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José T. Raga

Educación y empleo

Educación y empleo son dos magnitudes siamesas. Sin un sólido capital humano, el esfuerzo en inversión productiva resultará casi estéril.

Tengo como propósito no dejarme arrastrar por la vocación a la que vengo dedicado desde el año 1961: la educación. Con gran admiración a la educación en los momentos más tempranos de la vida del joven, mi misión se ha desarrollado, sin embargo, en la educación universitaria.

¿Por qué decido hoy entrar en este tema, hasta ahora silenciado? La razón está en el desprecio actual al mundo educativo; no tanto por los docentes, que, a todos los niveles, los hay muy buenos, sino por lo que podríamos llamar política educativa.

Si analizamos la historia más reciente, será fácil llegar a la conclusión del concepto reduccionista que invade todos los campos educativos. Se diría que las decisiones de política educativa se toman para un escenario estrecho, cuando la educación, buena o mala, impregna al sujeto en todo su ser, condicionando su vida como persona.

Un ejemplo: estamos todos muy preocupados por nuestro nivel de desempleo y, sobre todo, de desempleo juvenil. ¿Alguien ha visto que ante semejante lacra aparezca la ministra de Educación buscando si tiene algo que ver en desastre? Tampoco el de Universidades, que ni está ni se le espera, se siente interpelado.

Educación y empleo son dos magnitudes siamesas. Sin un sólido capital humano – concepto poco afortunado–, el esfuerzo en inversión productiva resultará casi estéril. Semejante afirmación tiene máximo sentido cuando, además, estamos inmersos en la Cuarta Revolución Industrial; la de la Inteligencia Artificial.

La educación –algunos prefieren llamarle enseñanza, porque no pretenden educar– es la cenicienta de las políticas públicas. Y no hablo de la escasez presupuestaria, sino de las erróneas decisiones autoritarias en una actividad altamente intervenida.

El saber, o los saberes, es sólo una parte de la actividad educativa, de otro modo la información para alcanzarlo podría hacerse llegar por otros muchos procedimientos. La educación del joven estudiante, además de información científica y técnica, comprende también la formación humana; sí, la formación en valores para la convivencia en sociedad.

El utilitarismo que ha invadido los planes de estudio ha ido eliminando aquellas materias básicas para una educación completa. Los que estudiamos el bachillerato de siete años –bachillerato único, no de ciencias o de letras– estudiábamos, todos, matemáticas, física, química… y, todos también, gramática, literatura, historia, filosofía, latín, griego, lenguas modernas… Que yo sepa, nadie murió de agotamiento.

Esto mismo ocurrió en la Universidad; todos los estudios incluían materias específicas y materias básicas, enfocadas éstas a la formación de la persona para un mundo real. Eliminadas éstas, optamos por la empleabilidad. Resultado, cinco millones de parados.

El mayor ultraje a la educación es que un joven con asignaturas pendientes del Bachillerato acceda engañado a la Universidad. Como es ultrajante que todo lo que se le ocurra al ministro de Universidades es que el plagio de una tesis doctoral prescriba a los tres años.

La proliferación normalizada de falsos títulos y la alta tasa de desempleo, ¿no serán resultado del engaño en la educación?

En España

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