A primera sangre
Uno de los más famosos duelos de la historia de España es el denominado Duelo de Carabanchel, que tuvo lugar el 12 de marzo de 1870 entre Antonio de Orleans, Duque de Montpensier, y Enrique de Borbón, Duque de Sevilla. Ambos, pretendientes al trono de España. Ambos, cuñados de Isabel II.
El motivo del duelo fue un artículo insultante que Enrique de Borbón escribió sobre Antonio de Orleans, que hizo que éste considerara ofendido su honor y le retara a duelo. Los padrinos acordaron, como era habitual, las armas, las reglas y el lugar de la cita. Se decidió que el duelo fuera a pistola y a primera sangre, es decir, que el enfrentamiento se detuviera en cuanto uno de los contendientes resultara herido.
En cuanto llegaron los dos adversarios al lugar acordado - la Escuela de Tiro de la Dehesa de Carabanchel -, se sorteó el orden en el que dispararían. Le tocó abrir fuego al Duque de Montpensier, que falló el tiro, pero Enrique de Borbón también falló. De modo que el de Montpensier volvió a disparar, acertando esta vez en la cabeza a su rival, que falleció en el acto.
La del duelo era una práctica curiosa: era ilegal, pero socialmente aceptada. De modo que a los duelistas se les imponían penas mínimas por matar a su rival, siempre que el duelo se hubiera celebrado conforme a las reglas habituales. Es lo que le pasó a Montpensier: la muerte de Enrique de Borbón fue declarada accidental y a su asesino (que tenía el grado de capitán general) se le impuso un mes de arresto.
Pero matar al de Borbón tendría otra consecuencia de mucho más alcance para Antonio de Orleans: al haber derramado sangre real española (el muerto era nieto de Carlos IV), perdió toda oportunidad de ocupar el trono de España. Vencer en el duelo había hecho imposible la ambición de su vida.
Ayer vivimos en la calle Ferraz otro duelo a primera sangre. El motivo es lo de menos: al final, es la rivalidad entre aspirantes a controlar el partido la que llevó al enfrentamiento. Aunque en este caso concreto, podríamos señalar la convocatoria de un congreso exprés del partido como la gota que colmó la paciencia del vaso de los críticos.
Le tocó abrir fuego a Susana Díaz, que disparaba a principios de semana con la dimisión de la mitad de los miembros de la Comisión Ejecutiva. Pero el tiro falló. Lejos de amilanarse, Pedro Sánchez decidió plantar cara y se negó a darse por cesado, como los críticos reclamaban. El viernes por la tarde, le devolvía el tiro a la andaluza, compareciendo públicamente para exigir que el Comité Federal votara primero sobre la investidura de Rajoy, antes de abordar cualquier otra cuestión.
Pero también Pedro Sánchez falló su disparo: Susana Díaz y sus fieles plantearon batalla desde el primer momento en el Comité Federal, para fijar el orden del día y conseguir que Sánchez dimitiera, sin siquiera entrar en el asunto de la formación de nuevo gobierno.
Casi llegada la noche, y después de muchas horas de forcejeos, Susana Díaz efectuaba un segundo y mortal disparo, con la presentación de una moción de censura avalada por mas de la mitad de los miembros del Comité Federal. Pedro Sánchez se tambaleó y aceptó realizar una votación a mano alzada sobre su propuesta de convocatoria de congreso extraordinario. Y perdió. Pocos minutos después, anunciaba ante las cámaras su dimisión como Secretario General del PSOE.
Orgánicamente, a Susana Díaz no le impondrán ninguna pena por acabar con la vida política de Sánchez. Pero, como en el Duelo de Carabanchel, las consecuencias de sus actos tienen un largo alcance. La división del partido, el apoyo de varias federaciones a Pedro Sánchez, la oposición de militantes y votantes a la investidura de Rajoy… han creado un ambiente irrespirable, en el que los críticos y su cabeza visible, Susana Díaz, han tenido que emplearse a fondo, que mojarse más allá de lo que les hubiera gustado. Han acabado con Sánchez, pero se han dejado demasiados pelos en la gatera. Las pancartas y gritos contra Susana Díaz a las puertas de Ferraz son una muestra clara de cuál es el estado de ánimo en una parte nada desdeñable de las bases del partido socialista.
Susana Díaz ha vencido en el duelo, pero sus posibilidades de llegar alguna vez a presidenta de gobierno, o incluso a secretaria general del PSOE, se han esfumado. Lo que ha calado en la opinión pública, sea justo o no, es que Susana Díaz ha acabado con Sánchez para poder investir a Rajoy. De modo que sus posibilidades en una futura elección a secretario general del PSOE son nulas: una parte de la militancia no le va a perdonar lo que ha hecho. Y sus posibilidades de cara a unas futuras elecciones generales han quedado también irreversiblemente arruinadas: fuera de Andalucía, Susana Díaz va a tener difícil conseguir la nominación en unas primarias. Y en caso de que la consiguiese, las posibilidades de obtener un buen resultado electoral en lugares como Cataluña, Baleares, Valencia o el País Vasco son escasas con ella como cabeza de cartel.
Susana Díaz ha ganado el duelo. Pero, como le sucedió al Duque de Montpensier, vencer en el duelo ha hecho imposible la ambición de su vida.
(Postdata: me llama la atención una oyente sobre otro curioso paralelismo entre el Duque de Orleans y Susana Díaz: el Palacio de San Telmo, actual sede de la Junta de Andalucía, perteneció en su día al Duque de Orleans)