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Juan Carlos Girauta

Por qué dejé de ser gamberro

¿Por qué Rodríguez no ha dejado de ser gamberro? Por la misma razón que no ha dejado de ser de izquierdas: la inmadurez, la frivolidad, la falta de sentido del ridículo.

Sobredosis de nostalgia. Tras leer Por qué dejé de ser de izquierdas, de Somalo y Noya, veo a Rodríguez tratando por todos los medios de entrar en una fiesta a la que no ha sido invitado. Pienso en un posible libro donde acabaríamos de sincerarnos: Por qué dejé de ser gamberro. Sí, señores, uno de jovencito hizo cosas tan vergonzosas como Rodríguez.

Por ejemplo, nos plantábamos unos amigos de diecisiete años en los cócteles que daba la Editora Nacional en su sede de la calle Muntaner de Barcelona. Se presentaba algún libro, o una exposición de acuarelas, o lo que fuere, y ahí estábamos nosotros, señalando con desmesurado interés algún cuadro mientras dábamos cuenta de la bandeja de gambas y de los Martinis. El director de la Editora Nacional, un hombre encantador, se acercaba a interesarse por nuestro interés, entendía nuestras motivaciones y con admirable señorío decía: tomad cuanto os apetezca. Avanzada la velada, aquel caballero singular acababa perorando indefectiblemente sobre el estupro en Navarra, que había sido el tema de su tesis doctoral, lo que añadía un tinte surrealista a la gamberrada.

Otra experiencia que Rodríguez ha devuelto a mi memoria con su perra de asistir a una cumbre donde no le quieren es la típica bronca de puerta de discoteca. ¡Cuántos lectores no la habrán vivido, no habrán sido testigos de esa escena que se repite cada fin de semana en todos los rincones de España! Aquí no era yo tan gamberro como en la Editora Nacional porque los gorilas de puerta tienen mucho peligro. Me quedaba a la expectativa, por si otro más lanzado se salía con la suya y metía a siete u ocho amiguetes de golpe. Pero lo habitual era que el lance terminara mal. Justamente lo que le está pasando a Rodríguez:

– Oye, avisa a Condolezza, la relaciones públicas del local. Dile que es de parte de Moratinos.
– No te pongas pesado, que hay mucho trabajo. Condolezza dice que no te conoce.
– ¡Pero cómo no me va a conocer, si soy el relaciones públicas de la Taberna el Tarugo!
– ¡Que no! ¡Ha dicho que no entras!
– Aparta, Miguel Ángel. Mire usted, llame al encargado, de parte de Dezcallar.
– ¡Estáis pesadetes, eh!
– Hágame el favor.
– Entre por la puerta de servicio, que le va a recibir la ayudante del jefe de mantenimiento. Y también le va a decir que no, por cierto.
– ¡Dejadme a mí! Soy Rodríguez en persona. Me envía Lula. Ábranme paso.
– Ni Lula ni Lola, joder. El jefe ha dado instrucciones muy claras sobre vosotros. No. Ene o. Y ahora, largo.

¿Por qué no ha dejado de ser gamberro? Por la misma razón que no ha dejado de ser de izquierdas: la inmadurez, la frivolidad, la falta de sentido del ridículo.

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