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Julián Schvindlerman

Conspiración de silencio en Francia

Nadie quiere hablar en el Hexágono del terrorismo judeofóbo.

Nadie quiere hablar en el Hexágono del terrorismo judeofóbo.

El 3 de abril, un joven oriundo de Mali llamado Kobili Traoré regresó a su casa parisina tras haber pasado la tarde fumando marihuana con unos amigos. Estaba tan alterado que su madre lo echó en medio de la noche. Una familia vecina, también de Mali, lo acogió, pero al rato debió encerrarse en una habitación y llamar a la Policía, debido a su comportamiento violento. En cuestión de minutos, tres policías arribaron al lugar, otros tres lo hicieron más tarde. Al escucharle recitar versos coránicos, asumieron que podría tratarse de un terrorista, llamaron al cuerpo de elite y quedaron a la espera de los refuerzos.

Traoré cruzó al balcón de al lado, rompió la ventana y atacó a una mujer de 65 años. Se llamaba Sarah Halimi, era una médica judía y el africano la conocía, pues alguna vez le había gritado: "¡Sucia judía!". El intruso la atacó con tal ferocidad que le provocó veinte fracturas. La torturó horriblemente mientras recitaba versos coránicos, decía "Alahu akbar" y la acusaba de ser un diablo. Luego la arrojó por el balcón de ese tercer piso.

Aunque los gritos desgarradores de la víctima resonaron por todas partes, la Policía no intervino. Tampoco lo hicieron los vecinos. Para cuando la unidad elite llegó al lugar, cincuenta minutos después, Sarah Halimi yacía muerta en el patio del edificio. Kobili Traoré, en tanto, estaba en la casa de sus vecinos de Mali, recitando calmadamente suras del Corán y alardeando: "Maté al vecino sheitán" (diablo).

Finalmente fue enviado a un hospital psiquiátrico. El fiscal de Paris tardó diez días en iniciar la investigación y se negó a incluir en los cargos una motivación antisemita. En un caso previo (2003) en que un musulmán (Adel Amastibou) asesinó a un vecino judío (Sébastien Selam) y proclamó "¡Maté a un judío, iré al paraíso!", también se resolvió la papeleta enviando al criminal a un instituto mental, donde pasó unos años. Nunca fue juzgado. Ídem con Mohamed Lahouaiej Bouhlel, el tunecino que en julio de 2016 atropelló y mató a 86 personas en la Promenade des Anglais de Niza. Fue declarado "insano" y enviado a un psiquiátrico. Es decir, para las autoridades, Francia está siendo atacada por dementes, no por islamistas. Y esos musulmanes que andan matando judíos por ser judíos aparentemente tampoco tienen un motivo antisemita. En 2006, la sedicente Banda de los Bárbaros, liderada por Yusuf Fofana, de Costa de Marfil, secuestró y torturó con saña espeluznante durante tres semanas a un joven judío llamado Ilan Halimi. Lo abandonaron moribundo, maniatado con cinta aislante a un árbol, y murió en un hospital. La Policía rehusó tratar el caso en el marco del terror antisemita y habló de una pelea entre bandas juveniles. Fofana se fugó a África pero fue extraditado a Francia y condenado a cadena perpetua. "Los judíos son mis enemigos", gritó durante el juicio. En una variante rítmica del tema, vecinos del 11 Arrondissement gritaron "¡Muerte a los judíos!" contra quienes participaron en una marcha silenciosa en homenaje a Sarah Halimi el domingo siguiente a su muerte.

Con el estamento policial y jurídico minimizando las raíces antisemitas del ataque, la comunidad judía esperó contar con el apoyo de la prensa nacional. Sin suerte: los periodistas no investigaron el incidente ni lo reportaron. Una cortina de silencio descendió sobre los principales medios de comunicación franceses, al punto de que, al cabo de siete semanas del crimen, el hermano de Sarah declaró con amargura al canal israelí i24News: "El absoluto silencio que rodea el asesinato de mi hermana se ha tornado intolerable". El crimen ocurrió entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones francesas y la prensa progresista pareció haber tomado la decisión de no publicar nada que alentase el mensaje alertador del Frente Nacional de Marine Le Pen (incidentalmente, según indicó Luis Rivas en El Confidencial, ella fue el primer y único político local en condenar esta agresión). Le Monde, Liberation y los demás medios de izquierda llevan años pontificando que el islam es una religión de paz y, en su visión, mencionar la identidad religiosa de los agresores equivale a estigmatizar a toda la feligresía mahometana, además de que socavaría la inocencia proclamada. La corrección política impide hablar de un crimen religioso. Ergo, mientras el cadáver de Sarah Halimi yace en un cementerio, su historia es sepultada por la prensa biempensante.

Tres meses después del asesinato de Sarah Halimi, alrededor de cien intelectuales musulmanes publicaron una carta abierta en el Journal du Dimanche con el título "Nosotros, franco-musulmanes, estamos listos para asumir nuestras responsabilidades". Sólo que no lo hicieron. Pedían por "una batalla cultural contra el islam radical", clamaban por una reflexión islámica a la luz de la oleada de atentados perpetrados por musulmanes en nombre de su fe y listaban los incidentes: la matanza de periodistas de Charlie Hebdo, la de Bataclan, la de Niza; el apuñalamiento fatal de dos policías casados ante a su pequeño hijo en las afueras de la capital y el degollamiento de un sacerdote en una iglesia de Étienne-du-Rouvray. Excluyeron toda mención a los ataques dirigidos contra judíos: los cuatro que fueron asesinados por Amedy Coulebady en el supermercado kosher de París, la ejecución de un rabino y tres niños en Toulouse por Mohamed Merah y la violación de una joven en la casa de una familia judía en Creteil por parte de agresores musulmanes (no un acto terrorista pero sí antisemita: los delincuentes eligieron ese hogar porque, dirían posteriormente, "los judíos tienen siempre mucho dinero"). Salvo un puñado de intelectuales y líderes judíos que reaccionaron, a la sociedad francesa no pareció molestarle demasiado la omisión.

El ocultamiento y la minimización del componente antijudío en el asesinato bestial de una mujer judía en París a manos de un fanático musulmán obediente de Alá por parte de las autoridades policiales y judiciales, los medios de comunicación y los reformistas musulmanes son un signo de la Francia actual, y por extensión de Europa. Tal como escribió en The Times of Israel la novelista norteamericana residente en Paris Nidra Poller:

Sarah Halimi es una imagen de nuestra civilización: indefensa porque los agentes de la ley no actúan, las autoridades engañan, la prensa enmudece, y aquellos que dicen la verdad son perseguidos y procesados.

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