“El poder desgasta al que no lo tiene”, la celebrada sentencia de Giulio Andreotti, está siendo refutada por el CIS. Y es que al socio mayoritario del Gobierno, pese a haberle tocado en suerte lidiar con una desgracia colectiva de genuino alcance histórico, le va razonablemente bien en las encuestas. Pero no así, en cambio, a Podemos, que en la última ya se codea en los márgenes con el pequeño partido testimonial de Inés Arrimadas, ambos rondando estimaciones de voto popular que no pasan del 10 por ciento. Algo, esa caída tan constante y acusada de Podemos, extraño si se repara en que se trata de una fuerza a la que una gran crisis económica, una gran crisis no tan distinta de la actual, la sacó de la nada para colocarla incluso como la preferencia mayoritaria en los sondeos, expectativa que generó auténticas olas de pánico en el establishment. Y de ahí, decía, lo extraño. Porque, dados dos cataclismos económicos consecutivos y muy similares, la actitud del electorado hacia Podemos se ha revelado en extremo dicotómica.
¿Por qué? La paradoja reside en que ese comportamiento tan dispar se explica en gran medida por el propio proceder de Podemos dentro del Ejecutivo de Sánchez. En su día, a Podemos le votaron en masa las supremas víctimas de la otra crisis, que fueron los jóvenes con contratos temporales que las empresas enviaron a la calle para proteger los empleos y los sueldos de los indefinidos. Pero en esta crisis, y gracias a los ERTE, los grandes damnificados ya no son los jóvenes, sino los autónomos, un grupo social muy heterogéneo en el que se mezclan pequeños empresarios, la mayoría individuales, con profesionales independientes que venden sus servicios a otras empresas. Esos, los autónomos, son los que desde marzo pasado arrostran reducciones brutales y generalizadas de sus ingresos. Pero, por su perfil sociológico dominante, se trata de un grupo políticamente más próximo a la derecha que a la izquierda. Por eso la paradoja. Los ERTE de Yolanda Díaz aplacan la ira antisistema de los asalariados precarios, reconduciéndola hacia el granero electoral del PSOE. Al tiempo, el desamparo sangrante de los autónomos canaliza la indignación de una parte significativa de las clases medias conservadoras hacia Vox. Caen y seguirán cayendo.