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Si me quiere insultar, llámeme progre

Paul Cantor es un profesor de literatura y comentarista político estadounidense. Y es él quien ha sabido expresar mejor y de manera más sucinta por qué ganó Trump las elecciones americanas.

La razón hay que buscarla, según Cantor, en que el Partido Demócrata estaba tan obsesionado con los conceptos de "raza" y de "género", que no se percató de que Trump les estaba robando el concepto de "clase". En otras palabras: entre ser progre y ser de izquierda, el Partido Demócrata eligió ser progre... y la izquierda trabajadora americana votó a Trump. La misma izquierda trabajadora que puebla las zonas industriales de Michigan, Pennsylvania, Wisconsin, Ohio e Iowa. La misma izquierda trabajadora que había venido votando al Partido Demócrata desde hacía décadas. La misma izquierda trabajadora americana que forma la base de las organizaciones sindicales afines al Partido Demócrata.

Es la clase obrera americana la que ha dado el triunfo a Trump. Igual que es la clase obrera británica, vinculada al Partido Laborista, la que decidió el triunfo del Brexit, en contra de las directrices de su propio partido político. Igual que hace tiempo que el Frente Nacional es el partido claramente mayoritario entre los obreros y asalariados franceses.

Se trata de un fenómeno global en todo Occidente. Cuando la socialdemocracia alcanza el poder en distintos países occidentales, se desencadenan dos procesos interrelacionados. Por una parte, los partidos conservadores fueron asumiendo cada vez más postulados de la socialdemocracia tradicional, empezando por la redistribución de la riqueza y el estado del bienestar, hasta el punto de que las diferencias entre las propuestas económicas de conservadores y socialdemócratas han llegado a ser solo cosméticas.

Como consecuencia, puesto que ya no hay diferencias significativas entre conservadores y socialdemócratas en el terreno económico, la socialdemocracia comienza a diferenciarse de los conservadores enarbolando la bandera de la lucha contra la moral tradicional. Y es en ese punto donde la izquierda occidental deja de ser izquierda para hacerse progre.

Miremos a donde miremos, el panorama es el mismo en todo Occidente: la antigua izquierda ya no representa la lucha contra un poder económico supuestamente injusto y opresor, sino que se ha hecho parte integrante de ese mismo poder económico y el anterior discurso de  rebeldía contra los poderosos se ha redirigido hacia la Iglesia y hacia el Cristianismo en general, a los que se presenta como el nuevo poder injusto y opresor de las conciencias.

En Estados Unidos es donde mejor se aprecia esa mutación: ¿cómo va a enarbolar el Partido Demócrata ninguna bandera de reivindicación de clase contra los poderes económicos, cuando la inmensa mayoría de grandes imperios mediáticos y una gran cantidad de grandes corporaciones respaldan abiertamente al Partido Demócrata? Si las puertas giratorias entre los consejos de administración de las grandes corporaciones y el Partido Demócrata están a la orden del día,  ¿cómo vas a convencer al obrero de Wisconsin de que eres su adalid?

Y esa situación fue estable hasta que la globalización y la crisis hicieron aflorar las contradicciones. Porque los intereses de las grandes corporaciones y los de la clase obrera americana eran contrapuestos en lo que a la globalización se refiere. A medio y largo plazo, la globalización multiplica la riqueza en todo el mundo; de hecho, lo está haciendo hace décadas. Pero durante la etapa transitoria, cada dólar que una gran corporación gana por llevarse un puesto de trabajo fuera de Estados Unidos, es un dólar que algún obrero americano pierde. Y de nada vale que le prometas a ese nuevo desempleado que no tardará mucho en encontrar otro puesto de trabajo, mejor pagado y de más valor añadido. El tan solo ve que ha perdido su empleo hoy.

Y de repente, esas contradicciones le han estallado en la cara a la antigua izquierda occidental. Esa izquierda, reconvertida ahora en progre, está inmersa en su particular cruzada en favor de la ideología de género, y del multiculturalismo, y en favor del aborto…mientras sus antiguos votantes obreros (a quienes la agenda progre les importa una higa y muchos de los cuales son conservadores en lo moral) se pasan en masa a partidos de nueva creación, que enarbolan desde la derecha populista la bandera de la soberanía nacional frente a la globalización, y que ahora pueden, con razón, presentarse como los adalides de la lucha contra un poder económico injusto y opresor.

Y en esas estamos. Hace tiempo, entrevisté en mi programa a Julio Anguita, quien me soltó una de sus frases lapidarias: "Si me quiere insultar", dijo, "llámeme progre. Yo no soy progre, soy rojo". Por desgracia para ella, la antigua socialdemocracia eligió dejar de ser roja para ser progre, y ahora la derecha populista le ha comido la tostada. Se ha producido una inversión de posiciones ideológicas que va a ser muy difícil revertir, especialmente si se producen turbulencias económicas en Occidente a corto y medio plazo.

La derecha populista ha venido para quedarse. Gracias a los errores de una izquierda que eligió conscientemente dejar de ser izquierda.

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