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Javier Somalo

Los Brutos de Génova

La corrupción del PP, que es tan real como escandalosa, parece blindar al resto de corruptos de otros partidos.

Cunde la sensación de que las negociaciones para formar gobierno pasan de los despachos políticos a las comisarías y de ahí a las fiscalías y, en todo caso, a las redacciones para acabar en los escaparates televisivos que dominan por ley el panorama televisivo español. Resulta imposible separar estas noticias del momento histórico que estamos viviendo los españoles y que no termina de culminar.

El caso es que la corrupción del PP, que es tan real como escandalosa, parece blindar al resto de corruptos de otros partidos. Como decía el editorial de Libertad Digital, los que tienen más audiencia televisiva son los de Génova, pero que los crímenes de la tele sean sólo los del PP es, en parte, gracias a Mariano Rajoy.

Mientras el presidente en funciones aprovecha lo que él llamó "el asunto británico" para fomentar las elecciones de junio, los sumarios llegan puntualmente a todas las redacciones provocando un frenesí de exclusivas sin Gobierno. Estilográficas Montblanc, coches con más caballos que tornillos, recalificaciones con propina, obras de arte que convierten el negro en blanco, viajes de Valdemoro a Singapur, sobres y cajas, préstamos imposibles, cacerías exclusivas, mariscos varios, un maletín y todo un amplio catálogo de complementos para rico paleto, el que menea peluco y viste de sastre sin tener ni percha. Así vamos a estar dos meses, si el 12 de marzo no sale un gobierno, porque ese guión lo entiende todo el mundo, ya sea por indignación o envidia aliviada.

Menos cobertura reciben otros casos que ya hemos señalado aquí y que esta semana añade protagonistas como Narcís Serra, el otrora vicepresidente, ministro de Defensa, mecenas de informes y oyente fiel de cualquier grabación y ahora posible responsable de un agujero de 900 millones de euros –repasen de nuevo la cifra, sí, 900 millones de euros– cuando era presidente de Catalunya Caixa, entidad rescatada con dinero de todos, incluido el de Carmen Calvo Poyato. O las declaraciones ante el juez del ex director general de Trabajo y Seguridad Social de la Junta de Andalucía, Francisco Javier Guerrero, por los ERE fraudulentos: "Parece que la Junta soy yo, aquí nadie estaba, nadie sabía, aquí todo el mundo éramos tontos". En buena lógica, cualquiera de estos casos podría también servir para "condicionar" las negociaciones. Pero no es así.

Destacados dirigentes del PP, muy destacados, desdoblan su personalidad para decir una cosa cuando hay luces y la contraria cuando se apagan. Son capaces de reconocer en cierta intimidad que no están de acuerdo con su presidente, confesar que ya no gusta a los votantes del PP, que hay que limpiar la casa caiga quien caiga, o que Rajoy ya no es cartel electoral y, a renglón seguido añadir: "Eso sí, no seré yo quien lo acuchille", como Bruto a César. A partir de ahí, pueden suceder dos cosas: que, en realidad sí lo estén haciendo pero no quieran confesarlo o que, mientras renuncian al asesinato político, luzcan ya en su propia espalda una faca a media estocada de otro que también niega a Bruto. Porque acabar con esto a lo Bruto –siempre metafóricamente, claro–, si somos estrictos, implica no sólo el asesinato sino el posterior linchamiento, la huida y el suicidio.

Lo que tiene la socialización del delito, cosa nada nueva pues se ha practicado en casi todas las dictaduras o legislaturas longevas, es que si todos pueden robar nadie se denuncia. El que clave el cuchillo sentirá al tiempo otro en sus riñones y así hasta formar una especie de macabro corro de la patata que impide la delación. Suena doloroso, pero una vez dentro del corro ya no se puede salir sin recibir la estocada mortal. No creo que esto sea del todo cierto en el PP, sería injusto decirlo, así que la ausencia de Brutos tiene que tener otra explicación que, de momento, no alcanzo a vislumbrar. El caso es que Mariano Rajoy es hoy el obstáculo para salir del bloqueo institucional pero también para que el PP comience su ineludible refundación mientras arrecian sin cesar las exclusivas de ida y vuelta que sólo apuntan a Génova. No parece haber cambios de actitud pese a que se acerque la posibilidad de un gobierno sin Podemos, que sería corto y debería dar paso a la estabilidad.

Dicen en el partido y en La Moncloa, poniéndose en el pellejo de un votante del PP, que si alguien votó por el que ganó las elecciones no puede consentir que gobierne otro que ha perdido, es antidemocrático, sostienen. Creen estos asesores que Sánchez perderá la investidura y se extinguirá sin más dando paso a la gran oportunidad del PP, indiscutiblemente con Rajoy al frente. Lo que querrá, supongo, cualquier votante del PP será evitar la llegada de Podemos, que es lo que sucederá si el pacto de Sánchez se fraguara con Pablo Iglesias o si se repiten las elecciones y en Génova siguen los títeres con las mismas cabezas.

Pedro Sánchez podría hacer con Rajoy como Felipe González con Suárez, salvando las enormes diferencias y, sobre todo, las intenciones y sus efectos. Quedémonos sólo con el hecho político. El líder del PSOE interpuso en 1980 una moción de censura que estaba aritméticamente condenada al fracaso porque jamás superaría la mayoría absoluta necesaria para prosperar. Pero supo calcular que la herida sería mortal, eso sí, dos años después. UCD se desangraba en luchas internas cuando llegó Alfonso Guerra a defender la moción suicida. Si el PP entendiera su propia historia –y la UCD forma parte de ella– admitiría con su abstención un gobierno provisional pero necesario para frenar a Podemos como el que formaría Pedro Sánchez con el apoyo –y posterior control las 24 horas del día y los siete días de la semana– de Albert Rivera, que sigue ganando peso político en esta España transitoria.

Un par de años en la oposición –ese lugar en el que vuelven las ideas y principios que se abandonan en el poder– habiendo facilitado el desbloqueo institucional y tras una inmediata refundación integral y, por lo tanto, ejemplar, podrían evitar el destino al que hoy está abocado el PP: su extinción. A Felipe González le funcionó.

César y Bruto murieron violentamente pero quizá eso ya ha sucedido también en el PP y no se han dado cuenta. Es lo que falta por saber.

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