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Jorge Vilches

De igual a igual con los terroristas

Preparémonos para ver cómo los que ayer apoyaban el terrorismo, que aplaudían los asesinatos y justificaban las extorsiones, se presentan a las elecciones y se sientan en la cámara de representación nacional.

La democracia española se levantó al tiempo que grupos terroristas hacían lo imposible para que fracasara. No lo consiguió ETA, ni el GRAPO, ni ninguna de aquellas bandas de asesinos y ladrones. Y no hay que olvidarse de esos partidos que utilizaron el terrorismo, que incluso lo justificaron, para señalar el desencaje de "su nación" particular en el Estado, para a continuación sacar un rédito político. Tampoco se puede obviar la tibieza de algunos gobiernos que reconocieron la "singularidad" de esos territorios, la existencia de un "problema político" y, por tanto, la necesidad de negociar con los partidos nacionalistas de igual a igual.

Mientras la opinión pública y el sentir de la sociedad iban por un lado –el de la preservación de la dignidad de la democracia y de los valores que la conforman–, la actuación de los políticos ha ido en ocasiones por otro lado. Y hemos visto cómo ha sido el peso del electorado, o el miedo a perder su favor, el que ha condicionado el trato a los terroristas y a los que se querían aprovechar de la violencia.

El camino recorrido hasta aquí ha demostrado que la fortaleza de una democracia no está en su capacidad de negociación con cualquiera, sino en la firmeza de sus convicciones democráticas, en el vigor de la conciencia cívica que, ante la amenaza, une a la sociedad civil con sus representantes políticos.

Por esta razón, el terrorista que deja la violencia no puede ser nunca representante en un régimen donde los que reciben la confianza del pueblo deben velar por el cumplimiento de la norma y del espíritu de la democracia. Tampoco sus colaboradores pasados y presentes pueden dar lecciones de convivencia o de inteligencia. La verdadera democracia reinserta pero no olvida. Una sociedad que se respete no debe ensalzar ni poner en primera fila de nada a aquellos que utilizaron el terrorismo en algún momento; del mismo modo que debe exigir que sus políticos, esos en quien depositó su confianza, defiendan la esencia del sistema.

La democracia española debe a las víctimas del terrorismo el fortalecimiento de la conciencia cívica en nuestro país, lo que impone el reconocimiento y el respaldo activo de las instituciones, porque de la sociedad ya lo tienen. Es el momento en el que hay que dar justa satisfacción al comportamiento inmaculado de los que han sufrido el terror. Porque la "generosidad" con ETA y su entorno sería reconocer que se ha estado en "guerra", cuando en realidad sólo ha habido víctimas y verdugos. El arrepentimiento o el abandono de la violencia pueden valer para el Código Penal, pero no para la democracia.

Bien, pues preparémonos para ver cómo los que ayer apoyaban el terrorismo, que aplaudían los asesinatos y justificaban las extorsiones, se presentan a las elecciones y se sientan en la cámara de representación nacional. Lo harán crecidos, animados, convencidos de que son los vencedores, los protagonistas de la emancipación de "su patria" frente al "opresor", que vencido, le trata de igual a igual.

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