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José García Domínguez

Dani Mateo

Dani Mateo no quería hacer un chiste con la excusa de la bandera. Mateo quería defecar sobre la bandera con la excusa de un chiste.

Dani Mateo no quería hacer un chiste con la excusa de la bandera. Mateo quería defecar sobre la bandera con la excusa de un chiste.
Dani Mateo I La Sexta

Así como la ironía es siempre un atributo de la inteligencia que requiere de una capacidad recíproca por parte del receptor a fin de ser comprendida y poder resultar eficaz, su pariente lejano, el humor político, con demasiada frecuencia no consiste más que en una coartada con apariencia de respetabilidad para hacer digeribles en los grandes medios de comunicación de masas, en especial la televisión, los mensajes destinados a avivar los instintos más bajos, rastreros y primarios de las audiencias. Muy deliberadas incitaciones al odio y a su corolario habitual, las conductas inciviles, que de ningún otro modo, excluida esa estrategia del chiste visual, podrían caber en las parrillas de programación de una sociedad que se dice civilizada. El humor político puede ser algo liberador cuando deviene un arma para criticar al poder desde la siempre frágil e indefensa atalaya del ingenio. Pero se transmuta en su opuesto, en un proceder servil, bajo y despreciable, cuando con la apariencia falsa de la heterodoxia y una rebeldía impostada se convierte en instrumento al servicio de los que buscan el enfrentamiento civil y la quiebra del orden legal.

Los chistes de judíos o los de maricones, tan aireados y celebrados en el cine y los demás medios de difusión populares de su momento, no tenían por parte de sus promotores el objetivo de entretener con una sonrisa inocua al público de aquel tipo de producciones. Bien al contrario, se trataba de un humor al servicio del acoso y la persecución de dos grupos señalados por otros como diana. La ridiculización humorística era la antesala del pogromo. Por eso, el humor, cuando opera como un mero recurso instrumental con fines arteros, no puede esgrimirse luego como atenuante, sino como lo que en puridad es: una agravante. El actor de televisión Dani Mateo no podría haber cumplido el que era su objetivo expreso, vejar el principal símbolo constitucional de la soberanía de la nación española, sin parapetarse tras la coartada de lo cómico. Desprovisto de la excusa del chiste, el significado del gesto de enmierdar con sus mocos la bandera nacional resultaría ya inocultable ante su auditorio. De ahí la necesidad del sketch jocoso.

Dani Mateo no quería hacer un chiste con la excusa de la bandera. Mateo quería defecar sobre la bandera con la excusa de un chiste. Un gesto parejo por parte de aquellos a los que iba dirigida su gracia cómplice, los separatistas catalanes, hubiera costado la cabeza, y en el acto, a sus autores. Por eso los simpáticos oficiales de TV3 se guardaron muy mucho de emular su proceder tras celebrar con entusiasmo la hazaña. Ellos nunca se sonarán con la tela de una estelada que penda de un mástil porque en ese mismo instante se acabaría la broma… y el sueldo. La bandera rojigualda, esa en la que el actor Mateo estampó alegre e impune sus mocos, es el símbolo del Estado, sí, pero también, y sobre todo, es el símbolo de la nación. Una nación fundamentada en la libertad individual, los derechos civiles y la soberanía popular, cuyos defensores anónimos en Cataluña se juegan mucho todos los días. Y a cambio de nada. Demasiado como para, encima, tener que soportar que ese sumiso agradaor de los golpistas y racistas de la Plaza de San Jaime, el chistoso Mateo, pretenda pasar ahora por un mártir de la libertad de expresión.

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