Menú
CIENCIA

La expresión de las emociones

Pasó el año Darwin. Uno de esos años dedicados a que suelen transcurrir sin pena ni gloria salvo para quienes pillan alguna partida presupuestaria dedicada a. Dudo de que 2009 vaya a ser un punto de inflexión en el conocimiento popular de las teorías de la evolución o en la lucha contra el influjo mágico del creacionismo. Los que adoraban y los que odiaban a Darwin seguirán en las mismas.

Pasó el año Darwin. Uno de esos años dedicados a que suelen transcurrir sin pena ni gloria salvo para quienes pillan alguna partida presupuestaria dedicada a. Dudo de que 2009 vaya a ser un punto de inflexión en el conocimiento popular de las teorías de la evolución o en la lucha contra el influjo mágico del creacionismo. Los que adoraban y los que odiaban a Darwin seguirán en las mismas.
Charles Darwin.
Pero si de algo han servido estos fastos ha sido, justo es reconocerlo, para que una pequeña editorial española, Laetoli, nos haya regalado la edición en español de la obra completa del ideólogo del origen de las especies, revisando algunos títulos profusamente editados en nuestro país y, lo que es más importante, vertiendo a nuestra lengua por primera vez algunas obras no traducidas de su portafolio.

Cerró el año Laetoli con el lanzamiento de La expresión de las emociones, que, sin duda, es una de las piezas más peculiares de la creatividad de Darwin.

En su plan por convencer al mundo de la idea revolucionaria de que todos los seres vivos procedemos de un mismo tronco biológico y de que nuestra diversidad ha ido evolucionando a partir de él merced a la selección natural de los más aptos, Darwin dedicó un porcentaje muy amplio de sus páginas a los aspectos tangibles de la fisiología. La huella de la evolución está marcada en los rasgos físicos y biológicos de los animales y las plantas. Nuestros parecidos morfológicos con los chimpancés nos alertan de nuestra cercanía genética y, por ende, de nuestro origen compartido.

Pero existen otros aspectos menos evidentes de la selección natural que no pasaron inadvertidos al ingenio de Charles. A uno de ellos le dedicó largas horas de trabajo: el comportamiento emocional.

Darwin intuyó que el factor diferencial entre las especies que más alegrías podría darle en su estrategia intelectual era el estudio de la manifestación de las emociones. Las piedras existen, las plantas crecen, pero sólo los animales actúan; en ese sentido, la capacidad de actuar (de expresar estados emocionales) podría ser tan importante para determinar el camino organizado de la evolución a lo largo de la historia como la medición de las novedades anatómicas descubiertas en el registro fósil.

Y, del mismo modo que el antropólogo busca similitudes entre la estructura ósea de animales distintos para determinar su relación, Darwin indagó en la expresión emocional en busca de parecidos razonables.

Todos los animales expresan emociones. Es cierto que las emociones primarias (hambre, terror, ira) no tienen nada que ver con las emociones más avanzadas, que se escapan a la mayoría de las especies no humanas, tales como la ternura, la felicidad, la desesperanza. Un perro hambriento no es infeliz. ¿O sí?

El interés de Darwin por estos aspectos no era, en absoluto, psicológico. Jamás pretendió establecer una escala de equivalencias entre las emociones, ni mucho menos jerarquizarlas. No estaba interesado en conocer el grado de conciencia de su desgracia que tiene un lobo encerrado en una jaula. Afortunadamente para él, los defensores de los derechos de los animales no habían empezado a balbucear sus argumentos.

Lo que el genial biólogo pretendía era añadir un argumento más a su idea de que todas las expresiones de la vida (más o menos tangibles) son producto del programa evolutivo.

Aquí reside parte de la singularidad del libro: un biólogo enfrentado a la explicación fisiológica de la emoción en medio de una época en que los fenómenos de la psique eran patrimonio del alma... y el alma sólo es de Dios.

Pero el libro ofrece otras virtudes que lo convierten en una interesante opción para cerrar el año Darwin. Para su confección, el autor empleó cientos de fotografías tomadas en varios laboratorios psiquiátricos, sobre todo en el de Guillame Duchenne, a partir de las cuales comparó hasta la extenuación las manifestaciones musculares de las expresiones emocionales en seres humanos y animales (risas, llantos, dolor, quebranto...). Es, quizás, uno de los primeros usos con éxito de la fotografía científica entendida como hoy la entendemos.

El libro fue un gran éxito en su momento. En la fecha de su publicación, 1872, Darwin ya era un científico famoso. Hoy es uno de los textos del británico más accesibles al gran público, y una maravilla de proyección divulgativa que no debería faltar en la biblioteca del buen evolucionista.


CHARLES DARWIN: LA EXPRESIÓN DE LAS EMOCIONES. Laetoli (Pamplona), 2009.
0
comentarios