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Javier Somalo

Pablo Iglesias y el tranquilo año 1980

Pablo Iglesias tenía 2 años y a Irene Montero le faltaban ocho para nacer. Los españoles caían como moscas a manos de ETA.

Hasta hoy no he querido caer en la tentación de recordar la moción de censura de Felipe González a Adolfo Suárez porque pensé que lo de Pablo iglesias no era una estrategia de partido sino estrictamente personal: quiere verse reflejado como candidato presidencial en unas actas del Congreso de los Diputados. Me lo imagino atusándose la barbita frente al espejo, encogiendo los hombros para ser fiel a su encorvada ideología y ensayando ceñudas y afiladas miradas para citar de memoria párrafos de su inédita Ética de la Razón Pura, salteada con informes de House Water Watch y concluyendo que, al final, todo es relativo, como bien dijo Newton. Quizá hasta sostenga que las cosas se caen al suelo por la Ley de la Gravedad pero que caerían también si esa ley no existiera y que, por lo tanto, es mejor derogarla o enmendarla porque caer, caen pero en función de su densidad de clase. Y todavía se ríen –los muy "machirulos"– del relaxing cup de Ana Botella, "mujer de", según los guardianes del feminismo.

Pablo quiso ser vicepresidente con Pedro y casi se proclamó candidato oficial al puesto. Es lo más cerca que ha estado del asalto a su cielo. Ahora habría forzado la máquina –llegué a pensar– para convertirse en protagonista obligado por un día: se hablará de él, se votará por él, no habrá más remedio que escucharle, lo importante será Pablo, internacionalizar el conflicto. Creí de veras que todo quedaba reducido a eso.

Pero hete aquí que ha sido el propio Pablo Iglesias el que ha querido comparar su moción con la de Felipe González, uno de los personajes de la trama de su autobús, en estos términos:

"Hace 37 años,en unas circunstancias mucho menos graves que las actuales, se presentó una moción de censura que no prosperó pero que, sin embargo, señaló un futuro de cambio".

Así que en 1980 las circunstancias eran mucho menos graves que las actuales. Pablo Iglesias tenía 2 años y a Irene Montero le faltaban ocho para nacer. Los españoles caían como moscas a manos de ETA. De hecho, 1980, ese año tranquilo para Podemos, fue el más sangriento de la banda terrorista: un centenar de muertos sin contar a los heridos que sobrevivieran y la gravedad de sus lesiones. Sí, ETA mató mucho más en democracia que durante la dictadura de Franco pero 1980 marca el techo de sangre de la banda. Además, por aquellas fechas el ruido de sables era un estruendo a uno y otro lado de los muros de los cuarteles. Dos años antes, en el tan constitucional 1978, ya se había intentado la Operación Galaxia con una levantisca merienda entre Ricardo Sáenz de Ynestrillas y el propio Antonio Tejero. Los comensales adujeron que sólo fue una discusión teórica sobre un posible golpe de Estado. Tras un consejo de guerra, la cosa quedó en siete meses de condena y sin pérdida de rango militar. En 1980, el 23-F estaba ya en todas las agendas, todas. Desde Madrid a Lérida, donde en otoño de ese año compartieron mesa y mantel el general Alfonso Armada y el socialista Enrique Múgica en casa del alcalde ilerdense, quizá para profundizar algo más en las teorías tabernarias de la cafetería Galaxia y refinarlas con una lista de gobierno alternativa que asentara, o no, la democracia en peligro.

Adolfo Suárez sufría en 1980 el acoso de su partido, quizá porque jamás lo fue, porque la UCD se inventó para poder gobernar después de Franco con unas siglas. Desde la muerte del dictador en la cama, más bien desde su última agonía –hubo varias y se repuso a todas–, fueron muchos los arribistas que pensaron en encabezar la democracia que se empezó a pergeñar antes del óbito. Algunos ya se disponían a brindar con champán cuando se supo que la botella y las copas estaban en casa del Ministro Secretario General del Movimiento, un tal Suárez, gracias a las argucias de Torcuato Fernández Miranda y de quien le arrojó años después al olvido, el heredero de Franco a título de Rey, Juan Carlos I. El caso es que tanto resquemor y envidia –también hubo mucho talento y valentía– y tanta militancia mestiza, infiltrada o forzosa pudrieron el partido-instrumento con el que Adolfo Suárez protagonizó lo mejor que pudo la Transición. Nada era fácil en 1980.

Pero no sólo la UCD apuñalaba a Suárez. Ya por entonces lo hacía el Rey de sus amores estropeando todo lo construido en años anteriores, quizá para contentar el absurdo anhelo de su padre –de ideología muy diversa según los tiempos– de concluir la llegada de la democracia con el socialismo en el poder. Pero el que lanzaba saetas a diario era el PSOE, un partido desaparecido durante el franquismo pero que se atrevió a calificar a Juan Carlos I como "príncipe de opereta" y "futuro rey de cartón piedra" y que lloró de miedo años después con la legalización del PCE porque temía lo que no pasó: que los comunistas, que sí arriesgaron en la dictadura, le robaran los votos de la izquierda. En las elecciones del 79, el PSOE de Felipe González se quedó a 47 escaños de la UCD de Suárez, que obtuvo una mayoría amplia pero no absoluta.

Hoy me resulta imposible pensar que la moción de censura presentada por el PSOE en mayo de 1980, tan condenada al fracaso como se sabía, no estuviera poniendo la vista en febrero de 1981. Quizá por ello Felipe González figuraba como número dos de un eventual gobierno de salvación nacional, sólodetrás de la autoridad militar –por supuesto–, el general Alfonso Armada. Un simple papel como aquel, que repartía la sucesión de la Transición con golpe incluido, explica muchas de las cosas sucedidas desde entonces. Pero claro, no había redes sociales ni tanta filtración periodística.

Aunque beban Coca Cola a escondidas y parezcan tan simples como el asa de un cubo, bien mirado, quizá las miserias que caracterizaron aquel 1980 sean el lodazal en el que de verdad sabe nadar Pablo Iglesias. Crisis, terrorismo, conspiración, golpismo y riesgo de fractura de la democracia recién conseguida. "En unas circunstancias mucho menos graves que las actuales…", dice Podemos refiriéndose a la moción de 1980. ¡Qué tendrán pensado! A lo mejor hasta otro socialista vuelve a aparecer como número dos de un gobierno de salvación nacional o lo que sea.

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