico en componer con el pelo sucio. Ni siquiera, fíjate lo que te digo, nos hemos liado a patadas con ninguna exposición de arte contemporáneo, de esas que lo están pidiendo a gritos.

Pero si hasta estamos sobreviviendo sin demasiados sobresaltos a un tipo como Pedro Sánchez, el único presidente del Gobierno que está preparando en activo un homenaje a sí mismo, y que ahora nos ha amenazado con emitir en horario infantil escenas íntimas con su mujer en las alcobas monclovitas, que antes preferiríamos ver un documental sobre las costumbres de apareamiento de los hipopótamos del Nilo.

Sí. Lo hemos soportado todo y más. Pero hasta aquí. Si se confirman las terribles noticias que llegan desde mi tierra, si se paran las fábricas de Estrella Galicia, si desaparece la rubia más guapa del país de los bares españoles, si nos torturan hasta el extremo de tener que beber ese fluido que comúnmente utilizamos cada mañana para ducharnos, yo desembalo mi oxidado AK47, me echo a las calles y mañana mismo salgo en los papeles.

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