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José T. Raga

Políticos, técnicos y arribistas

¿Se imaginan esta discusión entre Adenauer y Erhard, o entre Churchill y Macmillan? ¡Imposible!

Seguramente la clasificación de personajes que acceden o pretenden acceder a la gestión de la cosa pública sería mucho más larga, aunque yo, por economía del espacio y de la paciencia de los lectores, la dejo circunscrita a estos tres grupos.

Son lo suficientemente amplios como para que cualquier afectado pueda incluirse en uno o en otro. No pretendo ofender a nadie pero desde ya pido disculpas si el resultado de estas líneas fuera otro. Las dos primeras categorías no ocultan sus reticencias, mientras que la tercera suele permanecer agazapada, carente de consideración.

A la hora de formar nuevo Gobierno en una nación, suelen abundar las discusiones y pronunciamientos acerca de la conveniencia de unos frente a otros –España no se ha librado desde 1978–, pero ha sido la reciente historia del nuevo Gobierno italiano la que me ha impulsado a estas líneas. Mi reflexión, sin embargo, se sitúa fuera de cualquier concreción. Esa tarea la dejo al lector.

Lo que las hemerotecas pueden confirmar es que los sedicentes políticos menosprecian a los llamados técnicos –se incluye no sólo a los estrictamente técnicos, sino a los formados en cualquier campo del saber: juristas, economistas, de ciencias puras y experimentales, humanistas, militares, etc.– al considerar que carecen de sabiduría política, convirtiendo la acción pública en coto de los políticos.

Los técnicos, por su parte, menosprecian a los políticos –en esto se diferencian poco de la mayoría social– porque no comprenden que, para éstos, un hecho puede ser catastrófico hoy cuando ayer se anunciaba en el programa de gobierno. Para los técnicos, esta volubilidad denota ausencia de principios o, simplemente, falta de criterio.

Los arribistas, muy numerosos, son despreciados por políticos y técnicos, aunque también deseados por los primeros por su incondicional disposición a servir a sus deseos, sin reparos al qué ni al cómo, ni siquiera al quién. Suelen ser personas de escasa formación que, desde muy jóvenes, se incorporan al entorno de la acción política, esperando alguna migaja de poder.

Prescindiendo de estos últimos, la verdad es que no entiendo las reticencias en los dos primeros. La historia de los países está repleta de ejemplos de grandes políticos que a su vez ofrecían un gran perfil técnico. El secreto está, sin duda, en su concepto de la política; un concepto ligado, de verdad, al servicio de la sociedad.

Desde ese concepto, ni el político necio ni el corrupto tienen espacio legítimo en la acción política, porque el necio nada puede ofrecer a la sociedad y el corrupto cambia servir a la sociedad por servirse de la sociedad, olvidando el objetivo del bien común, que es su única legitimación.

Y lo mismo podría decirse del técnico, si bien la necedad es contraria a su formación, y la corrupción acarrea un coste muy alto, al poner en peligro su prestigio profesional; por eso quizá son menos sumisos.

¿Se imaginan esta discusión entre Adenauer y Erhard, o entre Churchill y Macmillan? ¡Imposible!

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