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ARTESANOS DE LA CULPA

La tiranía de la razón

Los intelectuales, con su obsesión de convertirse en dioses y decidir lo que conviene a los humanos, han creado monstruos como el fascismo y el socialismo. El resultado ha sido, sin duda, aterrador: más de 100 millones de muertos durante el siglo XX. La irresponsabilidad manifiesta de los intelectuales sigue aún dando quebraderos de cabeza, especialmente en España. Joan Font Rosselló, ingeniero de telecomunicaciones y actual diputado del Partido Popular en el Parlamento balear, se ocupa de éste y otros temas en su libro Artesanos de la culpa.

Los intelectuales, con su obsesión de convertirse en dioses y decidir lo que conviene a los humanos, han creado monstruos como el fascismo y el socialismo. El resultado ha sido, sin duda, aterrador: más de 100 millones de muertos durante el siglo XX. La irresponsabilidad manifiesta de los intelectuales sigue aún dando quebraderos de cabeza, especialmente en España. Joan Font Rosselló, ingeniero de telecomunicaciones y actual diputado del Partido Popular en el Parlamento balear, se ocupa de éste y otros temas en su libro Artesanos de la culpa.
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El autor describe con gran precisión el surgimiento de las ideologías de la mano de los intelectuales, que, para entendernos, no son más que meros divulgadores de ideas. Como decía Ayn Rand, son "second-handers", es decir, aquellos que simplifican, extienden y aplican a todo aquello que les rodea las ideas de terceros.
 
Baste un ejemplo: se habla de darwinismo en el campo científico; pues llega un intelectual y, para justificar su deseo de que no se hable castellano sino sólo catalán, empieza a utilizar el concepto "darwinismo lingüístico". El efecto para quien lo oye es pensar que se está exterminando la lengua menos capaz de sobrevivir, es decir, el catalán. Por eso hay que tomar medidas para que no desaparezca o, más bien, para evitar que se imponga el español sobre la lengua de Josep Pla.
 
Quizá lo más dramático del papel del intelectual es que se considera sabedor de lo necesario para planificar el orden social de acuerdo a su impecable escala de valores. Font, trayendo a colación al premio Nobel de economía Friedrich Hayek, explica cómo esta pretensión sólo puede calificarse de "fatal arrogancia", ya que no se puede reorganizar la sociedad como si se tratara de un hormiguero.
 
Las personas, mal que les pese a los intelectuales, tienen fines distintos, saben lo que quieren y cooperan como desean. Situarse por encima de todos ellos para establecer lo que deben hacer en cada momento supone olvidar que eso es imposible porque se carece de toda la información precisa para coordinar las acciones, aparte de que supone coartar la libertad de las personas.
 
Goya: EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS.El intelectual se dedica con un ahínco rayano en la egolatría a encontrar problemas y echarnos en cara lo malos que somos, así como nuestra culpa en los desastres que acaecen en el mundo: desde la pobreza hasta la exclusión social pasando por el racismo, la homofobia o el maltrato infantil.
 
Como ya hemos adelantado antes, estos profetas de la razón pura se sirven de la corrupción del lenguaje para que aceptemos sus premisas. Junto con esta técnica, un tanto rastrera, buscan un culpable para cada mal: si hay pobres, la culpa la tienen los ricos; si hay racismo, la culpa la tienen los blancos; si hay problemas medioambientales, la culpa la tiene el capitalismo. De ello deducen que hay que acabar con el capitalismo, con los ricos, con los blancos… Duro, pero realista. Basta acercarse a las páginas de algunos periódicos y preocuparse de leer a estos ingenieros sociales para percatarse de que utilizan el odio como mecanismo para perpetrar sus fechorías intelectuales.
 
Para entender aún mejor cómo opera la mente del intelectual de vanguardia Font propone una explicación que resulta satisfactoria:
 
"El primer rasgo del intelectual (…) es su interés por lo abstracto, despreciando lo concreto. El segundo rasgo y derivado del primero es su unidimensionalidad, el enjuiciar los temas concretos a la luz de concepciones generales (lengua, raza, la cultura, la lengua, etc.) entre todos los aspectos, matices y circunstancias a la hora de valorar una persona o un hecho. Esta unidimensionalidad no permite contemplar a los intelectuales un hecho en toda su complejidad y totalidad, sino en base a que encaje o no en un aspecto puntual que da coherencia a sus esquemas (…) La amplitud de miras del intelectual se traduce primero en la falsa creencia de creer comprender el mundo con exactitud y segundo en su apetito por cambiarlo".
 
Ampliando el análisis de Font, cabe citar a un pensador estadounidense, William Graham Sumner: "Los amigos de la humanidad nos hablan de sentimientos benevolentes hacia el pobre, el débil, el trabajador y otros que convierten en mascotas. Luego, generalizan estas clases. Posteriormente apelan a la simpatía y generosidad de otras clases sociales y a todos los nobles sentimientos del corazón humano. La acción que proponen consiste en transferir capital de los que se encuentran mejor en la escala social a los desfavorecidos". Cuando toman esas decisiones siempre obvian las necesidades e intereses del "hombre olvidado", esa "persona que no tiene ni voz ni voto en las acciones benévolas que proponen" y a quien esquilman sin compasión.
 
Jaime Altieri: SILENCIO.Los intelectuales, a continuación, imponen una forma de exclusión de la disidencia. Los que no están de acuerdo con ellos son de derechas, esto es, egoístas y reaccionarios. Por el contrario, quienes asumen como propio el discurso de los intelectuales son progresistas y humanitarios.
 
El tabú de que la derecha es peor que el mismísimo diablo, una vez que ha calado en la sociedad, impide que cualquiera que ponga en duda los clichés políticamente correctos pueda discutir con su adversario. No cabe diálogo ni argumentación, porque el opositor está poniendo en tela de juicio la verdad revelada por los ideólogos.
 
En el fondo, padecemos una dictadura de los intelectuales. Por ejemplo, si alguien se opone al diálogo con los terroristas pasa por ser un radical, porque lo importante es entender que si aquéllos matan y extorsionan es porque la sociedad, el Estado Español o el sistema les han llevado a ello. El progre al uso, siempre dispuesto a entender a los delincuentes porque "el mundo les hizo así", no siente apenas empatía por las víctimas.
 
Junto con el papel de los intelectuales en un sentido genérico, Font despliega una batería irrefutable de argumentos para explicar la traición de la izquierda a la idea de España y la asunción del ideario nacionalista. Los ejemplos que aporta resultan escalofriantes. Para muestra, esta cita de un poeta mallorquín de izquierdas que dirige el Instituto de Estudios Baleares: "Quien niega la unidad de la lengua catalana o bien es un imbécil o bien un hijo de puta".
 
Cuando se expuso el talante protonazi de este tipo de comentarios, el susodicho se revolvió con la arrogancia del resabido y bramó contra sus oponentes, a quienes, cómo no, tachó de españolistas, que, como todo el mundo sabe, es un gravísimo insulto. Sin embargo, ningún intelectual progre salió en defensa de quienes se enfrentaron al poetastro catalanista, como ahora callan ante las amenazas de muerte a Boadella del ideólogo de Esquerra Republicana Oriol Malló.
 
Es una lástima no tener más espacio para seguir desbrozando este libro, donde se analizan temas tan interesantes como el ecologismo, el fracaso del sistema educativo español o la complacencia con que el progresismo ha tratado a los tiranos tercermundistas y a los terroristas. Ha sido una sorpresa encontrar a alguien como Font,  que, aun estando dentro del PP, se halla dispuesto a batirse por sus ideas liberales sin padecer el complejo habitual de la derecha frente al progresismo.
 
El suyo es un libro de batalla pero de hondura intelectual. Sin duda, estamos ante uno de los mejores ensayos de este año.
 
 
Joan Font Rosselló, Artesanos de la culpa. Los intelectuales y las buenas intenciones, Palma de Mallorca, Coc 33, 2005, 277 páginas.
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