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José García Domínguez

¿Es Cataluña una colonia?

Lo que en realidad le ocurre a Batet es que también ella se ha contagiado de ese virus que responde por fetichismo constitucional.

Lo que en realidad le ocurre a Batet es que también ella se ha contagiado de ese virus que responde por fetichismo constitucional.
Meritxell Batet | EFE

A la ministra Batet, que no solo es del PSC sino que también resulta ser de letras, le parece inadecuado, según acaba de decir, que lo establecido en la ley fundamental de un país que cuenta con cuarenta y siete millones de habitantes se imponga por encima de la voluntad particular de dos millones de ellos que discrepan de algún aspecto concreto de su contenido.

Así, siempre según Batet, no semeja de recibo en términos democráticos que cuarenta y siete pesen más que dos. Porque lo genuinamente democrático, aunque ella no nos ha concedido aclararlo, quizá resulte ser lo contrario, esto es, que lo que dos deseen prevalezca siempre sobre la opinión contraria de cuarenta y siete. Esa curiosa aritmética invertida de la candidata del PSC solo se podría entender en el supuesto, tampoco aclarado por Batet, de que la ministra considere que Cataluña es una colonia de España.

Porque el criterio minoritario de dos millones solo cabe que se imponga legítimamente sobre el de cuarenta y siete millones si los primeros estuviesen sometidos a un régimen de dominación colonial por los segundos. ¿Piensa Batet que ese es el caso que nos ocupa? ¿Es Cataluña una colonia para el PSC? Bien estaría que nos sacasen de dudas. Aunque yo sospecho que lo que en realidad le ocurre a Batet es que también ella se ha contagiado de ese virus que responde por fetichismo constitucional. Pues Batet es uno de esos arbitristas que tanto abundan en nuestro país, los que todo lo arreglan con una reforma de la Constitución. Aquí, es sabido, la gran solución a lo que sea siempre consiste en escribir un papel o en cambiar este o aquel párrafo de su redactado. Y es que los separatistas, claro, van a dejar de ser separatistas en el acto en cuanto le pongamos o le quitemos tal coma o tal artículo a la Carta Magna. ¿Acaso alguien lo duda?

Cuando se desata un fuego en casa, decía Disraeli, no se llama a una empresa de prevención de incendios para que diseñe una nueva instalación de seguridad. Lo que por el contrario se hace es avisar, y cuanto antes, a los bomberos. Los socialistas, en cambio, piensan que el incendio catalán se puede extinguir apelando solo a la magia del papel impreso, sin necesidad ni de chorros de agua ni de mangueras ni de camiones de bomberos. Los socialistas andan estas vísperas mareando la perdiz de la retórica ambigua para congraciarse con esa facción del electorado catalanista de izquierda que aún podría volver a votar al PSC el próximo 28 por miedo a la derecha dura. Y no es una mala estrategia. Pero pretender en serio que la querella catalana pudiera solucionarse con un parche constitucional requiere ignorar, de entrada, que el bipartidismo ya no existe en España. Ni existe ni volverá a existir. Y el artículo 167 de la Constitución, que es el que tendría que tocar Batet para proceder a su apaño mágico, requeriría de la práctica unanimidad de las Cortes para alterar su actual redactado. Una quimera. Otra más.

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