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José García Domínguez

Eslovenia, capital Andorra

Nadie se engañe: su modelo, el auténtico, es una pequeña y soberana cueva de evasores fiscales con derecho vitalicio de pernada identitaria.

Nadie se engañe: su modelo, el auténtico, es una pequeña y soberana cueva de evasores fiscales con derecho vitalicio de pernada identitaria.

El Torra, ese Garibaldi de casino de capital de comarca con mesa camilla y brasero, luce demasiado fofo y barrigón como para que nadie se pueda tomar ni medio en serio que lo suyo ahora son los partisanos yugoslavos. Porque una cosa es vender seguros, que en eso andaba el hombre la única vez en su vida que trabajó, y otra vender motos. Y la moto de Eslovenia como que no suena creíble. Por lo demás, se vuelve a constatar con eso de Eslovenia que a los catalanistas les pasa lo mismo que a las sardinas, los boquerones y el pescado en general: su memoria también dura muy poco más de tres segundos de reloj. De ahí que ya todos ellos se hayan olvidado de que el último modelo oficial de la República Catalana era Dinamarca, no un agreste patatal balcánico poblado por airados carniceros vocacionales. Recuérdese que Junqueras nos prometió muy formalito en su día que todos aquí, en el país petit, íbamos a sufrir una metamorfosis danesa. Seríamos, pues, daneses de toda la vida tras la proclamación de su republiqueta. Eso sí, daneses kumbayás. Y es que en la bucólica Dinamarca, ¡ay!, también tienen un ejército; un ejército como el de Madrit.

Y no sólo tienen un ejército, sino que, por imperativo de sus acuerdos internacionales de defensa con otros Estados occidentales, los daneses se ven forzados a invertir unos cuatro mil millones de euros anuales en tanques, misiles y demás artilugios de guerra de muy mortífera eficacia. Algo que Junqueras, recuérdese también, prometió que no ocurriría jamás en la republiqueta pacifista, feminista, ecologista y trompetista de la Cataluña rica y plena. Pero es que tampoco conviene olvidar que, antes de convertirnos en daneses sin mecha ni pistola, íbamos a ser suecos. Lo de hacernos todos suecos se le ocurrió a Pujol. Que fue cuando Pla se tomó algo a coña el asunto, poco antes de retirarse a morir de asco en su masía del Ampurdán. Aquello de Suecia, que a muchos ya nos iba bien, se les fue de la cabeza muy pronto, sin embargo. Ocurrió cuando empezaron a hablar de Israel. Se ve que se les ocurrió que en Israel también son pocos y están rodeados de tribus harto rudas y primitivas. Una metáfora y un modelo perfectos. Dicho y hecho. Cataluña, la europea y modernísima Cataluña, sería Israel. Y los del otro lado del Ebro, ya se sabe, los moros. Y así tiramos una temporada, otra. Hasta que cayó el Muro y entonces nos dijeron que la cosa iba a ir de imitar el modelo lituano. Y si no el letón. Y si tampoco el estonio.

Íbamos a ser, sí o sí, la cuarta república báltica. Hasta que se lo pensaron mejor y concluyeron que no, que, ya puestos, mejor ser Quebec. Y entonces empezaron con la monserga de Quebec. Que tampoco duró mucho, por cierto. Porque enseguida descubrieron el modelo escocés. Y empezamos a ir de escoceses, pero sin faldeta. Todo para cavilar al instante que tampoco el genuino modelo de esa colla eran las Tierras Altas. Porque el verdadero modelo, el único en puridad, siempre ha sido... Andorra. El Torra, como todos los otros, sueña en su fuero íntimo con otra Andorra, no con ninguna Eslovenia ni cosas raras por el estilo. Andorra es su ideal: un país que goza de la cobertura del Banco Central Europeo y del euro sin tener que pagar ni un céntimo a cambio. Y en el que, además, el setenta por ciento de la población tiene el estatus permanente de realquilados con derecho a cocina, gentes sin ningún derecho político. Un sitio donde solo el 30% del censo posee acceso ilimitado a todos los privilegios asociados a la posesión hereditaria de la ciudadanía, mientras los demás habitantes del país deben contentarse con una crónica posición subordinada y dependiente frente a los únicos andorranos auténticos. Con eso, que no con los Balcanes, es con lo que fantasea nuestro orondo y sobrealimentado libertador de la mesa camilla y el brasero. Nadie se engañe: su modelo, el auténtico, es una pequeña y soberana cueva de evasores fiscales con derecho vitalicio de pernada identitaria.

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