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José García Domínguez

El arte de lo imposible

No es ningún misterio quién ganará las elecciones que se celebrarán el próximo jueves en Gran Bretaña. Ganará Thatcher.

No es ningún misterio quién ganará las elecciones que se celebrarán el próximo jueves en Gran Bretaña. Ganará Thatcher. La única duda a estas horas reside en si lo hará bajo las siglas de los conservadores o recurriendo a las de los laboristas. Una anécdota menor en cualquier caso. "Nuestro gran logro ha sido Tony Blair. Hemos obligado a nuestros adversarios a cambiar", espetó a un coro de sus adoradores en otoño de 2002, al poco de que los tories fueran desplazados del poder por aquel bluff marketiniano que se inventó Giddens, la difunta Tercera Vía. Tenía razón Thatcher. Al cabo, su supremo éxito no fue destruir el venerable Partido Conservador de los consensos de la posguerra, sino acabar, acaso para siempre, con una tradición política, la del socialismo fabiano, que se remontaba a más de un siglo.

Al tan celebrado modo yanqui, el jueves subirán al ring principal un par de cáscaras vacías. Porque también allí los partidos han devenido en poco más que sonrientes hologramas televisivos. A principios de los años cincuenta había más de tres millones de afiliados al Partido Conservador y un millón a los laboristas. A día de hoy, Cameron es el secretario-gerente de un geriátrico con apenas ciento treinta mil inquilinos cuya edad media asciende a sesenta y ocho años. Por su parte, los laboristas con carnet no pasan de los doscientos mil. Tony Benn, el último rojo que estuvo a punto de dirigir el Partido Laborista, dijo en cierta ocasión que hay dos clases de políticos: un letrero que señala en la misma dirección sin importar qué tiempo haga y una veleta que lo hace allá donde sople el viento. Lo dijo cuando aún no habían llegado los tiempos de la pospolítica, cuando la confrontación entre las viejas ideologías aún no había sido sustituida por el nuevo despotismo ilustrado que encarna la élite tecnocrática transatlántica.

Tecnócratas vírgenes de cualquier mácula ideológica como Miliband, la veleta de moda en Londres, que, como todas las veletas de la ultimísima hornada, alardea de su absoluta falta de prejuicios. El New Labour, insiste, abraza las buenas ideas, vengan de donde vengan. ¿Y cuáles son esas buenas ideas? Las que funcionan, responde invariablemente. Así funciona la mente de las veletas pospolíticas. Postulan lo que funciona. Punto. Han logrado olvidar, unos y otros, todos, que el genuino acto político no reside en aplicar lo que funciona en el marco de relaciones existente. Bien al contrario, la Política (con mayúscula) consiste en modificar esos marcos dados. Contra lo que quieren creer las veletas posmodernas, la política es el arte de lo imposible. Sí, de lo imposible. Es lo que desplaza la frontera que separa lo factible de lo inviable. Pero ellos han renunciado a saberlo. Lo dicho, ganará Thatcher.

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